EL NACIONAL, 22 de
noviembre de 2014
La Autoridad, según J. M. Bochenski
Atanasio Alegre
Cuando lo
llamaron a filas en 1920 a raíz de la invasión soviética de Polonia, J.
M. Bochenski tenía 18 años, había concluido con honores el bachillerato, era
bilingüe en polaco y en alemán, poseía buenos conocimientos de los dos idiomas
clásicos latín y griego y todo ello adquirido dentro del monasterio de los
padres dominicos de su ciudad natal. El sometimiento a la autoridad militar,
ejercida en su caso por un joven suboficial admirable por su capacidad, no solo
para hacer cumplir las órdenes, sino para resolver cualquier problema que
confrontara la tropa, puso en la pista al soldado Bochenski de que en la
palabra auctoritas latina había componentes que, de momento no acertaba
a expresar. O sea que no era lo mismo la autoridad del que manda que la
autoridad del que sabe, como en el caso del suboficial en el que confluían
ambas.
La
anécdota de su primer encuentro con la autoridad como soldado la contó
Bochenski al comienzo del seminario en el que tuve la suerte de participar en
el verano del 76. Fueron dos días de intensa y gozosa reflexión sobre la lógica
de la autoridad.
La
anécdota de todas maneras –como pude constatar después– aparece también en el
libro de Bochenski: ¿Qué es la autoridad?
Cuando
apareció ese libro, Bochenski había profesado ya en la Orden de los dominicos y
hacía honor a las siglas de la Orden, OP, Orden de Predicadores, con la
diferencia de que el campo para el que estuvo dotado con el don de la expresión
fue el de la filosofía.
Tanto su
recuerdo como el libro que sirvió de guión para aquel seminario, me han acompañado
hasta hoy; y no solamente por la fascinación del personaje, sino porque ya
entonces había anunciado que las grandes crisis por venir tendrían que ver con
las de la autoridad.
Personalmente,
he sostenido que este vertiginoso cambio de época que se trasluce actualmente
en la avalancha de la información, va a ocasionar una situación parecida a la
que se produjo en el Renacimiento con la invención de la imprenta, la cual
liquidó, entre otras, la concepción de autoridad, divinizada durante la Edad Media.
Fue la aparición del homo divinus y el deus humanus mucho más
allá de cualquier interpretación lingüística.
¿Sería
conveniente en vista de ello hacer un breve repaso del pensamiento de Bochenski
en el supuesto de que nos encontramos ante una crisis de la autoridad?
Esta nota
tiene ese propósito.
La
primera pregunta que hay que formular, teniendo a la vista los dos espejos
cóncavos deformantes de la autoridad, la rebeldía y el exagerado sentido
carismático de ejercerla, sería la de establecer la categoría a la que
pertenece la autoridad. Las cosas se presentan como objetos, como propiedades o
como relaciones. Si la autoridad no es un objeto, como lo es la pared de
enfrente, la autoridad debería ser entonces o una propiedad o una relación.
Naturalmente, la autoridad, más que una propiedad, es una relación terciaria y
en tal sentido, sus elementos son el portador de la autoridad, el
sujeto sobre el que se ejerce y el campo de competencia de la misma. Si se
concibe la autoridad como una propiedad, el sujeto sobre el que va a recaer va
a estar más cerca de la esclavitud que de otra cosa. La esclavitud que no
figura hoy como acto público, existe en la explotación laboral, en el trabajo
infantil o en la llamada trata de blancas, para citar solo tres casos. Todo ello
por arrogarse una propiedad indebida sobre la condición humana.
Por
tanto, la autoridad para bien ser, es una RELACIÓN. Claro que una relación, la
de un hombre con otro, la del que manda, en este caso, con la de quien está
dispuesto a obedecer sobre un determinado asunto, puede ejercerse de dos
maneras: mediante órdenes (que implican una manera determinada de
comportamiento) o mediante recomendaciones o consejos. Si utilizáramos una
desinencia griega para expresar estas dos formas del ejercicio de la autoridad,
podríamos hablar de una autoridad deóntica o la que implica deberes y
una autoridad epistémica o la del que sabe, la del que reúne una
determinada competencia en un campo del conocimiento. La autoridad puede ser,
por tanto: deóntica o epistémica.
La
autoridad deóntica se basa en la consecución de un fin práctico mediante una
orden. El delincuente que me asalta para que le entregue mis pertenencias, me ordena
que le de mis cosas bajo amenaza de muerte.
Pero,
otras órdenes dependen de lo establecido previamente por un legislador las
cuales teóricamente, persiguen el bien de los miembros de una comunidad. Su
cumplimiento o no puede acarrear consecuencias. En las órdenes que debe
trasmitir a la tripulación el capitán de un barco para evitar el naufragio, tal
vez haya tomado en cuenta la experiencia de algunos de los tripulantes
considerados como lobos de mar. Esos viejos lobos de mar, al
ofrecer al capitán, sus recomendaciones han echado mano de una autoridad
epistémica, aprendida en ocasiones parecidas.
Naturalmente,
el éxito de los fines que han de lograrse en uno o en otro caso dependerá de la
elección los consejeros o asesores en buena medida. Si los
consejeros son los apropiados para el gobernante, o los lobos de mar para el
capitán del barco en peligro, en ambos casos deberá imponerse la autenticidad:
que el gobernante aspire al bienestar de los gobernados y que quienes les
ayudan a tomar las decisiones, dispongan de la debida competencia para ello.
Cuentan
que Franz Joseph Strauss, quien tanta figuración tuvo en la política alemana de
la posguerra, tenía a su servicio a un periodista que escribía todo lo que
pensaba Strauss mientras fue presidente de la región de Baviera. Pero sucedía,
a su vez, que luego, Strauss pensaba lo que el periodista escribía. O sea,
una vuelta en torno a sí mismo.
Hace unos
días, un político catalán recomendaba no enseñar español a los niños catalanes
porque el español es un idioma de pobres…
Evidentemente,
la situación del fracaso en el ejercicio de la autoridad en estos tiempos
bascula entre estos dos ejes: la veleidad –la del atolondrado político catalán
recomendando no estudiar español– y la del tautológico consejero alemán. Dicho
de otra forma, la situación actual de muchos de los que ejercen la autoridad
roza en lo ridículo con no poca frecuencia, o en el engaño, en otras, a merced
del desbordante sentido carismático con el que nos tienen acostumbrados a los
gobernantes de marras.
***
J.M. Bochenski
murió a los 93 años. Vivió a plenitud. Sigue siendo considerado como uno de los
más connotados especialistas en lógica matemática; fue rector de la Universidad
suiza de Friburgo, piloto de aviones, corredor de automóviles de formula 1,
gustador de la amistad y de la más noble de las convivencias con los filósofos
de su tiempo. Mario Bunge se ha referido al miedo que pasó recorriendo una
región de Austria en un automóvil, conducido por Bochenski, una noche a
150 kilómetros por hora. Juan Nuño, quien hizo un curso completo con Bochenski
de lógica matemática, destacó el sentido deportivo con el que Bochenski encaró
sus compromisos filosóficos. Bochenski y Nuño fallecieron, por cierto, con
diferencia de meses, el mismo año, en 1995.
Was ist autorität?
Bochenski, J.M:
Herder
Verlag,
Freiburg
im Breisgau, 1974.
Fuente:
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