lunes, 13 de diciembre de 2010

mc, seleccionario cuatro


EL NACIONAL, Caracas, 6 de Julio de 2002
Manuel Caballero afirma que el Presidente se hizo solidario con unos pistoleros y nunca con las víctimas “La justicia para los crímenes de abril depende de la salida de Chávez”
El historiador cree que la responsabilidad desde la perspectiva jurídica tiene por lo menos dos elementos que inculpan al mandatario: autoría intelectual y complicidad, pero considera que la demanda más certera contra éste es la del caso del FIEM. Señala que el jefe del Estado tendrá que hacer horas extras para pagar por su crimen de malversación de los dineros públicos
Milagros Socorro

—La responsabilidad de Chávez en los crímenes de abril —dice Manuel Caballero— debe analizarse desde tres ángulos: el político, el moral y el jurídico. Desde el ángulo político, es evidente el compromiso del Presidente en esos hechos por su permanente campaña de odios; su contribución a la formación, entrenamiento y agitación de los círculos paramilitares, que, con su manía bolivista, ha querido llamar bolivarianos; y su negativa sistemática a ver la realidad: él continúa diciendo que la oposición es virtual, es decir, que es inventada por los medios de comunicación y que esas grandes movilizaciones de protesta no son más que montajes de la televisión... pero resulta que los muertos de abril no fueron virtuales, ni montajes, fueron muertos reales. Y todo indica que esos muertos cayeron por obra de gente armada con pistolas de nueve milímetros e integrante de los círculos bolivarianos, como se ha demostrado hasta la saciedad a través de los videos y documentos fotográficos que muestran a los pistoleros del puente Llaguno.

“La responsabilidad moral se desprende del hecho de que un presidente de la República, frente a una manifestación pacífica, no respondió como ha debido hacerlo, es decir, como el presidente de todos los venezolanos, sino como el presidente de una facción, lo que lo hace responsable de los crímenes cometidos ese día. Como si esto fuera poco, unos días después del 11–A pretendió disculpar a los pistoleros que acribillaron la marcha pacífica inventando la versión según la cual estaban actuando en legítima defensa, cosa que no se la cree ni él mismo porque si los francotiradores estaban actuando en legítima defensa, cómo es que habían acudido al lugar de la concentración con armas. El hecho de que estuvieran armados, y muy bien armados, indica que ya habían venido con la intención de agredir y que sus acciones eran premeditadas. El Presidente se hizo, pues, solidario con unos pistoleros, con el hampa, y nunca con las víctimas”.

“La responsabilidad desde la perspectiva jurídica tiene al menos dos elementos que inculpan al Presidente: autoría intelectual (por su incitación a la violencia), y complicidad, por haber participado en aquella reunión con José Vicente Rangel, entonces ministro de la Defensa, e Isaías Rodríguez, fiscal general de la República, donde se planificó el ataque a los manifestantes y la realización de una cadena audiovisual para tratar de impedir la difusión televisiva de la masacre”.

—¿Cree usted que esta diversidad de ángulos es, precisamente, el basamento de las demandas presentadas contra el Presidente? —Saltando de lo jurídico a lo campesino, mi abuela decía que muchas manos en el plato ponen el caldo morado. A mí me parece que en esta avalancha de acusaciones ante el Tribunal Supremo de Justicia pueden terminar debilitándose unos a otros, porque se le puede dar largas al asunto mientras se estudia cada uno de estos alegatos y así ir prolongando esta agonía en que vive Venezuela desde hace varios meses. De modo que habría que concentrarse en una sola de las acusaciones, aquélla que presente mayor evidencia de culpabilidad y que, sin lugar a dudas, no se pueda confundir con un señalamiento político, que es donde mejor se podría mover el Gobierno para ahogar las demandas en su contra.

—¿Cuál es, a su juicio, la demanda más certera, la más inapelable? —La del caso de malversación de los recursos del FIEM, sin duda alguna. Ese es un caso típico, evidente y, como si fuera poco, confeso, de malversación de fondos. Según mis cuentas, si Carlos Andrés Pérez fue condenado a cuatro años de prisión por 17 millones de bolívares, es decir, un año por cada cuatro millones sustraídos, a Chávez hay que meterle más o menos 575 años de cárcel, calculando con la misma proporción. Y, como se ha confesado culpable del delito, se le puede rebajar la pena a unos 200 o 300 años tras las rejas. Chávez tendrá que hacer horas extras para pagar por su crimen de malversación de los dineros públicos. —¿No es más grave la autoría intelectual, complicidad, todo lo que usted ha dicho, de parte del Presidente en los crímenes de abril? —Claro que sí, porque hay de por medio vidas humanas, víctimas y familiares que claman por justicia. Pero ya hemos visto cómo el Gobierno ha intentado confundir todo este asunto, ya lo hizo en la Asamblea Nacional, y seguramente lo hará también en el tribunal. En cambio, el desfalco del FIEM es un hecho concreto, no hay que darle muchas vueltas.

