viernes, 4 de marzo de 2011

ETICA DEL DISPARATE COTIDIANO


EL NACIONAL - Jueves 03 de Marzo de 2011 Opinión/8
Mínima moralia, por estas calles
COLETTE CAPRILES

Este sería el boceto de una "Ética a Eudomar", que tendría que ser compuesta, naturalmente, por el padre de esa criatura que ha amueblado el imaginario urbano durante nuestro involuntario, pero consentido, descenso a los infiernos. Se trata de unas cuantas máximas con las que los nacionales solemos resolver los dilemas prácticos y cuyo uso intensivo tuve la oportunidad de experimentar hace pocos días, cuando la prensa reseñó la aparición de un decreto o providencia que prohibía fumar en locales públicos. Va el resumen, entonces.

1. El elogio de la autoridad arbitraria, si los fines de ésta coinciden con los míos: el tal decreto provoca un alborozo generalizado por ese inesperado triunfo del puritanismo salutario, que celebra sin preguntarse en absoluto acerca de la justicia de semejante procedimiento. Lo que en aquellos países que han legislado la materia se llevó años de deliberación, en atención al delicado balance que se presenta allí entre los derechos y libertades de mayorías y minorías, queda despachado por acto administrativo, y aplaudido por el fundamentalismo de la vida eternamente sana.

El fin, dirán, justifica los medios.

Lo mismo, entonces, habrá de decirse de expropiaciones, confiscaciones, invasiones, inhabilitaciones, "privativas" y toda otra arbitrariedad que pueda adornarse con los atributos del bien común. El misterioso decreto, nos continúa informando la prensa, quedó anulado a los pocos días sin que se sepa en virtud de qué.

Y un diario encabeza hoy con el titular: "Mayoría rechaza fumar en lugares públicos", como si la tiranía de la mayoría pudiera ser un argumento.

2. La incapacidad para ponerse en un lugar neutro: últimamente se atribuye a la "polarización" política esa intransigencia que convierte la más trivial de las conversaciones en un torneo de argumentos ad hominem. Sospecho que es al revés: en nuestros cimientos morales reina una dramática imposibilidad de, como diría Rawls, usar el "velo de la ignorancia", es decir de distanciarse de las propias preferencias o convicciones para evaluar la situación desde una postura neutra. Los fundamentalistas anticigarro parecían absolutamente asombrados de que los fumadores pudieran querer seguir siéndolo y reivindicaran su derecho de ser consultados.

3. No funcionar por principios, sino por oportunidad: ya lo dijo Marx (Groucho): "Estos son mis principios. Si no le gustan, acá le ofrezco otros". Puede que muchos de los entusiastas puritanos de la salud frecuenten las manifestaciones, se indignen y firmen manifiestos contra los abusos del régimen, pero en cuanto la restricción de las libertades significa la promoción de su propio modo de ver las cosas, se evaporan las consideraciones libertarias. Ahí es donde veremos aparecer esa abominable fórmula con la que muchos creen que han completado su educación moral: "Mi libertad termina donde empieza la de los demás". Semejante racionamiento de la noción de libertad, perdónenme, revela la poca reflexión acerca de su significado.

4. Soportar la desmesura mientras no sea yo su víctima directa: quizás se trate de una especie de ceguera al escándalo, un daltonismo moral esencial. Cigarrillos aparte, sufrimos el embate dominical del desafuero y la hybris con lo que a un observador externo puede parecer ejemplo de estoicismo. No, no somos estoicos sino individualistas anárquicos, como algunos han dicho.

Aquel "juramento" que pisoteó la Constitución entonces vigente se guarda en la memoria como una anécdota del carácter del sujeto que lo profirió, y no como lo que fue: el heraldo del despotismo y la demasía que se nos venían a todos encima.

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