viernes, 7 de diciembre de 2012
QUEDÓ PENDIENTE EL GUARAIRA ÁVILA REPANO (2)
EL PAÍS, Madrid, 6 de Diciembre de 2012
Ética y política de la arquitectura
"Usó un lenguaje menos dogmático, de claro realismo ambiental, pedagógico y transformador"
Oriol Bohigas
La muerte a pocos días de cumplir los 105 años del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer es una noticia triste, pero también muy importante, porque exige subrayar públicamente el valor de una obra personal de grandísimo nivel y la trascendencia colectiva de una exigencia cultural y profesional que ha formado escuela y estilo.
Oscar Niemeyer se podría definir como uno de los insignes componentes de la segunda generación de maestros del movimiento moderno. Esta segunda generación actuó bajo la enseñanza de arquitectos como Le Corbusier y otros compañeros surgidos del CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, fundado en 1928), pero introduciendo unas modificaciones y unos cambios de actitud que caracterizan unas fórmulas nuevas basadas en un lenguaje menos dogmático, en un realismo ambiental y tecnológico y en una discusión de teorías y metodologías que han marcado un paso importante en la evolución de la arquitectura contemporánea. Es evidente que Niemeyer es el abanderado significativo del sector más dispuesto a la modernidad de esa segunda generación. Sus obras lo acreditan sobradamente y su prestigio internacional se apoya en muchas consideraciones fiables tanto críticas como históricas.
Pero Oscar Niemeyer añade otro factos muy importante a esa calidad profesional propia. En realidad, es el representante más conocido de un grupo de arquitectos de Brasil o de, incluso, toda América Latina, que proclamaron en su momento la eclosión de la arquitectura moderna en América Latina pero con consecuencias evidentes en todo el continente. La irrupción de este grupo de arquitectos fue un acontecimiento indudable y lograron la creación de una nueva arquitectura, dentro de los cánones de esta segunda generación, específicamente brasileña con características propias muy determinadas pero también con una capacidad para plantearse como un acontecimiento pedagógico y claramente transformador. Es evidente que hoy en día el panorama arquitectónico de Brasil está dominado por las obras voluntariamente innovadoras de Oscar Niemeyer y es evidente también que el prestigio universal de estos arquitectos ha aportado cambios esenciales en el devenir de la arquitectura de estos últimos años.
Para comprender la coherencia de este grupo innovador, solo hay que visitar la ciudad de Brasilia, ordenada urbanísticamente por Lucio Costa pero construida en buena parte por Oscar Niemeyer y sus colaboradores. El gran centro representativo y directivo de la ciudad es, seguramente, el espectáculo más sorprendente de una nueva monumentalidad referida a los modelos de las vanguardias figurativas.
Finalmente, no se puede hablar de Niemeyer sin hacer referencia a su constancia en la responsabilidad política. No se trata solo de una adhesión partidista, sino de un concepto general sobre el papel que tiene que ejercer la arquitectura y el urbanismo en la configuración de las nuevas ciudades. La forma de la ciudad es un tema a discutir desde puntos de vista políticos y atendiendo a las proximidades más realistas y, al mismo tiempo, más utópicas.
La muerte de Oscar Niemeyer nos debe obligar a mantener los principios éticos y políticos de la arquitectura del movimiento moderno. Esperamos que su desaparición provocará unos nuevos estudios sobre su obra y la afirmación de un propósito de honestidad y eficacia profesional.
EL NACIONAL - Sábado 12 de Enero de 2008 The New York Times/12
The New York Times
Mayor amenaza para legado de arquitecto podría ser él mismo
NICOLAI OUROUSSOFF
ENSAYO
¿Qué hacer con nuestros envejecientes héroes arquitectónicos? ¿Qué pasa si su genio se deteriora y empiezan a alterar sus propias obras maestras?
Un poderoso ejemplo es el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, que celebró su centésimo cumpleaños el mes pasado. En los años 40, 50 y 60, se estableció como una de las máximas luminarias del modernismo al infundirle un cautivador hedonismo tropical a las austeras formas abstractas, que le dio nueva forma a la identidad de Brasil en la imaginación popular e hipnotizó a arquitectos en todo el mundo.
Sin embargo, la mayor amenaza al extraordinario legado de Niemeyer puede ser no el bulldozer del desarrollador o planificadores citadinos sin sensibilidad, sino el mismo Niemeyer.
Algunos de sus edificios más venerados han sido estropeados por la propia mano del arquitecto. Y esto plantea un dilema incómodo: ¿en qué momento tenemos la obligación de intervenir? ¿O es plantear la pregunta un acto de espectacular mal gusto? La disminución en la calidad de la obra de Niemeyer ha sido evidente desde que completó su Museo de Arte Contemporáneo, en Niteroi, en 1996. Su estructura blanca, en forma de platillo, que descansa ligeramente sobre una sola columna en el borde de un acantilado, luce mejor contra el glamoroso telón de fondo de la bahía Guanabara.
No obstante, las superficies de concreto son burdas y lucen inacabadas; la estructura carece del cuidadoso refinamiento que les dio a sus primeros edificios una importancia texturizada y señalaba que al arquitecto le importaban profundamente las personas que los habitarían.
Sus proyectos de mediados de siglo, en el centro de Brasilia, son harina de otro costal: un tesoro de monumentos modernistas, como el edificio del Congreso Nacional, de 1958, y el Palacio Itamaraty, concebidos a la escala más grandiosa.
