lunes, 13 de diciembre de 2010

mc, seleccionario cero


http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/6629-la-ausencia-de-un-imprescindible
La ausencia de un imprescindible
Antonio Sánchez García
A Manuel Caballero, in memoriam

“Pero hay hombres que luchan toda la vida:
Esos son los imprescindibles.”
Bertolt Brecht

Hemos perdido esta mañana, para nuestro inmenso dolor, a uno de los más tenaces, insobornables, lúcidos y combativos luchadores contra la barbarie dominante. Uno de los historiadores más completos y comprometidos con nuestras tradiciones libertarias, un demócrata a carta cabal, Manuel Caballero no cesó hasta su último suspiro de enfilar su espíritu y sus esfuerzos vitales en combatir lo que consideraba la peor herencia de nuestras más sórdidas taras genéticas: el militarismo autocrático que hoy se enseñorea en el Poder.

Su razón era tan sencilla como trascendental: el militarismo es la peor desviación heredada de nuestra historia, producto de la guerra, del desentendimiento, de la prepotencia y los abusos de quienes se apropiaran de las armas de la República para satisfacer sus ambiciones de Poder. La autocracia,

la más infame de nuestras perversiones. Nadie ha representado mejor esas lacras de la venezolanidad que el teniente coronel que hoy usurpa el Poder. Nadie ha traicionado de manera más completa y rotunda nuestras tradiciones libertarias que esa oportunista izquierda castro comunista que se le ha postrado, en un acto de obscena traición a sus principios para poner un país que fuera soberano a los pies de los tiranos de una nación que se mantuvo al margen de nuestras luchas más emblemáticas por la conquista de nuestra Independencia. Una tiranía que incapaz de sobrevivir por sus propios medios parasita de las riquezas de otros.

Desde que asomara la garra del golpismo venezolano – en sus dos vertientes, la militar de los coroneles y la civil encabezada por los notables – Manuel Caballero no cesó de denunciarla, previniendo a quienes escuchaban su sabio consejo y la voz de la historia que representara de manera tan ejemplar, contra las indeseables consecuencias de permitirles el acceso al Poder. Afincando sus análisis en la nunca resuelta contradicción entre la civilidad y el mundo uniformado, entre la democracia aspirada por la sociedad civil y la siempre amenazante sombra de la dictadura cobijada en los cuarteles. El 4 de Febrero lo reafirmó en sus principios civilistas alzando su voz contra los coroneles y el peligro de no ponerles freno ante el riesgo de su acción destructora, nunca tan viva y alienante como en el presente, cuando al militarismo de las armas se suma su absoluta carencia de estatura moral.

Jamás dejó Manuel Caballero de profesar sus ideales socialistas. Militó desde su juventud de manera consecuente y activa en las filas del Partido Comunista, para sumarse al MAS que fundaran sus entrañables amigos Pompeyo Márquez y Teodoro Petkoff. Y aunque militó en filas contrarias a las de Rómulo Betancourt, supo valorarlo en todas sus virtudes y reivindicar su obra ante el embate de la barbarie. Sus críticas a la traición a los fundamentos democráticos y libertarios del socialismo, que lo convirtieran en un anti estalinista consecuente, lo llevaron a denunciar con sarcasmo y agudeza la traición del socialismo castrista que hoy acompaña la danza de lobos que persigue la destrucción de la Patria.

Lo honraremos continuando sus luchas. Hasta ponerle fin a la barbarie. Entre tanto, paz a sus restos.


http://www.analitica.com/va/arte/oya/6697025.asp
Para leer a Manuel Caballero
Roberto J Lovera De SolaLunes, 12 de abril de 2010

Gracias, amigos y amigas, para acudir a esta sesión de los “Tertulieros se reúnen” para conversar con Manuel Caballero sobre sus libros. Gracias también a la historiadora María Elena González Delucca y a la antropóloga Michelle Ascensio para ayudarnos hoy en el proceso mayeútico de alumbrar los por qué de la escritura de este vasto escritor venezolano, quien al hacer su autorretrato señaló: “Sólo he amado con pasión dos cosas en mi vida: los libros y las mujeres… Nunca he logrado expresarme de otra forma que no sea emborronando cuartillas. Por eso, creo tener autoridad suficiente para decir que la de escritor no es una profesión ni un oficio, sino un destino. Y nadie huye a su destino” (“Defensa e ilustración de la pereza”, Caracas: Alfadil, 1998,p.21). A lo cual añadió una observación fundamental: “Hay una idea corriente de que ‘escritor’ solo puede llamarse quien produce obras de ficción. Pero una prolongada relación con la mesita y la máquina de escribir me ha llevado a concluir que no existe escritura que no lo sea” (p.22). A lo cual habría que añadir que no es sólo escritor el que escribe poemas, narraciones u obras de teatro. También escritores son los críticos literarios porque sin la imaginación andando es imposible comprender y analizar las obras literarias. Así todo crítico también es un creador.

