martes, 21 de diciembre de 2010
postrimerías dos
EL UNIVERSAL, Caracas, 19 de Diciembre de 2010
El Paladín
ELÍAS PINO ITURRIETA
En el libro del Apocalipsis, Juan escribe una sentencia terrible. Como Dios no quiere a los tibios los vomita de su boca, dice. Si está en lo cierto el evangelista, seguramente la divinidad ha hecho fiestas para recibir al amigo que ya no está entre nosotros. Quienes conocimos y querremos siempre a Manuel Caballero tenemos evidencias de sobra para ponderar sus cualidades y para solazarnos en la memoria de su compañía; pero entre todas sus virtudes tal vez estemos de acuerdo en compartir la de cómo no se contuvo ante los desafíos de la existencia, frente a los cuales arremetió con firmeza sin omitir ocasión. Apasionado de la vida y comprometido con sus solicitudes, la vivió sin desperdiciar un instante, y deseaba seguir como si cual cosa metido en la faena cuando ya le tocaba descansar. De allí el legado de una obra que, aparte de llenar las peripecias de quienes tuvimos la fortuna de compartir su tránsito, trascendió hasta la esfera colectiva para convertirse en una referencia de su tiempo. La función de su talento, indiscutible en esencia, se multiplicó debido a la enemistad que profesó a la cobardía y a la vacilación.
Orgullo y vergüenza
Veamos sólo un capítulo de esa existencia copiosa, de esa lucha constante que solo viene a terminar por la tiranía de la enfermedad. Veamos apenas, para enorgullecernos, pero quizá también para sentir vergüenza ante los pecados de omisión, la conducta que asumió frente a las vicisitudes venezolanas de la última década. Una sola postura sin variantes, un solo ataque de lo que consideró como arbitrariedad y como estrago de valores fundamentales, una única atención en torno al rescate de principios que le parecían caros y de las conductas dignas de su estima. Nadie como él disputó el campeonato del republicanismo en estos días de disparate y vulgaridad, de estupidez y ruina. Ninguno se regocijó en la amalgama de argumentos e insultos, de lucidez y puntapiés con los cuales bordó la tela de un discurso capaz de conminar, no solo a los asiduos de su pluma atrayente y de su lengua de trapo, sino también a la sociedad entera.
Mirar al pasado
Ninguno de nosotros se puede comparar con Manuel Caballero en ese oficio de paladín. Tenemos que mirar hacia el pasado para establecer analogías plausibles. Tenemos que topar con una figura estrambótica como la de Juan Vicente González en el período fundacional de la república, señor de la gracia, de la amenaza, del denuedo, de la vehemencia y aún de la procacidad, para establecer un parangón que no desentone. O con la luz y la entereza de un intelectual de la talla de Rufino Blanco Fombona enfrentado a la barbarie gomecista. Uno cree que esos grandes hombres son asunto del ayer legendario, ejemplos estampados en los libros y nacidos de pronto en situaciones de mengua, hasta cuando la desaparición de un compañero de camino obliga a una primera reflexión de la cual brotan, tal vez movidos por el afecto, pero también por la obligación de pensar que aconseja una ausencia irremediable, un aire que jamás volverá a vivificarnos, elementos a través de los cuales resucitan ellos en la posteridad metiéndose en la piel de quien cumple su rol en términos estelares. En ese admirable cortejo cabe con comodidad el hombre a quien conducimos a su última morada.
Sin vanidad
Creo que nuestro querido Manuel se hubiera ruborizado con la comparación. En un individuo tal útil y tan preocupado por el prójimo la vanidad no fue sino un aspecto accesorio. Tal vez una herramienta para pasarla bien y para provocar a los amigos, pero jamás un asunto que le quitara el sueño. El ir y venir sobre esa supuesta afectación ha descuidado la atención sobre la generosidad de que hizo gala, una de sus virtudes primordiales, de la cual pueden dar testimonio, entre otros muchos, los estudiantes de la Escuela de Historia a quienes atendió con un desprendimiento ejemplar. También sus colegas que ya vamos para viejos, por lo mucho que nos auxilió con el acceso a su biblioteca, con el hallazgo del dato escurridizo y con la propuesta de proyectos de investigación. Es una calamidad el hecho de que no dispongamos de su respaldo en adelante.
