jueves, 30 de diciembre de 2010

doce años o campanadas


EL NACIONAL - Jueves 30 de Diciembre de 2010 Opinión/7
Doce años y dictadura
LUIS UGALDE

Doce son muchos años para un gobierno. En diciembre de 1998 Chávez ganó la Presidencia. Triunfo esperable a la luz del desastre de los últimos gobiernos y la muy lamentable campaña de los partidos tradicionales; pero el buen médico no es el que más denuncia y rechaza la enfermedad, sino el que sabe curar. A la luz de los lugares comunes de los golpistas y de una izquierda trasnochada incapaz de entender las razones de la caída del Muro de Berlín, tres meses antes del triunfo electoral chavista afirmamos en el artículo "El gobierno de Chávez" (El Universal, septiembre, 1998) que íbamos hacia "una especie de suicidio colectivo". En los partidos tradicionales el panorama no era mejor.

Lamentablemente, la realidad ha sido mucho peor que nuestro temor. Incapaces de aprender de sus errores y corregirse, finalmente se quitaron la máscara: aceleran la implantación de lo que Raúl Castro llama "precipicio" sobre el abismo: "O rectificamos o nos hundimos", dice reconociendo errores graves que ­según él­ son "consecuencia del excesivo enfoque paternalista, idealista e igualitarista que instituyó la revolución en aras de la justicia social". Lo mismo que se quiere aquí, presentando como paraíso de la felicidad el precipicio que lleva al abismo. Modelo malo para la gente, pero con ilusión para perpetuarse en el poder.

En Venezuela la primera esperanza se volvió cenizas tras doce años de promesas sin realidades. La inflación desatada, la actividad productiva en descenso, la corrupción desbordante y descarada, la inepta gestión gubernamental, la inseguridad y el crimen sin freno, la persecución y obstáculos contra lo que no sea el partido único y su gobierno; ya no hay propaganda que oculte el desastre.

Doce son los años de la democracia venezolana entre 1958 a 1970 cuando en el Gobierno se sucedieron cinco presidentes, Larrazábal, Sanabria, Betancourt, Leoni y Caldera. Distintos y discutibles, pero todos hilvanando el mismo tejido de la democracia pudieron lo nunca conocido en Venezuela en siglo y medio tras la Independencia.

Con el precio del petróleo a menos de 10% del actual y sin IVA se alfabetizó como nunca, se multiplicaron las escuelas, los servicios de salud la seguridad social pública, las universidades abrieron sus puertas a la gente sin recursos, se desarrollaron las industrias básicas, las empresas para la sustitución de importaciones, creció el empleo urbano y se aceleró la construcción de viviendas baratas con el Banco Obrero y Vivienda Rural, también la reforma agraria, la electricidad y la vialidad rural llegaron a las aldeas. Todo con inflación muy baja y alto crecimiento sostenido, a pesar de la crisis de 1959-61. La corrupción no era ni la sombra de la actual y los gobiernos que perdían elecciones entregaban el poder a los opositores.

Ciertamente, en 1998 reinaba la indignación y debido a la ruina e irresponsabilidad de las élites, triunfó la esperanza de la mayoría. Los pobres se sintieron de nuevo en el centro de la política y del afecto del Presidente, cosa importante y prometedora. Pero lejos de gobernar se proclamó la "revolución" palabrera y el núcleo dictatorial de su fracasado golpe militar se reforzó con la "dictadura del proletariado", es decir dictadura del partido y de su caudillo único. Este híbrido de imposición militar y de estatismo de partido único sin división de poderes del Estado no puede llevar sino al "precipicio" anunciado por Raúl Castro.

La nocturna aprobación decembrina de una veintena de leyes anticonstitucionales no ha hecho sino poner al descubierto las cartas dictatoriales ya conocidas. Habilitar al Presidente hasta el año 2012 para que la Asamblea Nacional no pueda legislar es claramente ilegítimo y va contra la vigente Constitución bolivariana y los derechos humanos fundamentales. Los demócratas, que representamos más de 80% de venezolanos (chavistas y no chavistas), tenemos la difícil tarea de seguir defendiendo la Constitución democrática y no reconocer las leyes que la violan. No queremos un gobierno inepto y dictatorial empeñado en arrojar al país por el precipicio cubano. Nos espera un año muy duro, pero la creatividad de los demócratas con coraje deberá encontrar caminos de vida y de nueva esperanza que a gritos pide el país.

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