EL NACIONAL - Sábado 18 de Diciembre de 2010 Papel Literario/1
Manuel Caballero (1931-2010)
La obra de Manuel Caballero
RAFAEL ARRÁIZ LUCCA
De los historiadores venezolanos, el dueño de la escritura elocuente. Esto, para empezar, es lo primero que puede decirse de Manuel Caballero (1931-2010), el feraz historiador y periodista barquisimetano que recientemente abandonó este mundo, después de 79 años de reciedumbre y compromiso con sus ideas porque, hay que decirlo claramente, Caballero era un hombre de ideas, un intelectual.
Su trabajo comprende cinco líneas de realización. La primera (sin ella no hubiesen podido darse las otras): fue un lector de una voracidad legendaria. Lo había leído todo, o casi todo y, por supuesto, no sólo en su área profesional, sino en las aguas donde necesariamente abreva un hombre culto. La segunda, el periodismo (anterior a sus estudios formales de Historia en la Universidad Central de Venezuela y en la Universidad de Londres), lo ejerció toda su vida con una vehemencia como ha habido pocas entre nosotros. La tercera, el ensayo literario, que lo distingo de sus trabajos históricos porque se ha advertido poco y es notable, como lo señalé hace veinticinco años cuando publicó La alegría de leer.
Y cuando digo literarios señalo a la literatura como su epicentro. La cuarta, la docencia universitaria, el trabajo en el aula con los discípulos, donde pudo aquilatar sus hipótesis. La quinta y última del esquema, su obra de historiador, que incluye tanto sus investigaciones de largo aliento como sus ensayos de mediana y corta extensión.
La práctica cotidiana del periodismo fue llevando a Caballero a desarrollar una de las escrituras más amenas de nuestra historia. En paralelo con sus ejercicios de historiador, le permitió ensamblar un discurso de rigor científico que jamás olvidó que escribía para la gente, para ser leído. Este es uno de los rasgos más importantes de su obra: su poder de comunicación, elemento esencial que cuando no se posee, deja las investigaciones en un limbo al que acceden muy pocos, y su posible influencia se pierde en las sorderas del solipsismo.
Este no será el destino de la obra de Caballero.
Cuando vaya a hacerse una selección de sus artículos de prensa, quien emprenda la tarea tendrá un desafío titánico ante sí; me tocó enfrentarlo con los cincuenta años de Pizarrón, de Uslar Pietro, y me tomó semanas confeccionar una selección razonable.
El volumen de artículos de prensa de Caballero es probablemente similar y, que yo sepa, él no se animó a trazar los linderos de una antología, salvo haber recogido muchos de ellos en conjuntos de ensayos guarnecidos bajo distintos títulos. Sus artículos de opinión se encuentran en El Nacional, El Diario de Caracas, El Universal y Tal Cual, y su labor semanal comenzó en 1965, de modo que se trata de cuarenta y cinco años de articulismo febril. Está por hacerse esta antología, que debe incluir su conocido pseudónimo Hemezé.
El ensayo literario de Caballero requiere una explicación: no pretendió jamás inmiscuirse en los cotos de la crítica literaria, pero tampoco se abstuvo de comentar libros y obras completas de autores de la literatura con resonancias políticas, históricas o simplemente personales. ¿Por qué habría de hacerlo? Por otra parte, no deja de ser un dato curioso que las primeras publicaciones suyas estuvieron más en los predios del ensayo que de la investigación histórica. Más aún, si pulsamos su cronología advertiremos que Caballero comenzó a publicar libros cuando era un hombre cercano a los 50 años.
Lo que quiere decir que su obra, de alrededor de treinta títulos, la escribió en un vértigo de tres décadas en las que no dejó de trabajar ni un solo día. No obstante, el primero que alardeaba de perezoso era él, precisamente en ejercicio de su famoso humorismo.