Fauna
La funeraria estuvo repleta. No cupo la gente. Una fauna de cualquier color vino a despedir a Manuel Caballero. Una muchedumbre que le debe afecto y respeto. Los miembros de su familia, los hijos que no tuvo, los académicos que sintieron el privilegio de su presencia, los amigos y los colegas entrañables, los compinches de la barra y la tertulia, los creadores que lo contaron como uno de los suyos, los políticos en cuyas andanzas vinculó su pasión por el bien común, los profesores de la Facultad, las mujeres a quienes acompañó y amó, los administradores de los periódicos y de las revistas en los que colaboró, los editores a quienes ponía a temblar su pluma sin pereza, los hombres de Iglesia que apenas sintieron su paso fugaz por los templos, los militares a quienes dedicó análisis memorables, los periodistas que perseguían sus declaraciones, los estudiantes de las universidades y la gente que lo ha leído y admirado sin conocerlo de cerca. Tal vez, igualmente, los difuntos notables que desenterró en sus biografías o demolió en sus páginas. Creo que también estuvo por allí Juan Evangelista, contento de imaginar que ahora toca las puertas doradas un hombre valiente ante quien se sentirá a sus anchas el Juez imparcial que lo estaba esperando.
EL UNIVERSAL, Caracas, 19 de Diciembre de 2010
Con pluma de Caballero
DUBRASKA FALCÓN
Las letras están de luto. Tanto para ellas como para el mundo de los intelectuales e historiadores será difícil acostumbrarse a la ausencia física del periodista, escritor, historiador y docente Manuel Caballero.
Desde el domingo pasado dejó de teclear, de escribir, de investigar, de leer... dejó de existir, a causa de complicaciones de salud, uno de los grandes y fieles amantes de la Historia venezolana. No en vano el 28 de julio de 2005 pasó a ocupar el sillón F como Miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia. Además de recibir el Premio Nacional de Periodismo (1979); Premio Nacional de Historia (1994); y de ser columnista de El Universal, cuyo último escrito La Independencia como mitología, se publicó el domingo 12 de diciembre.
Al irse dejó un legado de libros, ensayos y columnas infinitas que dejaron claro el compromiso político que Caballero había asumido con la historia.
Inés Quintero asegura que no se puede considerar a Manuel Caballero como "un intelectual en el sentido de pensar el país en términos más abstractos", sino que más bien se debe tomar en cuenta que "todo ese pensamiento se produce o tiene como contraparte una posición política asumida en el Presente venezolano", asegura la historiadora.
Muchos han sido los elogios que ha recibido la biblioteca de su casa. Ella era la prueba fiel de que Caballero hojeaba, manoseaba, se comía las letras de cada uno de los libros que ahí se encontraban, en su gran mayoría sobre problemas teóricos e historia. Sobre todo, luego de escribir más de 50 obras de historia, política y literatura.
"No era una biblioteca que estaba de adorno. Se evidenciaba la mano de su dueño. Todo su espacio de trabajo era un ejemplo de oro", asegura Quintero.
Y para emular ese ejemplo, Alfa Grupo Editorial lanzó en el 2002 la Biblioteca Manuel Caballero. La idea fue del editor Leonardo Milla, quien le propuso a Caballero publicar dos obras por año. Él aceptó encantado. Pero, según Ulises Milla, editor de Alfa, a veces el historiador entregaba cuatro títulos para ser publicados .
"Estaba permanentemente pesando en nuevos proyectos. Como presentaba cuatro ideas al año, se discutía con mi padre sobre la pertinencia del tema en la circunstancia política y luego decidíamos. Pero también Manuel era un consentido. Siempre nos tenía ahí para lo que quisiera. Era detallista y hasta el final realizaba correcciones", cuenta Milla.
De las obras de Caballero se realizaba una primera edición de dos mil ejemplares por cada título. Luego eran constantemente reimpresas. Según Milla el libro más vendido del autor fue Por qué no soy bolivariano. Una reflexión antipatriótica.
En la Biblioteca de Manuel Caballero se encuentran títulos como No más de una cuartilla; La peste militar; Ni Dios ni federación; El desorden de los refugiados; Dramatis Personae; Gómez, el tirano liberal; Las crisis de la Venezuela contemporánea; y Revolución, Reacción y falsificación.
"El último libro de Manuel, Historia de los venezolanos del siglo XX, es para mí un resumen condensado de gran parte de su pensamiento y reflexiones políticas. Permite una aproximación al siglo XX muy crítica y polémica. Sobre todo muy comprometida. El libro que más me gusta es La pasión de comprender, resume gran parte de su vocación. Tenía un enorme compromiso político".
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