Érase
la belleza venezolana por excelencia
Guido
Sosola
Curiosos
los orígenes, los concursos de belleza de mayor nombradía sintetizaron la
inocencia de todo evento que apuntaba a celebrar a la muchacha más linda de
estos predios. Hubo fenómenos extraordinarios, como la selección popular de la
madrina de la Serie Mundial de Béisbol Amateur (1944) que ganó Yolanda Leal,
maestra, habitante de la caraqueña avenida San Martín, ante Oly Clemente, hija
de un funcionario gubernamental; u otros raros, se dice, desmintiendo lo que
después será un fabuloso negocio, como el de Ana Griselda Vegas, la Miss
Venezuela 1961, quien anunció luego el deseo de hacerse monja.
Lo
cierto es que, junto al petróleo y la telenovela, la lindura se convirtió en
una monumental “industria” de exportación, explicando nuestra propia identidad,
aunque la franquicia – irónica y finalmente – está ligada a los intereses del
detestable Donald Trump, delatando la naturaleza de una empresa de los excesos
triviales. Falta mucho por indagar este
tan particular fervor industrial, cuyos éxitos más contundentes, dando pista de
la distorsión de valores que legitimó nuestra banalidad política, están
asociados a las grandes bonanzas petroleras: historiadores, sociólogos, economistas
y psicólogos sociales, todavía están en deuda por los estudios que faltan en
tan interesante materia que nos permite suscribir estas líneas teniendo por
fondo la melodía de Aterciopelados: “El Estuche” (https://www.youtube.com/watch?v=Qnu0Mww49us).
Nuestra
generación creció con la legítima devoción que generó Susana Duijm, Miss Mundo
1955. Imagen inevitablemente emparentada con la dictadura de Pérez Jiménez, después,
poco a poco fue reivindicada – como la bailarina Yolanda Moreno – por la
autenticidad de ese modo de ser que la hizo todavía más hermosa, típicamente
venezolana, la de la transición del país predominantemente rural al urbano.
Érase
la belleza venezolana por excelencia, popular, genuina y espontánea que, valga
la acotación, inspiró la arepa rellena de “Reina pepeada”. No requirió del
inmenso aparato gerencial que convierte esa suma de los aterciopelados 240, en
una hazaña de cirujanos plásticos que igualmente añade la venta del cuerpo para
sostener la aspiración al cetro, como se ha sabido, y otras manifestaciones que
nos remiten a la protesta feminista y al intento de sabotaje del Miss Venezuela 1972.
Reproducciones: Susana Duijm, días antes de caer la dictadura de Pérez Jiménez (Billiken, Caracas, 1958); en la gráfica de Justo Molina (Momento, Caracas, 1966); y al compartir el conciero de Louis Armstrongo (Élite, Caracas, 1957).
18/06/2016:
http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/26725-erase-la-belleza-venezolana-por-excelencia
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