De hecho, una de las anécdotas que juraba era cierta, pero siempre creí que era fruto de su imaginación, refería al hecho siguiente: una periodista lo estaba entrevistando en su casa y le preguntó cómo había hecho para escribir tantos libros. Entonces, intervino la señora de servicio y dijo, zafrisca y refistolera: "mija, ese señor no hace nada, se pasa la vida escribiendo".
De su actividad docente el propio Manuel casi no hablaba. En varias oportunidades lo llevé a discurrir ante mis alumnos de la Universidad Metropolitana, que seguían el curso con su libro Las crisis de la Venezuela contemporánea 19031992 (1998) y, la verdad, es que quedaron impresionados del cortocircuito que había entre la elocuencia de la escritura y las dificultades que padecieron para comprender bien lo dicho por Caballero, entre dientes y sonreído. Pero la docencia es una faceta del profesor, la otra es la investigación, y allí Caballero le exprimió el jugo a los archivos, si es que semejante cosa es posible.
Su quinta faceta es en la que sus aportes serán imposibles de obviar, por más que sus enemigos se lo propongan. Su primer trabajo de envergadura es su tesis doctoral en la Universidad de Londres, publicada luego por Cambridge University Press, La internacional comunista y la revolución latinoamericana, cuya versión en español es de 1987, circunstancia que lo invistió de un honor singularísimo: ser el primer venezolano que vio editada una obra suya en una casa editorial de más de cuatro siglos de andadura.
Luego, su estudio Gómez, el tirano liberal (1993), es de los mejores trabajos de interpretación que se han escrito sobre la época y la figura enigmática del dictador tachirense. Su largamente esperado libro sobre Betancourt, intitulado Rómulo Betancourt, político de nación (2004) es, simplemente, lo mejor y lo más completo que se ha escrito sobre la vida y obra del guatireño. Como vemos, los dos personajes centrales de la Venezuela política del siglo XX estuvieron bajo su lupa, y es que esa fue la centuria que se dedicó a estudiar. A la ya citada obra sobre las crisis de la Venezuela contemporánea se suma el publicado este año, su último libro de largo aliento, Historia de los venezolanos en el siglo XX (2010), que comenté en el momento de su aparición. Antes, en 2008, se editó Contra la abolición de la Historia, que recoge el Discurso de Incorporación a la Academia Nacional de la Historia, y otros ensayos de teoría histórica, acaso sus piezas teóricas más importantes sobre la tarea del historiador.
A estas obras mayores se suman diversos libros de ensayos. Entre ellos, privilegio La pasión de comprender (1983), en él se encuentran verdaderas joyas del género ("Gonzalo Barrios un segundón de primera"); Dramatis personae: doce ensayos biográficos (2004), aquí se recogen algunas de las semblanzas más agudas que se han escrito sobre López Contreras, Uslar Pietri, Caldera y Ramón J.
Velásquez. Conviene recordar ahora que desde hace unos diez años la editorial Alfa creó la Biblioteca Manuel Caballero, por iniciativa de Leonardo Milla, ámbito donde se viene publicando su obra completa y los inéditos que surgieron en la última década, de modo que el lector tiene a mano un corpus organizado por su propio autor, felizmente.
Al final de este brevísimo recorrido por una tarea signada por la fertilidad, es evidente que Caballero nos deja una obra de radical importancia, indispensable para comprender el siglo XX venezolano, período en el que se concentró su trabajo. También nos deja una manera de estar en el mundo y combatir por enmendarlo. Esta disposición, por cierto, tuvo mucho afán en los años recientes en que no envainó su espada verbal ni un solo día para desafiar al militarismo y el totalitarismo reinante.
En lo personal, lo recordaré siempre como el amigo cercano que fue desde mi temprana juventud. Imposible olvidar que siempre atendió mis llamadas de sabueso en busca de una presa, y generosamente me dio pistas para alguna investigación. Me hará mucha falta Don Manuel. Sospecho que si marco su número telefónico alguien contestará del otro lado diciendo, como siempre: "Usted dirá". Aunque Manuel era agnóstico, reconocía que la Divina Pastora hacía milagros, a ella lo encomendamos.
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