Pero caminado hacia nuestro invitado de esta tarde debemos confesar, después de mucho leerlo, siempre con aquella fruición que aconsejaba Jorge Luis Borges (1899-1986), que no deja de ser tarea dificilísima definir los contornos de su obra porque como humanista todo lo humano le interesa y sus intereses, por ello, son múltiples.

Ante Manuel Caballero cabe una constatación que nos hemos hecho ante el espectáculo del escribir venezolano: a fines del siglo pasado o al principios de este se extinguieron, por razones biológicas, los pensadores y ensayistas del siglo XX. El maestro Arturo Uslar Pietri (1906-2001), el hombre siglo, el hombre país, los presidió. Dejaron también de vivir cinco figuras que ahora tanta falta nos hacen, para hacer luz en todo lo que nos sucede, Juan Nuño (1927-1995), Carlos Rangel (1929-1988), José Ignacio Cabrujas (1937-1995), Tomás Polanco Alcántara (1927-2003) y el patrón de esta casa Francisco Herrera Luque (1927-1991). Pero fallecidos todos han venido los que debían tomar sus banderas en las manos y seguir iluminándonos. Para nosotros, y no es un elogio vacío, ni una expresión de afecto, sino una constatación crítica, quien los encabeza hoy es Manuel Caballero. Después vienen los demás.

Y está frente a todos porque igual que aquellos que se nos fueron es Manuel Caballero por sobre todo un humanista. Lo es, entre las muchas definiciones que esta posición ante el mundo ha sido bautizada, porque, como dijo el francés Pierre Henri Simón (1903-1972), es el que ejerce esa “actitud del pensamiento que comporta dos afirmaciones esenciales: existe una naturaleza humana; y lo humano se caracteriza por la vida del espíritu” (“Proceso al hombre”, Caracas: Universidad Central de Venezuela,1962,p.9). Y es desde esa atalaya que Caballero mira al mundo y expresa con su palabra su comprensión de ese universo.

Pero Caballero, con ser siempre un humanista, se expresa vaciando sus textos en diversos modos, sólo que sin bajarse nunca, ni siquiera en sus llamados libros orgánicos, de la actitud del ensayista, de la mirada del ensayista. Siempre cuando redacta los suyos, cuando ejerce como columnista político, como crítico literario, que lo es aunque pocas personas se hayan dado cuenta de ello, como historiador, como biógrafo, es siempre un ensayista. Por ello no es casual que una de las mejores exploraciones del género entre nosotros haya sido concebida por él, tal “El desorden de los refugiados”, que dio título a un libro suyo. Esto de ser siempre ensayista lo hermana con el mayor de todos los que hemos tenido: Mariano Picón Salas (1901-1965).

Y, desde luego, es el coralario, Caballero escribe bien, muy bien, inmejorablemente, porque es un estilista, la mas alta escala del ser escritor. Uno de esa gran familia que hay en nuestra literatura y entre nuestros historiadores: Rafael María Baralt (1810-1860), a quien José Antonio Ramos Sucre (1890-1930) aconsejaba como modelo para aprender a escribir, José Gil Fortoul (1861-1943), Caracciolo Parra Pérez (1888-1964), Eduardo Arcila Farías (1912-1996), Guillermo Morón (1926), José Luis Salcedo Bastardo (1926-2005). Y, ahora, Manuel Caballero, cuyo lenguaje siempre acaricia la mente y el corazón de quien lo lee.