—Los sucesos de abril, ¿se parecen a algún otro episodio en la historia de Venezuela? —El 14 de febrero de 1936 se produjo una movilización de masas, la mayor que Venezuela hubiera conocido para el momento, que salió de San Francisco, de la vieja Universidad, hacia Miraflores. A pesar de que se habían producido algunas muertes en la mañana (porque a la policía había agredido a tiros a unos manifestantes que se habían congregado desde temprano en la plaza Bolívar, a una cuadra de la Universidad, lo que se supo muy rápidamente en toda Caracas porque la radio lo difundió) la gente, en lugar de atemorizarse por las víctimas de la mañana, lo que hizo fue salir a manifestar en la tarde, como ya estaba pautado, para protestar contra la censura de prensa. Así se produjo la mayor concentración que se hubiera visto en el país en toda sus historia, prácticamente toda la Caracas adulta estuvo allí, incluyendo a las mujeres, que hasta ese momento habían tenido muy poca participación pública. La marcha salió con una sola consigna: ¡A Miraflores! Y llegó hasta Miraflores. ¿Y qué pasó cuando la multitud llegó allí? Pues que el presidente de la República, general Eleazar López Contreras, salió a recibir a los manifestantes acompañado de su esposa, aceptó reunirse con una delegación de los manifestantes, encabezada por Jóvito Villalba (quien, en su nerviosismo habitual, comenzó a golpear la mesa del Presidente con la pajilla y tuvo que ser llamado a capítulo por uno de los edecanes, Santiago Ochoa Briceño —el padre de los Ochoa Antich—, por estarle faltando el respeto al Presidente), recibió el pliego de peticiones y, lo más importante, lo cumplió. —¿Qué fueron a pedirle? —En primer lugar, el levantamiento de la censura de prensa, que había sido establecida el día anterior. Y luego, la destitución del general Galavís, que era el gobernador de Caracas, a quien le atribuían los manifestantes la masacre de la mañana; el cambio del gabinete ministerial y de varias políticas. López Contreras no sólo destituyó a Galavís sino que cambió el gabinete, nombrando ministro de Educación a Rómulo Gallegos, que era el ídolo de los estudiantes de la época; y pocos días después publicó su famoso Programa de Febrero, en el cual recogía gran parte de las proposiciones presentadas por la oposición. La gran diferencia entre los dos presidentes es abismal: con su conducta en aquella circunstancia, López Contreras demostró que era un gran mandatario, el hombre que condujo a Venezuela en la transición de la tiranía a la democracia. No creo que se pueda decir algo similar de Chávez.

—¿Hubo justicia para esos muertos del año 36? —Hubo investigación, pero la justicia de entonces era muy lenta. No tengo noticia de que se hubieran esclarecido esos crímenes.

—¿Será más ágil en esta oportunidad? —Con todos sus defectos, la justicia del pasado era más confiable que la actual. Ahora no es un problema de celeridad, sino de desinterés en aplicarla.

—¿Qué cree que va a ocurrir con los crímenes del 11–A? —Eso depende de que Chávez salga del poder. Si se queda, va a echarle tierra a esos crímenes, va a empatucar el proceso, como ya lo ha hecho; y al final van a ser los muertos quienes agredieron con sus cuerpos a unos pobres pistoleritos que estaban disparando unas balitas.

—Depende de que el Presidente abandone el poder, en qué margen de tiempo, porque en algún momento lo hará.

—Si Chávez no sale del poder antes de finalizar el período, conseguirá los medios para quedarse, como él dice, hasta el 2021, y posiblemente más allá, hasta que Rosinés pueda ser candidata y sucesora de la monarquía. O sale ahora o tendremos que calárnoslo por mucho tiempo. Esto puede parecer pesimista, pero es así.

—Lo que no suena es realista. ¿Cómo que si no sale en unos meses no sale en años? —Lo que hay que tener muy claro es que un régimen no cae porque sea malo. Según eso, el general Gómez debió caer después del 18, por lo menos. Un régimen cae porque lo tumban, porque es débil frente a la presión de la sociedad. Y en Venezuela se corre el riesgo, porque ningún país puede vivir mucho tiempo en esta tensión, de que esa presión de la calle derive en apatía y ahí se pueda sentar Chávez por mucho tiempo. Las recientes experiencias de América Latina, así como de Filipinas y de Serbia, dan lecciones muy elocuentes de lo que puede hacer la presión de las masas en la calle: a Collor de Mello, en Brasil, se le echó del gobierno a punta de manifestaciones.

