lunes, 13 de diciembre de 2010

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EL NACIONAL - Lunes 13 de Diciembre de 2010 Cultura/4
El historiador y periodista falleció ayer a las 8:30 de la mañana
Se fue Manuel Caballero, ese río siempre sonoro
Autor de más de 50 libros y una de las mentes más lúcidas del país, fue columnista de El Nacional desde 1965 hasta 1991
DIEGO ARROYO GIL


"¡Usted dirá!". Así contestaba el teléfono Manuel Caballero, lo mismo a amigos que a desconocidos. Era una frase dicha por una voz con mucha energía, la voz de un hombre que daba la impresión no tanto de estar apurado como de estar siempre haciendo una cosa que valía la pena hacerse y que, por ende, si se trataba de hablar, había que ir al grano. Pero, además, era una frase dicha de una manera tal que, aunque se hubiera escuchado un montón de veces, cada vez era una sorpresa. Nunca se sabrá si también quería con ella causar un poco de risa al interlocutor. Si algo tenía Manuel Caballero es que no hacía nada sin humor.

Falleció ayer, ya se sabe.

Tempranito porque tempranito era su hora. "Yo escribo bien de mañana porque luego de las 9:00 empiezan a llamarme los periodistas", largó un día, con esa gracia suya tan característica que le permitía echar broma con eso de que él era una persona importante, solicitada e imprescindible. La gente se rió, y él también, porque sabían que era verdad.

Lo llamaba todo el mundo.

Y no sólo los muchachos. Cada vez que hace falta que alguien explique el país ­como si eso fuera posible­ se apela al final a la misma gente.

La de siempre. ¿A quién más? Han dedicado su vida a pensar a la nación. Incansablemente y con cariño. Caballero se encontraba entre los primeros de esa lista. Y como cada día, sobre todo últimamente, hace falta que alguien explique el país, el teléfono sonaba con frecuencia. Menos mal.

Por lo demás, era de esos historiadores que han vivido la historia, pero no como historia, claro, sino como vida. Manuel Antonio Caballero Agüero, nacido el 5 de diciembre de 1931, en Caracas (que no en Barquisimeto, adonde llegaría un mes después), no había cumplido los 20 años de edad cuando fue extrañado del país, el 4 de agosto de 1952, con destino a Francia. Tan pequeño y tan valiente, había sido protagonista de manifestaciones contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, considerada durante bastante tiempo como la última del siglo XX.

"Hace algunos años, se me pidió una opinión o una reminiscencia de nuestra generación intelectual (la de los grupos Sardio y Tabla Redonda); la que en los años cincuenta se opuso a la dictadura militar. Mi respuesta puedo citarla tal cual, pues sigo pensando lo mismo: fuimos una generación de contemplativos que una pasión moral llevó a la acción. El aborrecimiento del militarismo y de la dictadura nos llevó a la cárcel primero, al exilio después". Así lo escribió él mismo en un texto evocativo sobre una de las grandes amistades que echó sus bases en esa época, la que mantuvo con Jesús Sanoja Hernández.

Allí mismo también señala algo que es fundamental y es que la preocupación central de quienes formaban parte de esos grupos "no era la de tomar el poder, sino la de tomar la palabra". Fue el comienzo de un largo camino intelectual y, por tanto, de la construcción de un ejemplo. Cada día más, la militancia partidista se convertía en ejercicio político. De allí que no riñeran sus filiaciones (comunista, socialista o cualquiera otra) con el oficio periodístico ni historiográfico, en los cuales descolló. Ni tampoco, está de más decirlo, con su filiación mayor: la de la democracia, de la cual decía que era "un estado de conciencia".

Conviene recordar que Caballero era individuo de número de la Academia Nacional de la Historia y que alcanzó la titularidad como profesor de la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela, de la que fue director. Igualmente, lo conocieron como docente en la Universidad de Nápoles, Harvard y otras tantas. Por cierto, es hecho notorio que el primer libro escrito por un venezolano publicado por la editorial de la Universidad de Cambridge es suyo. Fue el trabajo que lo graduó de doctor en la de Londres.

Fue columnista de El Nacional desde 1965 hasta 1991. Lo fue luego de El Diario de Caracas y, desde hace algunos años, de El Universal. A la par que sus lectores leían su última columna ayer por la mañana, los noticieros informaban de su muerte, que ocurrió a causa de complicaciones de una intervención quirúrgica.

Manuel Caballero fue amigo de mucha gente. Uno de sus más entrañables es Rafael Cadenas, que se encuentra en estos momentos fuera del país.

Él, en quien se hacen más sinceras las comunes alegrías y las comunes penas, quizás esté de acuerdo con que se ceda la última palabra a Hanni Ossott, también poeta y de quien había enviudado el historiador.

Es de ella ese verso que habla, como si fuera de él, de un "río siempre sonoro".


El caballero Manuel
SIMÓN ALBERTO CONSALVI

Ayer al amanecer, Manuel Caballero cerró los ojos y le dijo adiós a todo esto.

Le dio una mirada final a su colección de tallas de la Divina Pastora, su patrona guara que el descreído guardaba con amor, y después paseó la mirada por el estante donde alumbran los 50 libros que había escrito.

La vida le dio lo mejor que se le puede pedir, talento y gracia, agudeza y arte de ingenio, como lo recomendaba el maestro Gracián.

