lunes, 13 de diciembre de 2010

... y el fin lo tiene lejos


17 / El Mundo / Sábado / Caracas , 19 de Febrero de 2005
Mario Vargas Llosa anuncia fin de la novela
Cumple 69 años y los festejará con su familia en París.
Escribe una novela romántica, de la cual ya tiene el título.
Cree que la democracia es un asunto muy serio para dejárselo a los políticos
Leopoldo Brown / Buenos Aires

De paso por Buenos Aires, Mario Vargas Llosa, el célebre escritor peruano -ganador del primer Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos por La casa verde- habló de su último libro, La tentación de lo imposible, un ensayo sobre su admirado Víctor Hugo y además, reflexionó sobre el compromiso de los intelectuales, atacó la literatura light, reveló lo que está escribiendo y además hizo sombrío pronósticos sobre el arte de la novelización.

En su diálogo a solas con la revista Ñ, Vargas Llosa respiró hondo y soltó, impecable e implacable, porciones generosas de su pensamiento.
• Novela y compromiso -Como uno de los autores que protagonizó el boom de la literatura latinoamericana, hoy, en perspectiva, ¿cómo siente ese fenómeno?
-Para mí la historia del boomsignificó el descubrimiento de América Latina. Yo no me sentí un escritor latinoamericano hasta que fui a Europa. Antes para mí lo que existía era el Perú, Francia y la novela norteamericana y algunas otras pocas cosas que llegaban desde Buenos Aires a través de la revista Sur.

Pero en Europa fue donde yo descubrí que había un mundo al que yo pertenecía, que tenía una historia común con otros autores que estaban produciendo una literatura muy interesante, muy rica, muy diversa.

Para mí eso fue el boom: descubrir mi condición de latinoamericano, descubrir una literatura que en ese momento estaba en la vanguardia, sin ninguna duda, una literatura muy creativa desde el punto de vista formal, de la creación técnica, de experimentación. Además fue una época de amistades, de compañerismo. Fue un período muy eufórico. Ahora, lo que ha quedado de eso, pues bueno, el tiempo que va haciendo sus discriminaciones, eliminando ciertas cosas, rescatando otras...

-Hoy la literatura latinoamericana ya no tiene esa proyección...

-Es que ha desaparecido la novedad también, ¿no? En lo años 60 el mundo descubría que América Latina existía desde el punto de vista literario. Ese descubrimiento ya se hizo, y lo que hay hoy es una realidad donde América Latina sigue generando escritores, algunos destacados, algunos que pasan las fronteras y otros que no, con intereses que van por distintos lugares, pero que mantienen cierta vitalidad.

-Durante las últimas elecciones presidenciales en EEUU, el escritor Jonathan Franzen dijo que lo mejor que podían hacer los escritores era abstenerse de opinar sobre política; que a la gente no le interesaba su opinión. Usted siempre defendió la idea del intelectual comprometido.

-Hay a quienes no les interesa participar en debates cívicos o políticos, y eso es respetable. Pero todos somos ciudadanos, y como tales debemos tener una responsabilidad moral. Creo que se ha dado un fenómeno muy interesante entre los intelectuales de las sociedades que se han ido democratizando.

Nada politiza tanto a los intelectuales y a los artistas como la falta de libertad. En las sociedades autoritarias, los intelectuales generalmente han estado a la vanguardia de la resistencia contra las dictaduras.

Esa situación politiza a artistas, a intelectuales y a la cultura en general. Cuando caen las dictaduras y se instala la democracia, hay una despolitización de la cultura, que nadie decide ni ordena, pero que es una consecuencia natural de un nuevo estado de cosas. Porque en una democracia la expresión del descontento, de la crítica, del debate, en todos los campos de la vida social, encuentra otras vías de expresión, y entonces muchos artistas e intelectuales van replegándose de las actividades cívicas y se concentran en su campo específico de creación.

-Eso a mí me parece que es un error, porque no es bueno que la democracia quede sólo en manos de una clase política. No digo que haya que ejercer una militancia política profesional, pero sí que haya algún tipo de compromiso cívico de los artistas e intelectuales. Una cultura que se desinteresa de los problemas del hombre común, a la corta o a la larga se irá destrozando.

