sábado, 11 de diciembre de 2010
¿y con la misma fuerza?
EL NACIONAL - Sábado 11 de Diciembre de 2010 Papel Literario/4
Mitad y mitad
FEDERICO VEGAS
Un amigo me asegura que Bertrand Russell escribió: "Lo peor que puede sucederle a un país es estar dividido en dos mitades iguales e incompatibles". No logro encontrar la fuente, pero ha sido divertido buscarla. A través de Google he llegado al otro extremo: la "Teoría de tipos" del mismo Russell: "la totalidad de una clase no puede ser miembro de la clase", ya que "el conjunto de todos los conjuntos no puede ser considerado un conjunto".
Digo que es el otro extremo porque me confirma que en un país no todos pueden pensar igual, o para usar términos semejantes a la cita que mi amigo jura haber leído: "Lo peor que puede sucederle a un país es formar una sola unidad". Además de imposible, resultaría aburridísimo y hasta sospechoso. Lo decía Groucho Marx con absoluta convicción: "Jamás sería miembro de un club que aceptara un tipo como yo".
El sentido y la sustancia de "una mitad" suelen basarse en cualidades muy subjetivas, tanto que una mitad puede ser radicalmente distinta a la otra. Doy como ejemplo la siguiente adivinanza: "¿Qué puede ser peor que encontrarse una lombriz en una manzana?". La respuesta: "Encontrar media lombriz".
Existe una sabia ley que se utiliza para dividir con just icia a lgo apet itoso: "Uno pica y el otro escoge".
Recuerdo una humillante variante: había una vez un soldado al que estaban sirviendo una ración de pastel de manzana. El soldado preguntó goloso si podían darle dos pedazos y el cocinero lo complació partiendo el pequeño triángulo por la mitad. También está la imagen, tan usada en publicidad, de una botella de whisky que se están bebiendo un par de amigos: mientras uno la considera medio llena, al otro le luce medio vacía. ¿Quién es el optimista y quién el pesimista? En nuestro país va siendo política de Estado considerar a la oposición como la mitad vacía.
Nuestra manía de dividir tiene varios milenios.
Cuenta Aristófanes en El Banquete que los hombres y las mujeres eran seres redondos, con cuatro manos y dos rostros, cuatro orejas y dos "vergüenzas", hasta que Zeus los castigó por pretender ser como los dioses y los dividió en dos mitades, con lo que resultaron más débiles pero más útiles a los dioses por haber crecido en número.
Zeus además advirtió: "Si continúan insolentándose y no quieren llevar las cosas en paz, los dividiré una vez más en dos, de modo que anden a saltos sobre una sola pierna".
Desde entonces, cada quien anda buscando su mitad perdida. Según algunos platónicos, el amor es el deseo de recobrar esa media naranja y regresar a la beatitud de aquel primigenio estado esférico. Los hay que son más terrenales y ven en ese insaciable deseo de integración la puerta a interesantísimas combinaciones sexuales.
Otra estimulante versión la ofrece la palabra "símbolo", proveniente del griego symbolon. Cuando dos griegos hacían un trato, dividían en dos partes un hueso y cada uno se llevaba una mitad.
Herodoto cuenta de un forastero de Mileto que hizo un depósito en casa de Glauco, un espartano. Años después vinieron a Esparta los descendientes del milesio con el consabido "símbolo" o pedazo de hueso, lo juntaron a la otra mitad, vieron que coincidían y exigieron su dinero.
La etimología de "símbolo" es bastante sencilla: Sym tiene que ver con juntar y ballein con arrojar, lanzar. Es hermosa está idea de volver a unir dos partes que estaban libres, en movimiento, separadas por millas y por años.
Para mi sorpresa, y creciente angustia, el antónimo de "símbolo" es "diablo", proveniente del griego diábolos; compuesto por dia que significa "a través", y, de nuevo, ballein. Este atravesar algo hasta separar las partes suele asociarse con las calumnias, pero vamos ahora a centrarnos en lo fundamental: existen fuerzas que desunen a los hombres, contraria a los símbolos que los congregan.
