martes, 21 de diciembre de 2010
a propósito de pablo sexto
De una interpelación de la punta de la nariz
Luis Barragán
La radical inmediatez ante todo, es un rasgo fundamental de los tiempos que corren, obligados a una masiva catarsis tras la frustración de las expectativas personales y colectivas. Políticamente tendemos a automatizar nuestras respuestas respecto a las grandes vicisitudes públicas de la que también quisiéramos divorciarnos, adivinando en la renuncia una más confortable y llevadera existencia.
Tendemos a sopesar (un poco) más las decisiones adoptadas en casa, procurando acertar cuando ya la situación parece desbordarnos, aunque – frecuentemente – prevalecen aquellos prejuicios y temores que impiden dar el “salto hacia adelante”, por suerte de ese conservatismo preventivo que nos caracteriza. Sin embargo, las grandes o modestas cuestiones públicas las sentenciamos pronto según la versión maniquea, irreflexiva y colérica que cultivamos, siendo otros, enteramente otros, los culpables de nuestras desgracias: preferimos una gigantesca laceración moral, apostando por un poder que la haga espectáculo de drenaje, aunque –siendo aún poder que se dice democrático – se abstenga de explicar sus propias incompetencias.
Por lo general, no reparamos en la desatención real que le prestamos al muchacho en casa o evadimos los recurrentes vicios en los que incurre la junta de condominio, resignados a lo que el azar disponga. Al fin y al cabo, ¿no somos una sucursal del gigantesco casino que es el mercado petrolero internacional?
El compromiso público es demasiado frágil, dando alcance al ámbito privado donde no todo puede anudarse al oportunismo. Nos decimos opositores u oficialistas, excretando todas las rabias que no pueden inundar la casa cuando el muchacho va camino a la deserción escolar o la alícuota del apartamento impide acceder a un magnífico móvil – celular, optando precisamente por la incomunicación real con el hijo que virtualmente nos comunica que sus amigos no son unos atorrantes, como los de aquella canción de Serrat.
Habrá otras explicaciones, pero lo cierto es que – bajo éste u otro régimen – no deseamos ver más allá de la punta de la nariz, aceptando únicamente la condición de implacables jueces que, a lo sumo, protestan desde las redes social mostrando el coraje del que somos capaces. Defendemos una pureza a toda prueba, blindada, a prueba de balas, acusando a otros de la más absoluta inmoralidad, única instancia de la que somos expertos.
En días pasados, reencontramos un viejo ejemplar subrayado hasta el hartazgo, compilación de los mensajes del Papa Pablo VI. Valga la larga cita de la Audiencia General que concedió (28/06/67), aún vigente para quienes somos forasteros en nuestra propia casa, Venezuela: “Raramente estamos dispuestos a luchar por principios no vinculados a intereses inmediatos; raras veces exponemos nuestra persona al juicio ajeno, y mucho menos a los vejámenes ajenos; nos agrada pensar por nuestra cuenta lo que no halla crítica y peligro, y en la vida social nos agrada fácilmente adherirnos sin esfuerzo a la opinión pública o nos resulta cómodo dar la razón al más fuerte, aunque no sea el más razonable; fácilmente nos hacemos gregarios y conformistas, y en materia de religión nunca quisiéramos que nos produjese molestias; antes desearíamos con frecuencia una religión que nos pusiese al amparo de todo mal en esta vida y en la futura. En este caso, la Iglesia, órgano de la religión, debería concebirse como un sistema de seguros espirituales y más todavía, si fuese posible, de algún provecho temporal. Y muy a menudo deseamos sintonizar con los demás; hoy nos acomodamos con facilidad a un ‘pensamiento masivo’ “ (“Juventud: búsqueda y encuentro”,Trípode, Caracas, 1974: 35 s.).
Basta el párrafo para la interpelación, por si fuera poco, aún partiendo de la más íntima de las convicciones, como la religiosa, capaz de llevarnos al terreno de la política. Desestimamos la razón como una herramienta tan extremadamente común, descartando otras explicaciones que sugieren un mínimo de esfuerzos, a objeto de alojarnos en las versiones más burdas que se imponen y, claro, por ello lo es, el poder establecido emplea todos los recursos materiales y simbólicos cual agencia terapéutica de festejos lacerantes.
Ir más allá de la punta de la nariz, interrogándonos, es la demanda fundamental de una transición democrática pendiente. Incluye la de una reorientación de la vida personal que ya no puede depender más de la ruleta, por divertida que pueda parecer.
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/6709-de-una-interpelacion-de-la-punta-de-la-nariz
Fotografía: Pablo VI y el futuro Juan Pablo II
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