Y en cuanto a su método de trabajo debemos señalar que él, todo escritor sabe que debe hacerlo, ha señalado, que el arte de tachar forma parte del trabajo de todo escritor (“Defensa e ilustración de la pereza”, p. 6-8) tiene este modo de trabajar, que hay que subrayarlo para mejor comprenderlo: siempre así se trate de una reedición reescribe sus libros, los pule, de punta a punta, por lo cual los resultados son óptimos. A veces algunas de las nuevas ediciones de sus libros no son tales, como sería el caso de la segunda aparición de “El orgullo de leer” o de “La pasión de comprender”, en los cuales eliminó algunos textos, introdujo otros y a todos los volvió a revisar desde la primera la última línea. Hizo aquello que Octavio Paz (1914-1998) llamaba “Edición corregida y disminuida”. Y, claro al final, sólo podemos decir de sus libros: por sus frutos los conoceréis. Los suyos vienen del grano de mostaza bien cultivada, aquella de la parábola del Evangelio.

Y dicho esto, porque lo que nos proponemos esta tarde es dar una mirada al conjunto de su escribir, debemos señalar que no es nada fácil trazar segmentos al examinar la obra de Manuel Caballero. Si lo hacemos es por mero afán de precisar y describir porque toda ella se nos presenta como una unidad, como un conjunto pese a su diversidad.

Hay en su escribir libros que podríamos denominar orgánicos. Tal “El desarrollo desigual del socialismo y otros ensayos polémicos” (Caracas: Editorial Fuentes, 1970. 235 p.) que tiene un gran valor, y resiste una lectura actual, lo hemos comprobado hace poco. Y su sentido es, aunque no sabemos si todos saben que el gran debate sobre el socialismo, tras los sucesos de Praga en 1968, fueron hechos desde Venezuela y por tres pensadores venezolanos: Caballero en el libro que hemos citado, Teodoro Petkoff en “Checoeslovaquia, el socialismo como problema” (Caracas: Editorial Fuentes,1969) y Ludovico Silva en “Sobre el socialismo y los intelectuales” (Caracas: Ediciones Bárbara, 1970. 85 p.). Esto sólo nos daría materia para toda una aproximación. Y está vivo, más allá del hecho de que Leonid Brezhnev (1906-1982) haya apostrofado públicamente el de Petkoff, lo que le dio relevancia mundial a aquel planteamiento. Tiene presencia viva el libro de Caballero hoy por el debate sobre el socialismo que se realiza entre nosotros desde que el Hegemón actual inventó algo que no existe en la teoría política: el Socialismo del siglo XXI y ello nos llevó a volver a los estantes en donde teníamos guardados nuestros libros sobre socialismo y marxismo, los cuales hemos releído para replicar a tanta descarada, e inculta, proposición. Por ello ya que el libro de Teodoro Petkoff haya sido reeditado, como “El socialismo irreal” (Caracas: Alfa, 2007. 307 p.), debe hacerse tanto con el Manuel Caballero, plenamente vivo y con el breve del inolvidable Ludovico Silva (1937-1988). Y por cierto pronto deberá corregir Teodoro Petkoff la injusta referencia que hace en ese libro (p.125) del poeta Joseph Brodsky (1940-1996): torcida y falsa en todo sentido. Brodsky era en aquel momento un disidente y un perseguido. Y el inmenso Brodsky es ahora Premio Nobél de Literatura (1987). Y cerremos: los sucesos checos del sesenta y ocho significaron el inicio del fin del socialismo autoritario, así lo creemos.

Creemos que podemos decir hoy que Manuel Caballero es un postcomunista pero una persona que estudió hondamente el marxismo, en el que militó, y se preocupó de su influencia en nuestro continente. De allí dos libros suyos tan destacados como “La internacional Comunista y la revolución latinoamericana” (Caracas: Ediciones Nueva Sociedad, 1987. 271 p.), originalmente escrito y publicado en inglés, fue su tesis de doctorado. Tal exploración había sido anticipada, a nuestro entender, por “La Internacional Comunista y América Latina: La sección venezolana” (México: Siglo XXI Editores, 1978. 175 p.) después, muy corregido, llamado ahora “Entre Gómez y Stalin” (Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1989. 286 p.). Estos asuntos aparecen incluso, desde otros ángulos, en muy largos pasajes de “El discurso del desorden” (Caracas: Alfadil, 1987. 189 p.).

Y ya que hemos hablado sobre su versación en el marxismo debemos añadir otra, para nosotros, un humanista cristiano, notable, es esta: es Manuel Caballero uno de los mejores conocedores entre nosotros, sobre todo entre los de su generación y entre los de la de izquierda, del hecho religioso, de las diversas religiones, de los asuntos teológicos y bíblicos. Es casi imposible encontrarle un gazapo, más bien lo que nos hace es alimentarnos con su saber en ese campo.