-Usted se caracteriza por ser un hombre de obsesiones y también de pasiones. Los dos últimos años concentró su energía en escribir un ensayo sobre Víctor Hugo y su novela -Los miserables-, que acaba de publicar. ¿En qué se diferencia la pasión que se pone en una obra de estas características, con la que se vuelca al escribir una ficción?
-Bueno, es muy semejante. En un momento dado, una investigación deja de ser un fenómeno puramente racional y se vuelve también un fenómeno afectivo, sentimental; eso me ha pasado con Víctor Hugo, que además es un personaje entrañable y fascinante. A mí me deslumbra cómo una persona que se pasó la vida escribiendo, que dejó una obra tan inmensa, al mismo tiempo vivió tanto. Porque Víctor Hugo no es un hombre que se la pasara en una biblioteca. No:
hizo todo, vivió su época hasta los tuétanos, y a la vez escribió muchísimo y toda su experiencia la volcó en la literatura. Por eso su obra, aunque muy desigual a veces, es una gran obra literaria, un testimonio extraordinario de su época. Y eso es algo que yo admiro muchísimo en un escritor. Yen Los Miserablesél volcó prácticamente toda su experiencia vital.

-Sus dos últimas novelas están basadas en personajes reales: “La fiesta del Chivo” en el dictador dominicano Leonidas Trujillo, y “El paraíso en la otra esquina” en Paul Gauguin y su abuela Flora Tristán.

¿Esto fue premeditado?
-Reales hay que ponerlo entre comillas, porque están inspiradas en personajes reales, pero son más bien personajes literarios; le deben mucho más a la literatura que a la historia. Están hechos con palabras, están hechos con una dosis muy fuerte de fantasía, de imaginación, más que sobre el material histórico.

Y probablemente lo añadido a ellos ha sido mucho más importante que lo tomado de la historia.

Así que sí, están basados en personajes reales, pero el proceso de elaboración de la historia ha sido el mismo que cuando invento...

Nunca invento todo, siempre hay partes que surgen de experiencias, de recuerdos, de imágenes. Luego, los temas se le imponen a uno, ¿verdad? En realidad son temas que están dando vueltas allí, y sólo cuando estoy terminando un libro y empiezo a sentir la angustia, tú sabes, el vacío de: “bueno, voy a terminar este libro...” .

-¿Y ahora qué?
-¿Y ahora qué? Ese vacío a mí no me gusta nada, es una sensación que detesto. Por eso, cuando termino un libro, procuro inmediatamente comenzar otro. Ya tengo el título, si no se me ocurre cambiarlo más adelante: se llamará Travesuras de la niña mala, y es una novela de amor. Es la primera vez que me meto con una historia de amor, o sea que es un desafío bastante difícil.

Sobre todo en esta época, en la que todo parece estar ya dicho y contado en lo que se refiere al amor, ¿no? Pero será una historia romántica, con el romanticismo propio de nuestro tiempo. Por otra parte, será una novela que está situada en distintas ciudades y en distintas épocas; y sólo es autobiográfica en cuanto a que yo viví en esas ciudades en las épocas en que ocurren estas historias. Son historias completamente inventadas, y al mismo tiempo que son historias autónomas, son capítulos de una historia que las engloba a todas.
• Novela light -Últimamente hizo unas declaraciones algo apocalípticas con respecto al género de la novela: dijo que así como la conocemos, no sobrevivirá al siglo XXI.

-Espero equivocarme con eso de que la novela está en peligro, y que sea una profecía totalmente errada. Creo que se empobrecería mucho la vida sin novelas. Pero nosotros hemos vivido en nuestra época fenómenos tan extraordinarios, que nada se puede excluir. Todo puede ocurrir, eso está demostrado.

Hoy en día está de moda un tipo de novela ligera, light. Novelas como Los Miserables, como el Ulisesde Joyce, La montaña mágicade Thomas Mann, o como Rayuela o Adán Buenosairesen la Argentina, donde hay casi una vida detrás volcada, eso no está de moda. Los escritores hoy están impacientes, escriben rápido, quieren tener éxito cuanto antes. Y el público tampoco está dispuesto a hacer el esfuerzo de una lectura sostenida. Entonces lo que está de moda es la novela light, ésa es la realidad. Hay algunas excepciones: ciertas novelas light light son magníficas, brillantes, pero la tendencia es un poco preocupante.

-¿Y qué pasa cuando ese tipo de novelas hacen que la gente se acerque a los libros?
-Eso es muy bueno, eso está muy bien. Es preferible que la gente lea, aunque sea literatura de muy escasa calidad. Ahora, hay un tipo de literatura que en lugar de crear lectores para la buena literatura, los vacuna contra la buena literatura.

