lunes, 13 de diciembre de 2010
¿hay aforo para lw?....
EL NACIONAL - Lunes 29 de Noviembre de 2010 Opinión/12
Libros: Ludwig Wittgenstein (I)
NELSON RIVERA
Jardinero, mecánico, lingüista, maestro de escuela, arquitecto, investigador y filósofo.
Durante la guerra fue camillero y trabajó en un laboratorio. Sus padres provenían de familias judías convertidas al protestantismo (también he leído que la madre era católica). Ludwig Wittgenstein (1889-1951) fue el menor de ocho hijos. Su padre, Karl Wittgenstein, hombre excéntrico, melómano incansable, ingeniero industrial y empresario del acero, llegó a ser uno de los hombres más ricos del mundo, que supo distribuir en valores y propiedades sus bienes en varios países, de modo de proteger la salud económica de su familia.
Algo más habría que añadir si se trata de asomar los antecedentes familiares y culturales del filósofo: no sólo vino al mundo en la acogida de una familia de liberales, donde las vocaciones artísticas reaparecían del modo más natural, sino que Ludwig Wittgenstein nació y creció en Viena, en los tiempos en que la ciudad era el nudo vibrante de un rico territorio humanístico e intelectual (región de la que surgieron Stefan Zweig, Sigmund Freud, Arnold Schönberg, Joseph Roth, Franz Kafka, Robert Musil, Martin Buber, Joseph Schumpeter, Gustav Mahler, Otto Weininger, Karl Kraus, Hermann Broch, Georg Lukács y decenas y decenas de otras figuras fundamentales de finales del XIX y del XX).
Contrariando la lógica familiar, en particular la que emanaba de la abundante personalidad de su padre (un afirmador de oficio, un encantador que lo contagiaba todo a su alrededor, cultor de lo meliorativo, es decir, de lo contrario a lo peyorativo), en Ludwig Wittgenstein había un impulso de signo negativo, una suerte de pesimismo ontológico, una actitud vital que con frecuencia lo inducía a la confrontación (su decisión de rechazar la herencia y distribuirla entre sus hermanos habla por sí misma).
En los Aforismos (EspasaCalpe, España, 2007), encontramos al Wittgenstein que ratifica su autonomía (una entrada de 1929 dice: "¡Qué bueno que no me dejo influir!"), y al que expresa sus preferencias sensitivas, que en varias ocasiones vuelven a Brahms, Mendelssohn y a otros compositores. Los lenguajes: esta es la perspectiva que predomina. El aforismo 57 dice: "Luchamos con el lenguaje. Estamos en lucha con el lenguaje".
En sus notas, por momentos, parece hablarle a algunos de los hombres de su tiempo (Kraus, Freud), pero quizás lo que tiene una presencia más honda es el debate de temas que tienen la condición de lo ancestral (religión e Iglesia; o la condición judía) que son aquí recurrentes: "La forma en que empleas la palabra `Dios’ no muestra en quién piensas sino lo que piensas" (el próximo lunes seguiré comentando estos aforismos).
EL NACIONAL - Lunes 13 de Diciembre de 2010 Opinión/10
Libros: Ludwig Wittgenstein (II)
NELSON RIVERA
Hombre enfático, cuyo magnetismo se proyectaba hacia quienes le rodeaban, Wittgenstein se inquietaba por lo que podría haber de pretensioso en el espíritu, por aquello que podría proyectarse de forma abusiva hacia los demás. En 1930 escribía: "Es una gran tentación querer hacer explícito el espíritu". En 1931: "Nada de lo que uno hace puede defenderse absolutamente (...)". En 1937, la propia vocación del pensar era considerada como condición falible: "También los pensamientos caen a veces inmaduros del árbol". Una vocación de humildad, un subterráneo rechazo a lo demasiado rotundo, una actitud que consistía en asumir la fragilidad de lo pensado, recorren sus Aforismos (Editorial Espasa-Calpe, España, 2007).
Esa misma percepción (esa misma lógica de rechazo a lo dogmático) es el movimiento que lo estimula a la crítica de la religión. En la parte final de la entrada número 158 (menos que un aforismo, puede decirse de él que es un argumento con manos y pies), escribe: La religión dice: ¡Haz esto!, ¡Piensa así!, pero no puede fundamentarlo y cuando lo intenta, repugna; pues para cada una de las razones que dé, existe una razón contraria sólida. Más convincente sería decir: "¡Piensa así!, por extraño que te parezca". O: "¿No quisieras hacer esto?, tan repugnante no es".