Entre los que hemos denominado sus libros orgánicos se encuentra “Las crisis en la Venezuela contemporánea” (Caracas: Monte Ávila Editores, 1998. X,177 p.), el cual nos permite mirar casi toda la historia de nuestro siglo XX atravesándolo con el estudio de sus crisis, fenómeno previamente tan bien precisado en la teoría por él. Al leerlo a veces uno está tentado a pensar que su génesis de esta obra está en “Las Venezuelas del siglo XX” (Caracas: Grimaldo, 1989. 306 p.) aunque en este hay mas que las solas crisis.

“Por qué no soy bolivariano” (Caracas: Alfadil, 2006. 219 p.), es libro unitario, aunque concebido a lo largo de mucho tiempo, meditando largamente en su tema central: el culto venezolano al Libertador. Y consideramos orgánico también los ocho ensayos de “Contra la abolición de la historia” (Caracas: Alfa, 2008. 195 p.) por tocar temas y asuntos focales para el entendimiento de nuestro tiempo venezolano. Allí, en el palique final, deja establecido el esquema para un libro que podría titularse “Venezuela en el siglo XX” y que nadie mejor que él está destinado a escribirlo.

Hemos dejado para el final la mención a un libro suyo magnífico, pero mal titulado, no por su culpa sino por los intereses comerciales de su editor madrileño. Es “La gestación de Hugo Chávez”, (Madrid: Catarata, 2000. 167 p.) en el cual el Poseso, como lo llama el gran Zapata, sólo aparece en las páginas del golpe del noventa y dos y en las últimas diez y nueve hojas. En verdad el nombre de este libro es el que aparece como subtítulo “40 años de luces y sombras en la democracia venezolana” y ello porque es el más comprensivo examen que se haya publicado sobre la democracia nacida el cincuenta y ocho. Por ello debemos pedir a su autor que lo reedite con ese cognomento para que así sea apreciado, leído y discutido por los venezolanos. Es obra singular en el tratamiento de su tema.

Caballero se llama así mismo “historiador de lo político”. Esto puede verse en las dos apariciones, no son exactamente dos ediciones, de “La pasión de comprender” (Caracas: Ariel,1983. 175 p.; Caracas: Alfadil, 2005. 243 p.), en el inmensamente incitante “Ni Dios y Ni Federación” (Caracas: Planeta, 1995. 307 p.) e incluso en su “Revolución, reacción y falsificación” (Caracas: Alfadil, 2002. 223 p.).

El columnista de opinión, siempre culto y zahorí, aparece en obras como “El mundo no se acaba en diciembre” (Caracas: Ediciones Centauro, 1973. 278 p.), “Contra el golpe, la dictadura militar y la guerra civil” (Caracas: Edciones Centauro, 1998. 176 p.), cuya reedición urge porque todo lo sucedido desde 1992 acá esta allí apuntado con verdadera anticipación, como lo está también, en su cara militarista, en “La peste militar” (Caracas: Alfa, 2007. 219 p.).

Al imprimir en volúmenes sus trabajos políticos deseamos hacerle una sugerencia: que como se trata de escritos políticos, hijos de sus horas, al editarlos les ponga las fechas en que fueron impresos por vez primera. Con ello adquirirían mayor sentido y porque todo el que escribe sobre el suceder de cada jornada lo hace en día y hora fija, puesta a andar la pluma por sus acontecimientos.

El biógrafo lo encontramos en “Gómez, el tirano liberal” (Caracas: Monte Avila Editores, 1993. 383 p.), el quinto gran libro sobre aquel personaje que tenemos. Los otros son los de Domingo Alberto Rangel (“Gómez, el amor del poder”, 1975), Ramón J. Velásquez (“Confidencias imaginarias de Juan Vicente Gómez”, 1979), Tomás Polanco Alcántara (“Juan Vicente Gómez, aproximación a una biografía”, 1992) y Jorge Olavarría (“Gómez, un enigma histórico”, 2007).

Igual singularidad tiene “Rómulo Betancourt, político de nación” (Caracas: Alfadil, 2004. 477 p.). Allí se ha vuelto a cumplir un hecho: los mayores estudiosos del hombre de Guatire han sido sus adversarios, marxistas o socialcristianos, entre los últimos cabe muy bien el padre Arturo Sosa Abascal.