Manuel fue gran historiador y periodista infatigable, conversador con sentido del humor que deleitaba a sus alumnos y a sus amigos, escritor, en una palabra, que supo combinar la "prosa de prisa" (así llamada por Nicolás Guillén) con la del académico. Manuel fue seducido por el siglo XX venezolano y sus protagonistas de primer orden: Juan Vicente Gómez y Rómulo Betancourt, los antípodas de la centuria, sobre los cuales reflexionó con persistencia y buena fortuna. Atraído por los debates políticos de su tiempo, estudió uno de los fenómenos de mayor influencia en una generación clave de nuestra historia: "La Internacional Comunista y la revolución latinoamericana", tesis con la cual obtuvo su doctorado en la Universidad de Londres. Fuimos amigos de medio siglo. Ahora retorno a nuestros días de Washington cuando fue a investigar en los Archivos Nacionales.

Entonces las circunstancias nos permitieron mayor acercamiento. En la Academia de la Historia éramos vecinos y me hará falta. Miro ahora todos sus libros editados por Alfa y pienso que ahí está él. Buen amigo, buen adversario, desnudó sin miedo esta década lóbrega que le tocó vivir como una pesadilla de la que ahora la muerte lo redime.

EL UNIVERSAL, Caracas, 13 de Diciewmbre de 2010
CABALLERO, EL FUEGO DEL REBELDE ETERNO
ROBERTO GIUSTI

Inquieto, atrevido, respondón y retrechero, como estudiante del Liceo Lisandro Alvarado, lo botaron faltando un mes para graduarse de bachiller, debió culminar terminar sus estudios en Valencia y terminó en una pensión de mala muerte, en el centro de Caracas, )Pensiòn Caraota) donde compartía una maloliente y estrecha habitación con Eleazar Díaz Rangel y Rafael Cadenas.

En Caracas, aún miembro de AD, ingresó a la facultad de derecho de la UCV, pero embebido en el trabajo clandestino (confiesa haber participado en fallido complot para asesinar a Pérez Jiménez) poca atención le prestó a profesores como Jóvito Villalba o Rafael Caldera. En febrero de 1952 participa en el asalto a la Universidad Central de Venezuela (UCV) con un grupo de estudiantes y va a dar a la cárcel del El Obispo junto con Díaz Rangel y Sucre Figarella. De allí lo enviarían a la Cárcel Modelo y seis meses después le ofrecen la libertad a cambio del exilio.

Viajes y militancia
En París y sin beca, inicia estudios de Ciencias Políticas con Maurice Duverger, pero una vez más lo absorbe la vida política. Viaja a Rumania y allí, en el Festival de las Juventudes, luego de descubrir las penurias de la vida en el comunismo, se monta en un escenario y a capella interpreta un golpe tocuyano que deja estupefactos a los jóvenes europeos.

Cuando ya había decidido dejar Acción Democrática e incorporarse al Partido Comunista ) cae preso por no tener sus papeles en regla, aun cuando sus amigos sospechaban que ese fue el pretexto del Gobierno francés para ponerlo fuera de circulación por presiones de la dictadura perezjimenista.

Lo encierran con los presos comunes y aprende las técnicas de los chulos franceses gracias a dos de ellos, con quienes compartió cautiverio durante cinco meses, "aunque nunca las puse en práctica".

De vuelta a Venezuela hace periodismo militante, funda la revista Mesa Redonda, es jefe de redacción de El Mundo, escribe en panfletaria La Pava Macha y Rómulo Betancourt se convierte en la víctima de sus terribles artículos, todos teñidos de un humor negro que nunca lo abandonaría.

Durante ese tiempo inició sus estudios de historia y aunque, como lo confiesa, nunca fue un alumno de 20 (estaba muy ocupado con trabajos alimenticios y políticos) tampoco fue mal estudiante.

Cuando en 1962 es proscrito el Partido Comunista de Venezuela (PCV), junto con Jesús Sanoja Hernández, es uno de los pocos militantes que se salvan de la cárcel, la clandestinidad o la guerrilla.

La dirección del partido se niega a enviarlo a la montaña porque "no es capaz de manejar un rifle" e hicieron bien porque la palabra siempre fue el arma más efectiva de Manuel.

Antimilitarista, crítico de la visión mística de Bolívar, mamador de gallo consuetudinario, Manuel Caballero tuvo la suficiente capacidad autocrítica, aunque su temperamento beligerante a veces lo negara, para reconocer sus errores y modificar actitudes.

Su visión de Betancourt se atemperó con los años y pudo tomar distancia para escribir un libro fundamental y desapasionado sobre el fundador del partido AD.

Entrega a la historia
En 1971 se declaró en rebeldía contra la dirección del PCV y se fue con un grupo disidente para fundar el partido MAS, aunque en 1998 se iría con cajas destempladas luego de que anunciara su apoyo a la candidatura de Chávez.

Pero ya en la década de los años 80 se fue consolidando el Caballero reposado.

Asume la dirección de la escuela de Historia de la UCV, es acogido por la Academia de la Historia, obtiene un PHD en la Universidad de Cambridge y ésta publica su ensayo Latin American and the Comintern, que una vez traducido al español se convertiría en obra de necesaria consulta para estudiar la actual situación venezolana.

Poco después de morir su madre, María Antonia y a meses de cumplir los 50 años de edad, se casó con el gran amor de su vida Hanni Ossott, en una relación tierna y compleja que se mantuvo hasta la muerte de ella (31 de diciembre de 2002).

Por esos años comenzó a escribir en el diario El Universal y su columna dominical, la última de las cuales se publicó ayer, mostró un talento y una profundidad que con la madurez nunca perdió el fuego de la rebeldía, concentrado en sus últimos años en un solo objetivo: "Yo nunca tuve dudas de que Hugo Chávez era un hombre arbitrario, de una pobreza intelectual impresionante , un bruto, nada más que un tirador de paradas".

Ilustración: El Nacional, Caracas, 13/12/10

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