Luis Barragán
Muy pocos tienen dudas al respecto: a quien tengan que echarse al pico, simplemente se lo echan y, después, que se encargue la oficina de propaganda y alguno que otro oportunista agradecido que les despache un posterior ensayo a premiar, justificándolo. Entonces, en nada puede sorprender una golpiza más, una golpiza menos, a las puertas del CNE, o que literalmente asalten a unos periodistas en nombre de lo que, en última instancia, no saben qué es, pero dice autorizarlos para sobrevivir.
Celosamente reprimida y postergada su más sincera y determinante manifestación, temido y – a la vez - esperado por todos, logran fragmentar el caracazo por obra de la censura y el bloqueo informativo, diligenciando los cuerpos de (contra) inteligencia para inculpar a en todo lo posible a la oposición obediente de un burdo telefonazo del imperio. Ésta es la única versión que se les ocurre a los dos o tres decisores de la rosca oficialista, quienes carecen de la necesaria imaginación, incluso, para salvar el propio pellejo político en el trance de una situación insostenible.
No hay una cola en cualquier rincón del país, por lejana que se encuentre de Miraflores, tras algún insumo básico, que no sea vigilada por las autoridades públicas de hecho y de derecho, constituyendo el menor gesto de disidencia una ocasión para que soldados, policías y colectivos disparen, procurando dispersarla con morbosa prontitud. Balas, perdigones y – si las hubiere – lacrimógenas barren las calles, aguzada la vista de los agresores para hacerse de las pertenencias ajenas, dictando – además – cátedra respecto a la naturaleza más íntima del régimen.
Ahora, ladrones de firmas, cierran las posibilidades que abre un proceso revocatorio para una solución pacífica del problema, del inmenso problema donde nos metieron, viéndosele todas las costuras a las triquiñuelas nada artísticas que los llevan al suicidio político, pues, no hay otra conclusión merecida por tan torpes interlocutores. Hubo dictaduras indeseables que fueron – acaso – más eficientes y talentosas en el intento de simular a ratos una vida democrática, aunque – le ocurrió a Pérez Jiménez – tuvieron que largarse por las más grotescas maniobras que avisaron de un definitivo agotamiento.
Secreto para nadie, al compararlos con los de 1989, sobran hoy largamente los motivos para una explosión social que nadie, en su sano juicio, ha de anhelar. Está dándose con la lentitud de una rapidez que angustia (“treinta minutos por segundo”, diría César Vallejo), por el hambre en un país que la FAO tuvo los riñones de premiar, libérrimo polígono de tiro para el hampa organizada, casi descalzo tratando de subastar los electrodomésticos que quedan en casa, rifándose algo más que un resfriado cotidiano, expuesto a la furia gubernamental, aunque decidido – firmemente decidido – a recobrar la senda de la libertad para seguir luchando por el pan.
13/06/2016
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