Creemos que el amplio estudio sobre este líder se originó en su “Rómulo Betancourt: política y populismo en Venezuela” (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina,1971), aquí leído en su reedición como “Rómulo Betancourt” (Caracas: Ediciones Centauro, 1977.302 p.) ya que el folleto original circuló muy poco en nuestro país, tenemos en nuestras estanterías una de esas raras copias.

El renglón del biógrafo lo cierran, en este momento, los perfiles insertos en su Dramatis personae.

Caballero, y lo hemos dicho es un crítico literario, tiene la cultura y buril para hacerlo. Quien desee comprobarlo deberá repasar sus escrituras. El primer conjunto de ensayos, diríamos que más literarios, están en su “Ve y toma el libro que está en la mano de Ángel” (Caracas: Editorial Ateneo de Caracas, 1979. 248 p.), otros están en su “Defensa e ilustración de la pereza”, (Caracas: Alfadil, 1998.160 p.), “El orgullo de leer” (Caracas: Alfadil, 2003. 238 p.), cuya reedición no puede considerarse segunda edición, según su método de trabajo, excluyó algunos textos e incluyo otros que no estaban en la primera (1988), en “El desorden de los refugiados” (Caracas: Alfadil, 2004. 255 p.), en la primera parte de sus “Polémicas y otras formas de escritura” (Caracas: Alfa,2008. 191 p.) y en el sabroso “No más de una cuartilla” (Caracas: Alfa, 2009. 316 p.), la que nos ha dado motivo para nuestra reunión de esta tarde.

Creemos que aquí está Manuel Caballero. Es mucho lo que de su escribir se ha ordenado en libros, aunque sin duda en su archivo aun quedan muchos papeles. No lo dudamos.

Y para cerrar apenas una idea de los porqués de esa preciosa y deliciosa obra que es “No más de una cuartilla”. Dice Caballero “Nos proponemos reducir el ensayo a su mínima expresión, sin convertirlo en aforismo, así llegue a veces a contenerse en apenas una línea” (p.17). A la vez él, lo dice en la página final, no desea se vea este libro “como una simple libreta de anotaciones, un fichero o una red para no dejar las ideas de cada día” (p.316). Si es cierto que son ensayos contiene también aquellas ideas que todo escritor redacta, a la vez que trabaja sobre otros asuntos, dejando consignado un pensamiento que le viene y no desea perder, a veces se levanta de la cama para anotarlo y así no pederlo. Son ideas para más adelante, pero bien atrapadas siempre. Todos los escritores tienen, ahora en el disco duro de sus computadoras, ese especial memorial de todo aquello que viene a su mente cuando leen o escriben, y a veces cuando sueñan. Este libro a la vez, que es distinto a los “mini-ensayos” de nuestro querido maestro Luis Beltrán Guerrero (1914-1997) y tiene un hondo sentido y grande valor dentro de la meditación ensayística venezolana.

En el libro de Caballero “El discurso del desorden” está la famosa frase que le dirigió (junio 16,1983) Gonzalo Barrios (1902-1993): “Los adversarios suelen ser amigos que no se conocen” (p.7): lo cual fue una grande confesión de tolerancia, la cual poseyó en grado sumo el político adeco, hombre de excepción, lo supimos bien quienes los tratamos con afecto y gozamos de su conversar, de su sabia intuición política, de sus mucho saberes surgidos de sazonadas lecturas y de sus consejos gastronómicos. Pero además esta frase también empapa las reflexiones, exploraciones y análisis de Manuel Caballero: él piensa por sí mismo y siempre está lejano a pretender imponer sus conclusiones a nadie. No en vano ha sido buen lector de Voltaire (1694-1778).

(Leído en la sesión de “Los tertulieros se reúnen” en la Fundación Francisco Herrera Luque la tarde del Jueves 19 de Noviembre de 2009 en la cual también participaron la historiadora María Elena González Delucca y la antropóloga Michelle Ascensio).