Conviene advertir que ninguna dualidad es sencilla. Los símbolos servían de contraseña entre los iniciados a los misterios paganos.
En un país no todos pueden pensar igual (...) "Lo peor que puede sucederle a un país es formar una sola unidad". Además de imposible, resultaría aburridísimo y hasta sospechoso
Estas señales secretas luego serían adoptadas por los primeros cristianos para reunirse eludiendo a sus perseguidores. De manera que todo lo que nos acerca a unos, suele alejarnos de otros, y generalmente con la misma intensidad.
Añádase, para compli car más las cosas, que tanto nuestro castellano "diablo", como el anglosajón "devil", puede que no provengan de ese "diabolos" tan conveniente y explicito. Hay una versión que propone un origen proto-indoeuropeo aún más remoto: Deiwos, que significaba "resplandeciente". De esta misma raíz puede provenir incluso el griego Theos y el latín moderno Deus. Es fascinante que dios y el diablo tengan un mismo origen, y, además, muy lógico, pues en oposiciones tan absolutas los extremos tienden a rozarse.
Los árabes inventaron una expresión referida a la esencia misma de esa oposición entre dos fuerzas: "Satanás", que significa "adversario". Y aquí, de nuevo, existe otra versión anterior, porque "Satán" puede también referirse a un "torbellino de polvo", figura muy temida entre los pueblos del desierto y propicia a las confusiones y la oscuridad.
Aunque la oscuridad no ha sido siempre una característica de lo diabólico; recuérdese que Deiwos tiene que ver con lo que resplandece. Un ejemplo aún más elocuente es "Lucifer", uno de los más elegantes sinónimos de Satanás, que significa "hacedor de la luz", y fue usado por algunos de los primitivos cristianos para referirse a Jesucristo e, incluso, a Dios.
Cuando el profeta Isaías se pregunta: "¿Cómo caíste del cielo, astro de la luz que te levantabas al nacer el día?", se estaba refiriendo a un poderoso rey de Babilonia que fue destronado, pero la frase también se ajustaba a la caída de Lucifer. Este "astro brillante" era el ángel más hermoso, el querubín protector, el músico, el director de la alabanza, el más encumbrado e intelectual, hasta que, al igual que las criaturas regordetas de Aristófanes, deseó ser superior a Dios. Ocurrió entonces una batalla sangrienta y Lucifer se precipitó a las sombras del infierno, pero sin perder la potente musicalidad de su nombre, hoy deformada por los cachos y la mala fama. Los resplandores políticos suelen seguir este mismo derrotero: primero iluminan, luego encandilan, y terminan por dedicarse sólo a delimitar dónde debe haber claridad y dónde no.
El mito del Diablo se consolidó en el concilio de Letrán como una manera de agrupar a Hades y Dionisios.
Allí también se puntualizó que el Diablo se hizo malo no por naturaleza, sino por libre albedrío; supongo que para evitar la excusa que todavía se anda esgrimiendo en defensa de curas pedófilos: "Si Dios actúa así con el demonio, ¿por qué no lo va a hacer con un hombre con pecados, como el padre Marcial Maciel?".
Este sincretismo es una tendencia cristiana que, para bien o para mal, logró unificar en una misma entidad a Lucifer, Satanás y Belcebú, figuras que para los judíos aún son entidades diferentes. Leo que en el judaísmo este Satán, o Shatán, se refiere a un ángel que viene a ser un fiscal acusador, capaz de someternos a pruebas que nos hagan esforzarnos en mejorar (justo lo que el concilio de Letrán abominaba), lo que equivale a una terapia por dolor. Esta catarsis puede confundirse con las pruebas que se inventa Dios en el Antiguo Testamento. Recuerdo ahora los agotadores versos del paciente Job: "Como alimento viene mi suspiro / como el agua se derraman mis lamentos. / Porque si de algo tengo miedo, me acaece, / Y me sucede lo que temo".