Wittgenstein no entiende el cristianismo como una doctrina (en el sentido de "teoría"), sino como la descripción (en el sentido de su condición narrativa) de un proceso en la vida del hombre. Las experiencias del pecado, la desesperación y la redención, por medio de la fe, se refieren a lo real, a lo que sucede a los hombres.
El dogma (Wittgenstein habla de frases gráficas que dominan la expresión de todas las opiniones) actúa como afirmación: a pesar de que no puede tocarse, mantiene vigente su capacidad "de poner en concordancia con él cualquier opinión práctica". El filósofo establece una delgada distinción: el dogma no llega a ser una pared que limite la opinión, pero sí un freno que lo vuelve irrefutable y lo libra de ataques: amarra, restringe la libertad del pensamiento.
En el comentario número 161, Wittgenstein compara los Evangelios con las epístolas de Pablo: mientras aquellos fluyen "mansos y transparentes", éstas parecen "encresparse". En aquellos siente la presencia permanente de la humildad. En estos, el sesgo, quizás la intromisión de pasiones humanas como el orgullo y la ira. "Me parece que en los Evangelios todo es más sencillo, más humilde, más simple. Allí hay chozas; en Pablo, una iglesia. Allí todos los hombres son iguales y Dios un mismo hombre; en Pablo hay ya una cierta jerarquía: dignidades y cargos. Así me lo dice mi olfato".
EL NACIONAL - Lunes 20 de Diciembre de 2010 Opinión/8
Libros: Ludwig Wittgenstein (y III)
NELSON RIVERA
No sólo había en Wittgenstein un rechazo a los dogmas y a los abusos de autoridad con que las iglesias se han atribuido por siglos la reproducción de los mensajes divinos: su pensamiento también se alza contra la figura del filósofo represivo, del pensador que convierte lo que sabe en recurso de lo autoritario. En la entrada 320 de sus Aforismos (Editorial EspasaCalpe, España, 2007) toma a Sócrates como sujeto de su increpación: "Sócrates siempre hace callar a los sofistas, pero ¿los hace callar con derecho? Es cierto, el sofista no sabe lo que creía saber; pero esto no es un triunfo para Sócrates. No puede decirse: ¡Ves! ¡No lo sabes! Ni, en forma más triunfal: Ninguno de nosotros sabe nada". Relacionado con esto está la sensación de que la sabiduría es fría, tonta por su falta de vida.
De forma semejante, Ludwig Wittgenstein (1889-1951) coloca la propia posibilidad del pensar bajo la luz de su talante crítico, y comienza por sí mismo: "El círculo de mis pensamientos es probablemente mucho más estrecho de lo que supongo". En sus aforismos, las ideas adquieren una figuración casi física. En la nota numerada 332, habla de ellas como apariciones, como la visita que el pensador recibe luego de un esfuerzo considerable.
Las ideas son como luces lejanísimas, que se descubren en la distancia. Pero también como pequeñas burbujas de aire que, lentamente, se dejan ver en la superficie. Ambas metáforas se alejan de la idea como aquello que surge repentino. Proceso, quizás añejamiento: la idea es de lenta procedencia. El resultado de un proceso de gestación.
Estas consideraciones, si no desembocan, al menos anuncian uno de los pensamientos más insinuantes y problemáticos entre las más de quinientas entradas que tiene esta edición: esa que dice, en la nota con el número 419, que los problemas vitales no encuentran solución en superficie (Dice: "Los problemas vitales son insolubles en la superficie, sólo se pueden solucionar en la profundidad.
En las dimensiones de la superficie son insolubles").
De las limitaciones del lenguaje; del carácter autoritario de las iglesias opuestas a la digna humanidad de la fe; de la lucha que debe librar el pensamiento para bajar a las profundas aguas de la complejidad humana, de ello hablan los Aforismos. Como advierte el prologuista, Javier Sádaba, se equivocaría quien piense que los mismos constituyen un género menor en Wittgenstein. Si es cierto, según la propia clasificación del filósofo vienés, que hay reflexiones que siembran y otras que cosechan, diré que este libro es ambas cosas: promesa y fruto, inquietud y sosiego.
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