El Nacional - Jueves 13 de Mayo de 2004 B/8
Manuel Caballero: El político es intelectual o no es político
Con Alfadil Ediciones, saca a la calle dos nuevos volúmenes de ensayos: El desorden de los refugiadosy Dramatis personae, que serán presentados esta noche a las 7:00 en la Librería Alejandría del Paseo Las Mercedes. El escritor también anuncia la próxima publicación, por parte del Fondo de Cultura Económica, de la biografía de Rómulo Betancourt
RAFAEL OSÍO CABRICES


“Afortunadamente, los libros han tenido una gran acogida del público, tengo una gran satisfacción”

Fue el primer autor venezolano en ser editado por la Universidad de Cambridge. Tiene casi 40 años como columnista de periódicos. Es uno de los más influyentes historiadores del país. Pero no se cansa.

Dos nuevos títulos antológicos pasan a acrecentar su ya ancha bibliografía.

Los nuevos van por caminos cercanos. El desorden de los refugiados parte de algo que dijo Balzac:
que el periodismo era el refugio de los desordenados. Caballero hace una introducción en la que voltea esa idea a beneficio del papel del ensayista. Contiene textos como “Para una lectura política de los 400 años de El discurso del método de Descartes”, y ensayos sobre Rafael Cadenas, la novela histórica y de anticipación, anécdotas de Juan Vicente Gómez, la palabra “decadencia”, el idioma de Cantinflas, el petróleo y la literatura, Salvador Garmendia, Álvaro Mutis, los grandes escritores de Medellín y hasta las caricaturas de Rayma. Algunos son inéditos.

Por su parte, Dramatis personae tiene 12 ensayos biográficos. Tres son inéditos: los que se ocupan de Mariano Picón Salas (que cierra el libro, aunque no aparece en el índice) y Eleazar López Contreras, escritos para esta recopilación, y el que examina la obra de Ramón J. Velásquez. Los otros nueve son perfiles de Rafael Caldera, Arturo Uslar Pietri, Pompeyo Márquez, Augusto Mijares, Carlos Andrés Pérez, Gonzalo Barrios, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Mario Briceño Iragorry y Luis Castro Leiva.

Los innumerables
–¿Se cumple en Venezuela aquella máxima de Carlyle según la cual la historia es el conjunto de los hechos de los grandes hombres?
– Dramatis personae tiene un epígrafe de Carlyle: History is the essence of innumerable biographies.

Él decía también que es la esencia de innumerables biografías, que pueden ser las de todo el mundo.

Siempre se ha pensado que Carlyle sólo se refería a los grandes hombres. Aquí habla de los innumerables, de todos. También se puede interpretar que en innumerables biografías, lo que sirve de base es la Historia. A nadie medio serio se le ocurriría decir que Venezuela es sólo un producto de grandes hombres, pero tampoco que la historia se produce por fuerzas que no tienen nada que ver con la voluntad humana. Lo importante de este libro es que es una historia intelectual de personalidades civiles, de una u otra manera; con la excepción de López Contreras, que era militar, pero que fue el primer Presidente civilista del siglo XX.

Hay una idea central: el político es intelectual, o no es político.

–Lo que estamos viendo en el presente es bien distinto.

–Bueno, ésa es su conclusión; yo he escrito sobre otra gente, siempre dentro de mi combate permanente contra el militarismo y el personalismo y la visión heroica de las cosas, a lo que contribuyo con este libro de historia intelectual.

–¿Fue el siglo XIX un siglo de militares y el XX de civiles?
–Por supuesto que no. En el XX gobiernan Castro, Gómez, Pérez Jiménez y ahora este ciudadano teniente coronel. Lo que he dicho antes es que la historia republicana de Venezuela se divide en dos partes, el siglo XIX de la guerra y el XX de la paz.

–El título de Dramatis personae parece sugerir que los prohombres son el reparto de una gran representación, un montaje teatral. ¿Somos los demás simples espectadores?
–Toda la historia es siempre un drama y a veces una comedia.

Los demás no somos necesariamente espectadores. Ninguna de estas personas se mueve en un ámbito absolutamente individual, nadie lo hace. En la historia no hay diferencia entre individuo y colectivo, Robinson Crusoe no existió en estado puro.

–¿El otro volumen, El desorden de los refugiados , insinúa por su parte que la inteligencia, más que nunca, es ahora un asunto de gentes escondidas, una actividad casi clandestina?
–Con ese título hablo sobre todo del carácter interrogativo, dubitativo, del ensayista. En este caso, la inteligencia siempre es un bien preciado; si la clandestinidad se confunde con el trabajo individual, pues sí, es también clandestina. En todo caso, el trabajo del ensayista siempre es individual.