–¿Usted no es de la opinión de que las manifestaciones y los paros lo que logran es atizar la confrontación de la que se alimentan Chávez y el chavismo? —En absoluto. Sería mucho peor que él, estimulando la confrontación como siempre lo ha hecho, no consiguiera rechazo de parte de la sociedad. Chávez había agredido muchísimo a la sociedad cuando ésta salió a la calle a manifestar contra él.

—¿Qué opina del referéndum? —Prefiero otra opción. Yo he planteado una solución intermedia: Chávez fue electo por cinco años, según la Constitución del 61, vigente al momento de su ascenso al poder, y después cambió las reglas del juego. No hay que olvidar que Betancourt fue electo bajo la Constitución de Pérez Jiménez y, sin embargo, no se aprovechó de que la nueva Constitución comenzaba en el año 61 para quedarse más tiempo. Betancourt se quedó cinco años, ni un minuto más. Lo que habría que imponer es que Chávez cumpla el período para el cual fue elegido, lo que nos permitiría salir de él en un año; y, como lo establecía la Constitución del 61, sin reelección inmediata.

—Esta propuesta no parece ser mayoritaria.

—No me caracterizo por estar con la corriente.

—Me refiero a que no hay muchos indicios de que vaya a prosperar.

—Hasta ahora nadie lo ha planteado, es verdad. Quizá porque nadie se ha detenido a considerar los evidentes visos de ilegitimidad que tiene el proyecto de Chávez de quedarse en el poder, por una vía supuestamente constitucional, cuando fue electo para gobernar por un período de cinco.

Betancourt contado por Caballero
Cada vez que Manuel Caballero se entera por los periódicos de que un amigo del Gobierno ha dejado de serlo para pasar a la oposición, recuerda el famoso cuento de Balzac, La piel de zapa, en el cual se va reduciendo la piel hasta que llega un momento en que desaparece y muere el personaje. “Eso es lo que le está sucediendo a Chávez”, asegura. Y si se le rebate diciéndole que con cada deserción el Gobierno consolida su apoyo duro en la calle, el historiador dice: “¿Tú estás muy segura de eso? Espero que no te bases en esas concentraciones que organiza el oficialismo, porque ninguna persona seria creería que exista alguien capaz de meter dos millones de personas en una avenida. Absolutamente nadie. De modo que esas son payasadas de Chávez. Pero el asunto clave es que cualquier gobierno puede llenar la avenida Bolívar, incluyendo el de Pérez Jiménez, que era tan impopular, lo difícil es que la llene la oposición, que no cuenta con los recursos y el aparato del Gobierno”. Finalmente, admite que sí hay un núcleo duro del chavismo pero aclara que se encuentra en franca reducción “y hoy no pasa de 12%”.

Caballero, cuya bibliografía rebasa los 50 títulos —suma de los que ha escrito en su totalidad y los que lo incluyen como coautor—, acaba de concluir el manuscrito de una “biografía intelectual” de Rómulo Betancourt, a quien le atribuye el mérito de haber inventado la política en Venezuela. Biógrafo también de Gómez, dice que éste y Betancourt son los dos venezolanos más grandes del siglo XX, “lo que no encierra ningún juicio de valor. No estoy diciendo que son buenos o son malos. Digo que son grandes porque son los que ocupan mayor espacio en el siglo. Después del paso de Gómez y de Betancourt por el poder, los venezolanos ya no somos los mismos”. Interrogado acerca de la posibilidad de que emprenda una biografía sobre el presidente Chávez, cuyo paso por el poder parece habernos cambiado también, responde enfático: “¿Cómo se puede hacer una biografía intelectual sobre Chávez? Es preciso que el personaje biografiado tenga primero un intelecto”.


El Nacional - Domingo 14 de Septiembre de 2003 A/6 / Política
NADA PARECIDO A LA IZQUIERDA“Un sólo hecho hace derrumbarse todas esas teorías sobre el Chávez izquierdista: la clase obrera organizada está contra él”.

Manuel Caballero (11/05/03) “Cualquiera otra cosa es el viejo retrogradismo que se propone imponer la historia desde los escritorios. Y nada a mayor distancia de la izquierda”.

Joaquín Marta Sosa (09/01/03) “La izquierda radical ha muerto como proyecto político viable, pero sus mitos están vivos, y su capacidad destructiva permanece incólume”.

Aníbal Romero (15/03/03) “Él no es un revolucionario ni un demócrata y menos un líder de izquierdista, marxista, socialista o comunista, como la derecha ha pretendido hacer ver”.

