EL NACIONAL - Martes 11 de Septiembre de 2012 Escenas/2
El placer de la mirada
ESTO ES LO QUE HAY
ARTES VISUALES
LORENA GONZÁLEZ
Desde hace un tiempo la propagación de la fotografía no sólo como discurso artístico sino también como ejercicio identitario de comunicación virtual, difusión colectiva y personal ha sembrado zonas múltiples caracterizadas por altos niveles de interactividad: propagación imparable, intersticios reveladores, comunidades en conexión, eslabones perdidos y amplias resonancias de una materia cuestionada por muchos, pero también muy ejercitada en los recorridos de un imaginario cada vez más inabarcable e inaprensible, tan puntual como difuso.
En el caso venezolano, estos desplazamientos han asentado un punto especial en la producción artística de los últimos años. Escuelas de fotografía, cursos particulares y afinidades comunes han estructurado las ramificaciones de una columna vertebral compleja.
Un gusto generalizado se ha unido a los altos costos que la producción de otras tendencias de las artes visuales representa en la Venezuela de hoy, para hacer de la fotografía digital una de las zonas preferidas por artistas de distintas generaciones.
De este modo la hemos visto generalizada y ampliada, problematizada en herméticas diatribas conceptuales, "neopictorializada" con novedosas estrategias de impresión, "photoshopeada" y retrointervenida por oleadas de culto pop, manoseada hasta rabiar por las redes y comunidades web y revitalizada con gran destello por el conflicto social y los antropologismos de turno.
¿Pero ella, la fotografía, dónde está? Hace dos semanas la inauguración de una muestra con el nombre Cuando las cosas adquieren otra vida me hizo detenerme en esta reflexión sobre los abismos de lo fotográfico en tiempos tan confusos, globales y competitivos. Sin mayores pretensiones, sin discursos que pudieran trascender las revelaciones de la propia imagen, sin retrasos escabrosos ni enigmas estructuralistas, la exhibición del artista Jason Galarraga nos presentó una secuencia cuya belleza radica justamente en la sencillez de un carácter que apela a la esencia más profunda y añorada de la fotografía: la nostalgia, la aprehensión imposible, la transformación, la cadencia insondable de lo otro, el vestigio del instante.
Galarraga es un creador de una larga trayectoria. Desde el diseño gráfico, estudio que cultivó junto con muchas generaciones de valiosos creadores que se formaron en el desaparecido Instituto de Diseño Neumann en la Alta Florida, se ha extendido hacia la profundización de una pintura sumergida en las discursividades del signo, la palabra, las marcas tipográficas y los íconos de la cultura contemporánea como estatutos de una huella pictórica confrontada tanto en telas de grandes formatos como en otras dimensiones gráficas del trabajo sobre papel y la obra tridimensional. Por un comentario del artista Carlos Castillo me enteré de que a finales de los años setenta Galarraga ya extendía una propuesta fotográfica de gran valía: ¡Qué bueno que Jason retomó su trabajo fotográfico! me dijo cuando le comenté de la muestra.
¡Los creadores tienen que desprenderse de esa manía obsesiva de querer pintar pintura! Hoy, en la sala de exposiciones del Ateneo de Caracas, Jason Galarraga pinta para nosotros otras cosas y nos recuerda algunos placeres traspapelados por la afanosa racionalización superlativa de nuestros entornos. Un buen momento para encontrarnos con paisajes perdidos que han sido citados por este creador visual, imágenes hilvanadas por un placer intrínseco que sobrevive al gusto general y que se mece al borde de las expectativas destilando poéticas naturales que vibran entre los azares del afuera y el nutrido deleite de su propia mirada.
Cfr. entrevista realizada por Dubraska Falcón a JG, en: http://www.eluniversal.com/que-hay/120826/soy-un-pintor-digital
EL NACIONAL - Martes 13 de Noviembre de 2012 Escenas/2
Confrontar la mirada
ESTO ES LO QUE HAY
ARTES VISUALES
LORENA GONZÁLEZ
Durante la primera semana de noviembre tuve la grata oportunidad de participar como curadora invitada en los visionados de portafolios que PhotoEspaña organiza con el apoyo de la Aecid, como parte de sus procesos de difusión, encuentro, pedagogía e intercambio en torno a los fenómenos y tendencias más relevantes de la fotografía actual. En este caso me correspondió visitar en Costa Rica las propuestas de veinte fotógrafos de toda Latinoamérica, quienes luego de un proceso de selección se dieron cita en la ciudad de San José para confrontar sus investigaciones visuales con las miradas equidistantes de siete curadores y promotores del arte contemporáneo en la región iberoamericana.
Para los investigadores presentes fue un encuentro revelador. Destacó como materia importante el alto nivel de cada uno de los participantes y la lucidez con la cual expresaron sus reflexiones sobre la materia práctica de la fotografía como discurso dentro de las complejas redes de la contemporaneidad. Con una mayor o menor asertividad, todos manifestaron un orden muy preciso en la presentación de sus trabajos, resaltando la calidad de portafolios bien cuidados donde se albergaban procesos delicados que denotaron un compromiso íntimo y profundo con la imagen como núcleo propagador de sentido.
Las temáticas también removieron las bases de algunos supuestos ya reconocidos dentro de la fotografía latinoamericana. Una nueva mirada anclada en las poéticas de la muerte y las vicisitudes visuales del tránsito como metáfora del desplazamiento y el cambio constante del entorno, dio el giro pertinente para encontrarnos con nuevos discursos ya despegados del documentalismo recio de otros tiempos que con tanta fuerza denunció los problemas esenciales de la vida latinoamericana y las difíciles transformaciones de nuestras ciudades.
Ahora, cierta sutileza se levanta en estos trabajos para con paradójica contundencia reestructurar una nueva historiografía de los limbos individuales y colectivos que nos rodean: el paisaje y el cuerpo como relato y soporte, la ausencia y presencia de las estructuras de la ciudad, los reveses del territorio y la memoria oculta del pasado; el viaje como vínculo entre el afuera y el adentro, el sueño serpenteando en la realidad y los vericuetos de una selva persistente e irreconocible; la soledad y la ruina, el vacío como puntero de la historia, la contaminación y el infierno de bucolismos aparentes junto con las contradicciones del progreso y las variables recónditas de la historia personal como punto de suspenso dentro de organizaciones disolutas y bitácoras inciertas.
En lo personal, algunas directrices me comprometieron más allá de lo que este encuentro calcularía.
Además del visionado, varios de los curadores presentamos un pequeño relato de lugares relevantes para la fotografía en nuestros contextos. Cierto temor me embargó.
Las artes venezolanas tienen mucho tiempo sin entrar en contacto con los discursos de otras latitudes dada la ausencia de proyectos expositivos foráneos en el marco institucional del país. Sin embargo, las resonancias del tiempo y las afinidades electivas de los elementos actuaron por sí solas. Cazador-cazado, concluyo en la distancia que en esta rotación del destino fue más valioso lo que los portafolios a mí me enseñaron. Proyectos que me ayudaron a contrastar y espejear lo que hacemos, a saber que siempre debemos poner en confrontación las inquietudes, los hallazgos, las peripecias y los abismos de la propia mirada.
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