–Usted ha desarrollado un gran esfuerzo en los últimos meses para publicar libros. ¿Qué espera de esa voluntad de comunicarse?
–Los libros han estado apareciendo en cambote por una decisión de mi editor. En general, son textos que he venido escribiendo a lo largo, a veces, de muchos años.

Son producto de un largo trabajo y es ahora que se han armado. Conjuntamente con trabajos centrales, como el que hice con Gómez, el tirano liberal, o la biografía de Rómulo Betancourt que va a publicar el Fondo de Cultura Económica, he hecho todos esos ensayos.


NOTITARDE, Valencia, 10 de Agosto de 1998
La vejez de Manuel Caballero
Guillermo García Ponce

En los años sesenta, Manuel Caballero fue columnista de todo o casi todos los diarios, semanarios, quincenarios, revistas y publicaciones que la izquierda venezolana editó para divulgar su política o enfrentarse a sus adversarios. Al revisar las colecciones de Clarín, Qué, El Siglo, Voz Popular, Deslinde, Tribuna Popular, Documentos Políticos, hay pocas ocasiones en las que, activo y combativo, no aparezca su firma o sus iniciales al pie de un encendido texto en defensa de las posiciones políticas e ideológicas consideradas entonces como la vanguardia revolucionaria.

En Deslinde, al asumir la defensa del Partido Comunista, atacado por exaltados "renovadores", en enero de 1969, decía: "Nosotros, comunistas, creemos que en verdad es necesario destruir ese aparato. Y lo creemos porque sabemos que la única manera de destruirlo es haciendo la revolución. No a la inversa... Los partidos revolucionarios deben soportar también, como los judíos del Antiguo Testamento, su travesía del desierto. Y es en esos períodos donde se hace necesario el mantenimiento, la consolidación de ese aparato..." (Deslinde, Nß 1, Caracas, 31-10-68). En octubre de 1969, expresaba su admiración por la Unión Soviética: "Por encima de los defectos que pueda tener la sociedad socialista y muy especialmente la soviética, una sociedad donde se ha eliminado la apropiación privada de los medios de producción, la última forma de la esclavitud de clases, es infinitamente superior a la mejor sociedad clasista". (Deslinde, Nß 11, Caracas, octubre 1969).

Manuel Caballero ingresó al PCV en 1953. En su solicitud de militancia comunista decía: "Yo, Manuel Caballero, estudiante y hasta hoy militante de Acción Democrática, pido ingreso en el Partido Comunista, el partido de Jesús Faría, el partido de los patriotas venezolanos". En los años siguientes, Manuel Caballero se convirtió en uno de sus principales voceros en periódicos, revistas y foros. En 1967 llegó a ser nada menos que director de Documentos Políticos, la revista teórica del Comité Central del PCV. Pero, además, como él mismo se jactaba, fue jefe de página de "Tribuna Popular", articulista, reportero y hasta participante en las brigadas de activistas que la vendían a pregón por las calles de Caracas.

Pero con el paso de los años se fueron reblandeciendo aquellos ímpetus juveniles revolucionarios. Caballero resbaló hacia otros campos. Dejó de ser el marxista-leninista que sostenía con pasión: "El marxismo es un método de interpretación de la realidad social en verdad, un intento totalizador" (Deslinde, Nß 12. 31-10-69). Ni aquel que se indignaba ante la agresión a Viet Nam: "Defender al pueblo de Viet Nam es defendernos nosotros mismos". (Documentos Políticos, Nß 4. Octubre 1967). Ni mucho menos el fervoroso admirador del "partido de Jesús Faría, el partido de los patriotas". Comenzó a copiar al carbón los textos de Trotski y Deutscher, editados en México por la Fundación Rockefeller. En 1987 hace una generosa contribución a la guerra fría con su libro "La Internacional Comunista y la Revolución Latinoamericana", elogiado clamorosamente por los círculos norteamericanos. Había terminado el ciclo juvenil. Llegó la vejez.

Desgraciadamente, la vejez de Manuel Caballero no es serena ni apacible. Ahora, más allá de sus 65 años, tiene terribles pesadillas. Militares que destruyen la democracia venezolana. El fascismo a las puertas de Miraflores. La guerra civil y el tumulto del populacho. Le aterra el caos que vendrá una vez que AD y Copei pierdan las elecciones. Es una vejez que jamás imaginó el joven Manuel Caballero, militante activo del "partido de Jesús Faría".




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