A mediados de los 80, Niemeyer alteró la forma de los arcos que enmarcan la fachada principal de su edificio del Ministerio de Justicia, y así sacrificó la elegancia de su simetría a favor de algo más caprichoso. Más o menos en la misma época renovó la Catedral de Brasilia, considerada una de sus máximas obras. Diseñada como una serie de arcos parabólicos que se abren en la parte superior, su forma agregaba un toque exuberante al Eje Monumental, principal avenida de la ciudad. Niemeyer pintó de blanco su expuesta estructura de concreto, y reemplazó sus imponentes ventanas con vitrales: cambios que merman la fuerza elemental del empuje ascendente del edificio.
Tal vez más dañino, sin embargo, fue la terminación, el año antepasado, del Museo Nacional y la Biblioteca Nacional de Niemeyer en el Eje Monumental.
El domo blanco del museo descansa sobre su plaza de concreto con poca gracia. Las paredes curvas y falta de luz natural del interior lo hace un lugar incómodo para ver arte.
La Biblioteca Nacional, justo al lado, es una sombría caja rectangular revestida de paneles perforados. Su base abovedada, apuntalada sobre columnas delgadas, evoca un edificio gubernamental genérico de los 60.
Sin embargo, lo peor de estos dos edificios es su colocación. Hasta hace unos años, los visitantes podían subir una colina de pendiente suave en auto antes de llegar a la cima, donde todo el Eje Monumental se desplegaba ante ellos. Ahora, esa vista está obstruida por las formas monótonas del museo y la biblioteca.
Es encomiable que Niemeyer aborde su obra pasada sin un engreimiento exagerado.
Pero el valor de estos edificios modernistas como parte de nuestra memoria cultural compartida no se puede subestimar.
El Eje Monumental de Brasilia no es simplemente una reliquia de una era devaluada o un emblema de una utopía fracasada. Es tan crucial para los valores de su época como las pirámides lo fueron para la suya. Empañar esa visión es una tragedia cultural, incluso si la mano del creador es responsable de ello.
EL NACIONAL, Caracas, 7 de Diciembre de 2012
El brasileño quiso regalarle un museo a Caracas, junto con Fruto Vivas, pero la obra no vio
CARMEN VICTORIA MÉNDEZ
Subversivo, poeta y genio son algunos de los calificativos que se le endilgan a Oscar Niemeyer, el arquitecto brasileño que proyectó la capital de ese país y, entre otros hitos, participó en la creación de la sede de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York. Falleció el martes a los 104 años de edad, en su Río de Janeiro natal. Brasilia, la ciudad que inventó de la nada junto con Lúcio Costa y Roberto Burle Marx, y que forjó a fuerza de curvas y estructuras blancas, lo despide con honores.
Ayer, la presidenta Dilma Rousseff recibió su féretro en el Palacio de Planalto, la sede del Ejecutivo que el propio Niemeyer proyectó hace 52 años, cuando le encargaron que hiciera de un pedazo de selva amazónica lo que hoy es el modelo de la ciudad moderna.
Niemeyer también es referencia obligada durante el Carnaval, pues creó los sambódromos de Río de Janeiro y São Paulo. Discípulo de Le Corbusier, deja tras de sí un legado imborrable, grabado en el material que descubrió en los años cuarenta y que nunca más abandonó: el concreto armado.
Subversivo. Comunista militante, muchos lo consideraron revolucionario dentro y fuera del ámbito político. Esa necesidad de oponerse al orden establecido le funcionó muy bien en la arquitectura, campo en el que se atrevió a romper el paradigma de las líneas rectas y puras. “Niemeyer era un hombre que a partir de dos o tres trazos lograba prefigurar la realidad. Eso era un don extraordinario, al igual que su necesidad de subvertir el eje cartesiano que tenemos los arquitectos insertado en la fibra; él era un subversivo del pensamiento cartesiano”, indica Guillermo Barrios, decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela.
Barrios fue el curador de la exposición Las líneas de la memoria, una de las últimas muestras de la obra de Niemeyer realizadas en Caracas. Fue organizada en 2010 en el Instituto Cultural Brasil Venezuela. “Era un gran homenaje no tanto a Brasilia como ciudad, que tiene sus contradicciones, sino a Niemeyer como hombre, que logró llevar a la realidad la máxima simpleza de la línea. Su obra está plagada de contradicciones y eso no la reduce ni la disminuye sino que la hace más grande, más humana”.
En 2009, Caracas celebró al arquitecto con una exhibición que originalmente se haría en ocasión de su centenario, pero que sólo se pudo concretar dos años después. Oscar Niemeyer, una invención del tiempo sintetizó su legado en cinco salas.
El arquitecto se mantuvo activo hasta casi el final. Continuó desarrollando proyectos en su estudio con vista al mar, en Río de Janeiro. Allí lo visitó Fruto Vivas el año pasado. Juntos proyectaron el Museo de Arte Moderno de Caracas, que nunca se concretó.
El viaje tenía un propósito: abrir la Cátedra Oscar Niemeyer en la UCV. El brasileño también era cercano a Carlos Raúl Villanueva. En una entrevista publicada en El Nacional en el año 2000, Vivas rememora un encuentro entre los 3 arquitectos que tuvo lugar hace casi 40 años. “En el baño de Villanueva están las firmas de todos sus amigos, Niemeyer y yo ya firmamos. Fue hermosísimo”.
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