Las tres religiones monoteístas tienden, como toda religión que se jura dueña de la verdad, a asociar a los herejes e infieles con el Diablo.
Posiciones menos extremas ven en el diablo tan sólo una alegoría referida a las crisis de fe y a los individualismos demasiado especulativos.
Recuerdo un amigo sacerdote que proponía: --El infierno ciertamente existe, pero está vacío.
Lo que sí suele prevalecer, sea entre los que llenan o vacían el infierno, es la tendencia a satanizar al enemigo achacándole inf luencias de lo diabólico, o que trabaja a tiempo completo en esa empresa imperial.
Ese continuo impedir que se junte lo que puede y debe ser una unidad, no sólo se refiere a los hombres, también a los principios que nos permiten comunicarnos, entendernos.
En nuestro país esta disociación es casi imperceptible por lo constante. Ya no se reconocen entre si los proyectos y las ejecuciones, las faltas y los castigos, las acciones y los resultados. Sirva de ejemplo lo disímiles que resultaron los porcentajes de votos y de diputados en las últimas elecciones legislativas. Aquello fue un ejercicio, casi exacto y ciertamente cruel, sobre cómo demostrar con cifras una absurda discordancia.
Es dif ícil encont ra r una mitad más quijotesca que la oposición al chavismo, un 50por ciento más capaz de avanzar sin líderes, sin prebendas ni regalos, amenazada, perseguida, trampeada, abaleada, abandonada, engañada, defraudada, constantemente insultada y dispuesta a marchar a través de fracasos terribles. Ganar un referéndum tan decisivo como el de evitar la reelección indefinida, para que lo repitan a los pocos meses, y seguir participando en elecciones, es la medida de su tragedia y de su grandeza.
Ante tantas desventajas hay que asumir lo que decían del Quijote: "Su obligación no es triunfar ni andar alegre sino ser coherente".
Ese continuo impedir que se junte lo que puede y debe ser una unidad, no sólo se refi ere a los hombres, también a los principios que nos permiten comunicarnos, entendernos
Pero la escisión más grave ocurre entre la realidad y la ficción. Las experiencias reales parecen haber estado totalmente separadas de sus consecuencias emocionales. Esta renuncia a la función integradora de los símbolos conduce a la locura. En nuestro país se trata de una enfermedad que no hemos querido compartir ni asumir.
Cuando una mitad del país califica a la otra de loca, se está hablando de una esquizofrenia que necesariamente incluye a ambas partes, una enfermedad que le impide a nuestros huesos juntarse, convirtiéndolos en los sables de una mediocre esgrima.
Resulta muy fácil endosar a nuestro presidente este afán de impedir que nuestro país unifique sus esfuerzos y desarrolle todo su potencial, pues él mismo se encarga de ejemplificar esta tendencia. La promociona oliendo azufre por donde pasan sus enemigos y la confirma anunciando el aplastamiento de sus opositores, cuando estos constituyen una mitad de Venezuela que él debe presidir y salvaguardar tanto como a la otra. Un presidente no puede olvidar nunca su inmensa carga arquetipa l como padre de una gran familia.
La obsesión por mantener irreconciliables a nuestros huesos, se exacerba cada vez que el presidente constata la existencia de las dos mitades. "¡Vengan por mi!", exclamó en la última elección, como si se tratara de un enemigo que está más allá de una frontera, cuando todos los venezolanos son parte integral de su oficio y de su juramento.
Acabo de leer en la autobiografía de Karl Jaspers algo que tenía tiempo queriendo articular: "El hombre sólo llega a su propio ser por conducto del otro.
Llegamos a ser nosotros mismos sólo en la medida en que el otro llega a ser él mismo, a ser libres sólo en la medida en que el otro llega a serlo". Yo no quisiera tener cuatro orejas y dos vergüenzas, pero tampoco continuar esta manía nacional de avanzar cojeando sobre una pata, mientras la otra la malgastamos en incoherentes e improductivas zancadillas.
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