Aléxis Márquez Rodríguez (15/03/03) “En Venezuela no hay revolución, sino un pensamiento incoherente que no tiene nada que ver con el origen y propósitos de la izquierda” Luis Manuel Esculpi (11/04/03)


El Nacional - Sábado 28 de Agosto de 2004 C/4 / Papel Literario
Retrato de Manuel Caballero Almorzando con Manuel
Doctor en Filosofía por la Universidad de Londres y profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad Central de Venezuela, Manuel Caballero es autor de más de 50 libros.
YOLANDA PANTIN


¿Quién no conoce a Manuel Caballero?
Una vez nos invitó a mí y a unos amigos a un restaurante.

Caminamos hacia nuestra mesa como una modesta delegación que sigue a una estrella. Manuel saludó antes a los otros comensales.

Con el maitre vino el dueño del restaurante. No hizo falta ver la carta porque ya sabían lo que Manuel quería. Se acercó un espontáneo para decirle cuánto lo admiraba. Se tomó un Campari, comió con frugalidad, pidió dos tazas de café y luego durmió una pequeña siesta en la sobremesa.

Puede ser pesado queriendo llamar la atención. A mí no me lo parece porque en esas personas de carisma veo siempre una fragilidad.

Es malcriado. Manuel tiene, ya se sabe, un gran sentido del humor y eso hace que el resto del mundo desaparezca cuando está presente. Lleva la batuta desgranando un anecdotario infatigable. Donde quiera que esté saltan las chispas de un conversador brillante. Nada de lo que digan los otros puede competir con su elocuencia, así que hay que rendirse de entrada y aceptar su liderazgo. Le gustan las personas, disfruta del hecho de estar entre la gente. Las necesita.

No se cansa. Lo he visto sentado junto con las cabezas de la Coordinadora Democrática.

Tiene infinita paciencia. No es puntual pero aprovecha ese defecto a su favor. Llega tarde y al sentarse va al grano de una fastidiosa agenda que captó y resumió apenas cruzó la puerta. Es un hombre de firmes convicciones.

Es un actor.

Es impecable en su vestimenta.

Quiero decir: como pocas personas he visto. Me llama la atención la boina que lleva. Algo que le pertenece y que no está dispuesto a abandonar. Este historiador cuyo saber nos ha guiado por tan difíciles vericuetos se viste y se comporta como un adolescente. Eso se nota también en el tono de la voz. Todo el mundo que conozco tiene una anécdota que contar acerca de Manuel Caballero. Estuvo casado con una gran poeta. Es un provocador. Puede ser brutal.

Pero es compasivo y generoso.

El Nacional - Viernes 16 de Julio de 2004 A/4
Caballero: Batalla de Santa Inés no es ejemplo para los venezolanos
NAIR CASTILLO


El escritor Manuel Caballero advirtió durante un discurso en la Asociación de Ejecutivos del estado Carabobo, que la exaltación de las guerras federales, la batalla de Santa Inés, la sangre y la destrucción derivadas de estas contiendas no pueden ser los modelos que forjen y sigan las generaciones presentes y futuras del país.

“No podemos seguir mirando hacia atrás como ese disparate que es el caballito del escudo, así lo más seguro es que nos rompamos el cuello. Venezuela se bajó del caballo en 1903, lo hizo para seguir a pie su camino hacia los siglos futuros, que no puede ser el camino del reto del siglo XIX, sino el vuelo hacia el espacio, o sea el espacio del trabajo, de la organización, del conocimiento, el espacio de una Venezuela que no busca sus líderes-héroes entre los salteadores de caminos de hace un siglo, sino entre las fabulosas inteligencias del presente, cultivadas con tesón para competir con sus pares del mundo entero.

Ejemplo como el que nos dio en su corta vida uno de los cerebros mejor amueblados de nuestra historia, que es Luis Castro Leiva”, aseveró el autor de Gómez, el tirano liberal.

La ponencia del profesor jubilado de la Universidad Central de Venezuela inauguró la Cátedra Abierta Ciudadanía del Siglo XXI que la Secretaría de Relaciones Políticas e Institucionales del gobierno regional creó como parte del ciclo de conferencias Luis Castro Leiva, en el que participarán Manuel Felipe Sierra, Ángel Oropeza y Argelia Ríos.

Caballero apuntó que el futuro de Venezuela debe basarse en un desarrollo pacífico y permanente en aras de reconstruir el país.

Durante su discurso acerca de la influencia perniciosa de la violencia del siglo XIX en la Venezuela del presente, recordó la década que compartió junto con su amigo Castro Leiva, a quien consideró como una de las luminarias de las letras venezolanas.

Entre los propósitos de la cátedra, destacan: afianzar los valores democráticos mediante una labor de promoción de los principios y la práctica de una cultura democrática, fortalecer los mecanismos de solidaridad entre el gobierno carabobeño y la red de instituciones y organizaciones de la sociedad y desarrollar una cultura cívica fundamentada en la participación, la corresponsabilidad y la inclusión.

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