Si El Código da Vincial final a ti te produce un extraordinario placer y lo que buscas son obras que sean equivalentes, entonces tú nunca vas a poder leer el Ulises, nunca vas a leer a Proust, ni vas a gozar con Borges. Yo creo que esas otras lecturas en cierta forma te vacunan, así como las telenovelas te pueden cancelar completamente la sensibilidad para gozar de un tipo de teatro de gran refinamiento, por ejemplo. Porque esas obras, algunas muy bien hechas, que te capturan la atención muy rápidamente, son obras descomplicadas, que no ponen en ejercicio tu inteligencia ni tu capacidad de raciocinio, que no te plantean dudas o problemas. Son una agradable ensoñación, casi como tomarse un tranquilizante: te descansan, te sedan un poco, pero eso crea lectores pasivos, lectores que son los espectadores de telenovelas. ¿Qué inconveniente tiene eso?: que rápidamente puedes llegar a descubrir que si eso es lo que te interesa, entonces ¿para qué leer? Hay un cine, una TV que te da eso mismo.

La buena literatura necesita lectores que sean activos, que estén dispuestos a enfrentarse a la complicación, que trabajen codo a codo con el autor, con su imaginación, con sus conocimientos, para poder disfrutar cabalmente la obra. Cosas como El Código da Vinci están totalmente reñidas con eso, es una literatura de otra naturaleza.

-Hay un debate entre los escritores que defienden la literatura de la experiencia, más cercana al lector, y una meta-literatura, que apunta más a los escritores y lectores letrados.

-En ambas literaturas hay distintos niveles de calidad. Puede haber una literatura libresca, entre comillas, que sea inmensamente creativa y vital. Es el caso de Borges: sus obras están hechas a partir de libros, su material son muchas veces ideas de filósofos, de poetas, de literatos.

Ahora, eso no le resta vitalidad ni frescura. Lo que pasa es que llega a través de experiencias intelectuales, que es la materia que más utilizaba Borges, y eso no se puede decir que sea una literatura cortada de la vida, una literatura para académicos o profesores. Para nada: es un tipo de literatura que exige ciertos conocimientos, que exige un esfuerzo intelectual para poder aprovechar el alimento que contiene, pero que es absolutamente vital. La prueba es que está viva, y cada vez tiene más lectores. Al mismo tiempo tú tienes una literatura hecha de la experiencia que puede ser muy mala, que puede ser muy pobre, muy superficial o mecánica. Es un problema de nivel de calidad en cada uno de estos géneros. Si me preguntas qué tipo de literatura hago yo, creo que es una literatura más fundada en la experiencia vivida, pero eso no me impide disfrutar también de la experiencia leída.


Es preferible que la gente lea, aunque sea literatura de muy escasa calidad.

Ahora, hay un tipo de literatura que en lugar de crear lectores para la buena literatura, los vacuna contra la buena literatura


El teatro fue su primer amor
Mario Vargas Llosa cumplirá 69 años de residencia en esta tierra el próximo 28 de marzo y piensa festejarlo con toda su familia en París, aprovechando un combo triple: su cumpleaños, el de su hijo mayor, Álvaro, y el Doctorado Honoris Causa que la Universidad de la Sorbona le entregará el 10 de marzo. Recientemente quiso ver el nuevo montaje de La señorita de Tacna, pieza suya estrenada mundialmente en Buenos Aires (1981), y que casi un cuarto de siglo después presenció desde la fila 9 del teatro Maipo, interpretada por la misma actriz de entonces, Norma Aleandro. El autor aplaudió con ganas junto a su mujer Patricia y su hijo del medio, Gonzalo, arrastrado desde Panamá donde trabaja como funcionario de un organismo de las Naciones Unidas.

“El teatro fue mi primer amor”, dijo el novelista peruano. Y habrá que creerle: aunque no lo contó entonces, desde hace más de 50 años lleva en su billetera, como un amuleto que morirá con él, los retazos deshilachados y amarillentos del programa de mano de la primera obra de teatro que escribió en su vida: La huida del inca, interpretada por un elenco escolar cuando tenía 16 años. Correcto, prolijo, disciplinado y formal hasta el último de sus mechones color ceniza, Vargas Llosa no suele revelar estas intimidades frente a un pelotón de periodistas, pero sí fue capaz de sazonar la charla con recuerdos de la tía abuela, que le inspiró La señorita de Tacna, y detalles de su nuevo libro, La tentación de lo imposible (un ensayo sobre Víctor Hugo y Los miserables). A esta altura ya se pueden deducir tres o cuatro cosas del autor de Conversación en la Catedral:
que es bastante familiero, que los premios y distinciones -excepto el esquivo Nobel- le llueven como agua de diluvio, que no le da respiro a las páginas de su pasaporte y que profesa la religión del intelectual comprometido con los temas de su tiempo, sin entrar en el detalle de los puertos en los que suele amarrar su ideología.

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