La salida
Gabriel Albiac
Pasé la jornada electoral releyendo la Técnica del Golpe de Estado de Curzio Malaparte, ese manifiesto de inteligencia y de misantropía. En este día de resultado difícil de gestionar, Malaparte parece estar hablando de nosotros. Aunque esté escribiendo en la Italia de 1930. Su envite es el nuestro: «La historia política de estos últimos diez años es la historia de la lucha entablada entre los defensores del principio de la libertad y de la democracia, es decir, los defensores del Estado parlamentario, y sus adversarios». Este domingo, España asistió al segundo asalto del combate que enfrenta a los defensores de esta aburrida democracia parlamentaria nuestra con los de un exaltador golpismo populista. En el 1930 de Malaparte, la exaltación había venido de una escisión del Partido Socialista que se dio nombre de fascista. En el 2016 español, su nombre y modos son bolivarianos. Ambos, «idólatras del Estado, partidarios del absolutismo estatal».
La ofensiva quedó cortada. Los populistas están debilitados, pero al acecho de erosionar el territorio del PSOE. Desde su endeble posición, habrán de remodelar un asalto al poder que sólo la unidad de los aburridos demócratas puede frenar. No es un modelo que se ajuste a la cuadrícula derecha/izquierda. Quienes pretendan reducirlo a ella, habrán perdido ya la batalla. Es una tentación mortal, en especial para el PSOE: cualquier pacto que se diga «de izquierdas» con los populistas sellaría su suicidio. Pero es un riesgo que va mucho más allá: en el acceso de ese nuevo fascismo a zonas de poder, se juega la supervivencia de la democracia parlamentaria, en lo inmediato; y, a medio plazo, la supervivencia de la nación. Sánchez hubiera debido, en el insomnio de anoche, leer a Malaparte: «No hay que olvidar que los camisas negras provienen, en general, de los partidos de extrema izquierda». Y sacar la conclusión lógica: urge echar a los populistas de los ayuntamientos. Urge.
¿Es posible exorcizar el riesgo populista? Sí. No sería difícil en un país con tradición garantista. Un gobierno de unidad nacional, que proceda a las reformas constitucionales sobre cuya ausencia se alzó la amenaza de Podemos, estaría en condiciones de tomar el timón para esta nueva singladura, sin la cual España sigue arriesgándose al colapso. ¿Es tan difícil entender que, sin un gobierno de concentración entre PP, PSOE y Ciudadanos, la democracia entrará en un callejón sin salida? El nombre de quien presida ese gobierno, poco importa.
Hemos sido gobernados por gentes repugnantes, es cierto. Pero, entre ladrón y asesino, debemos distinguir. Los discípulos de Irán y Chávez son más que los simples ladrones que sugiere su financiación. La cual no es tan distinta, por cierto, a la de los partidos de la transición. Lo distinto ahora es que Teherán y Caracas son regímenes homicidas. Y ello abre un horizonte ciego. Si los partidos constitucionalistas no son capaces de unirse frente a eso, merecerán la destrucción que les acecha. Nosotros, no.
Fuente:
http://www.abc.es/opinion/abci-salida-201606281626_noticia.html
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