jueves, 20 de diciembre de 2012

TEXTURAS

EL NACIONAL - Martes 30 de Octubre de 2012     Escenas/2
Mitografías y desapariciones
ESTO ES LO QUE HAY
ARTES VISUALES
LORENA GONZÁLEZ

Desde hace un buen tiempo la obra de Daniel Medina ha sembrado inquietantes paradigmas dentro de dos de las variables más recalcadas del arte venezolano, la tradición abstracto-geométrica y los territorios del paisaje idílico y el paisaje urbano como manifestación paradójica de los enfrentamientos entre la utopía moderna y la transformación de la historia dentro de la variabilidad caótica de crisis sociales, políticas y económicas en constante ebullición.
Desde el 16 de septiembre y hasta el pasado domingo exhibió en las salas de Periférico Arte Contemporáneo sus trabajos más recientes, los cuales se desprenden de un período de investigación de aproximadamente seis años, luego de que inaugurara en este mismo lugar su primera individual con el título Space Invaders. La revisión y el seguimiento periódico que ha dispuesto este espacio para la investigación de este joven creador resalta un acertado ejercicio institucional capaz de extender sus políticas expositivas más allá de la novedad, al afianzar la alineación necesaria que tanto urge en una formación venezolana dispuesta a profundizar en los reveses característicos del proceso creativo.
En este caso resulta revelador el observar las peripecias que Daniel Medina ha tomado en el camino como artista. Sin desprenderse de sus preocupaciones fundamentales, se ha dedicado durante estos años a asaltar otros testimonios que participan en el levantamiento inédito de nuevas metáforas, consolidando diálogos comprometidos con los bastimentos del imaginario colectivo de la contemporaneidad. En la sala de exposiciones, postales, fotografías, historias, imágenes, conexiones, videos, intervenciones en el espacio y empalmes con otros procesos visuales constituyen una buena parte de esa ruina atávica que parece vivir en el centro de los acontecimientos de nuestra historia moderna: desvanecimientos, alteridad, confusión y reconstrucción de límites, fragilidad y audacia sorpresiva de infinitas entidades sujetas por el vínculo de una memoria sin soporte real.
Lo más curioso es que el cuerpo físico del que observa se ve repentinamente trastocado por estas interposiciones del artista, sensación que se desprende desde la obra gracias a la autonomía desplazada y a la reinvención con la que Medina repite y se apropia del ejercicio de poder que perfila la manipulación de las referencias.
En cada una de sus estructuras sobrevive la suspensión de una imagen ligeramente trastocada, verdades a medias que transitan desde el patrimonio alterado de nuestras ciudades, las volátiles promesas del progreso, las ilusiones del bienestar y los módulos de un éxito provisional que solapa la crudeza del deterioro humano que vive bajo los vericuetos del discurso, como esas reveladoras Rejas, que en perorata cromática con la trama azul y naranja de la pared propician el surgimiento de un nuevo cinetismo, aquel que anudado a la luz del encierro pone en evidencia los complejos ángulos de un aislamiento voluntario circunscrito por los dictámenes de la violencia cotidiana. De este modo, la memoria personal del espectador se activa en las intervenciones del artista como el núcleo fantástico que colma de inesperadas revisiones las afirmaciones de otro tiempo, cadencias de una posibilidad que se disloca en la obra para otorgarnos las múltiples contingencias que pudieran haberse edificado o disipado: lo cierto, lo falso, lo veraz, lo certero y lo oculto se tejen y se destejen en sus acciones plásticas haciendo tambalear varias de las afirmaciones con las que enfrentamos y padecemos nuestro presente actual.


EL NACIONAL - Martes 11 de Septiembre de 2012     Escenas/2
El placer de la mirada
ESTO ES LO QUE HAY
ARTES VISUALES
LORENA GONZÁLEZ

Desde hace un tiempo la propagación de la fotografía no sólo como discurso artístico sino también como ejercicio identitario de comunicación virtual, difusión colectiva y personal ha sembrado zonas múltiples caracterizadas por altos niveles de interactividad: propagación imparable, intersticios reveladores, comunidades en conexión, eslabones perdidos y amplias resonancias de una materia cuestionada por muchos, pero también muy ejercitada en los recorridos de un imaginario cada vez más inabarcable e inaprensible, tan puntual como difuso.
En el caso venezolano, estos desplazamientos han asentado un punto especial en la producción artística de los últimos años. Escuelas de fotografía, cursos particulares y afinidades comunes han estructurado las ramificaciones de una columna vertebral compleja.
Un gusto generalizado se ha unido a los altos costos que la producción de otras tendencias de las artes visuales representa en la Venezuela de hoy, para hacer de la fotografía digital una de las zonas preferidas por artistas de distintas generaciones.
De este modo la hemos visto generalizada y ampliada, problematizada en herméticas diatribas conceptuales, "neopictorializada" con novedosas estrategias de impresión, "photoshopeada" y retrointervenida por oleadas de culto pop, manoseada hasta rabiar por las redes y comunidades web y revitalizada con gran destello por el conflicto social y los antropologismos de turno.
¿Pero ella, la fotografía, dónde está? Hace dos semanas la inauguración de una muestra con el nombre Cuando las cosas adquieren otra vida me hizo detenerme en esta reflexión sobre los abismos de lo fotográfico en tiempos tan confusos, globales y competitivos. Sin mayores pretensiones, sin discursos que pudieran trascender las revelaciones de la propia imagen, sin retrasos escabrosos ni enigmas estructuralistas, la exhibición del artista Jason Galarraga nos presentó una secuencia cuya belleza radica justamente en la sencillez de un carácter que apela a la esencia más profunda y añorada de la fotografía: la nostalgia, la aprehensión imposible, la transformación, la cadencia insondable de lo otro, el vestigio del instante.
Galarraga es un creador de una larga trayectoria. Desde el diseño gráfico, estudio que cultivó junto con muchas generaciones de valiosos creadores que se formaron en el desaparecido Instituto de Diseño Neumann en la Alta Florida, se ha extendido hacia la profundización de una pintura sumergida en las discursividades del signo, la palabra, las marcas tipográficas y los íconos de la cultura contemporánea como estatutos de una huella pictórica confrontada tanto en telas de grandes formatos como en otras dimensiones gráficas del trabajo sobre papel y la obra tridimensional. Por un comentario del artista Carlos Castillo me enteré de que a finales de los años setenta Galarraga ya extendía una propuesta fotográfica de gran valía: ¡Qué bueno que Jason retomó su trabajo fotográfico! ­me dijo cuando le comenté de la muestra­.
¡Los creadores tienen que desprenderse de esa manía obsesiva de querer pintar pintura! Hoy, en la sala de exposiciones del Ateneo de Caracas, Jason Galarraga pinta para nosotros otras cosas y nos recuerda algunos placeres traspapelados por la afanosa racionalización superlativa de nuestros entornos. Un buen momento para encontrarnos con paisajes perdidos que han sido citados por este creador visual, imágenes hilvanadas por un placer intrínseco que sobrevive al gusto general y que se mece al borde de las expectativas destilando poéticas naturales que vibran entre los azares del afuera y el nutrido deleite de su propia mirada.



Cfr.
http://www.eluniversal.com/2011/03/09/no-soy-un-pintor-que-mide-lo-que-esta-creando.shtml
http://sopotocientos.blogspot.com/2012/09/fundacion-telefonica-y-periferico.html
Fotografía: El Nacional, Caracas, 15/12/12.

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