EL NACIONAL, Caracas, 28 de Julio de 2002
Tendencias de la postmodernidad
La nueva pirámide del ascenso social
Alberto Soria
Los monárquicos no dejan de asombrarse sobre cómo ha cambiado el mundo: El marqués de Griñón, por despecho y para lavar la herida se convirtió en viñador y ahora da conferencias sobre el porcentaje de uso del anhídrido sulfuroso como antioxidante en la elaboración de sus botellas. Con gozo y claro ejemplo de que la aristocracia sabe trabajar, reseña ¡Hola! el acontecimiento. Señoritos crían vinos en Ribera del Duero, directores de películas lo hacen en el valle de la Napa, y gigolós famosos ya no frecuentan discotecas en Ibiza sino que van a dejarse ver en restaurantes como el Bulli, o participan en programas como La guerra de los sexos, rellenando pimientos de piquillo. El fenómeno, de fuerza hispánica en televisión, radios y revistas, en absoluto es monoparlante. Habla inglés, alemán y sueco. Griego, galés y ruso. Actrices y actores famosos que ganan millones de dólares por mostrar pectorales o dejarse ver en hilo dental, ponen restaurantes y hablan de cubiertos servidos como si hubiesen trabajado con Escoffier o Ritz. Rostros encantadores que antes pertenecían al mundo de los perfumes y los cosméticos han saltado la cerca hacia la industria que fabrica salsas en tanques de acero inoxidable. Los especialistas en consumo masivo aseguran que si la cara bonita o el trasero perfecto logra ser fotografiado con un príncipe, un cantante de rock o un futbolista, el consumo de lechugas crece. Hijos de familias “bien”, en lugar de mantener distancia como enseñaron los Romanoff se mezclan con la clase media y dedican cinco años de su vida universitaria a estudiar cocina en lugar de ser doctores. Excentricidades de esa naturaleza, antes solo eran vistas en el principado de Mónaco, que por algo es más famoso por su circo que por su teatro de la ópera.
La pirámide del ascenso social ha cambiado. El orgullo se cocina a baño maría. Lo puede observar usted todas las noches cuando las señoritas buena nota de la televisión colombiana le toman el pulso a la fama. Pintores, escritores, futbolistas y ciclistas, héroes por décadas, han sido sustituidos por la F-1 donde los mecánicos no están nunca grasientos, niñas que pasan hambre para ser top-models, y niños ricos que cocinan. Que el hijo de un obrero haya llevado fortuna a su casa por su talento en la cocina, ni es noticia, ni confiere fama. Que lo haga un adinerado sí. Jairo no, Adolfo Enrique sí. Así como los millonarios norteamericanos quieren vivir y comer como los pobres de las riberas del Mediterráneo adaptando su dieta, los ricos de cuna y los que desean aparentarlo desde México hasta la Patagonia, están descubriendo en tareas y oficios antes reservados al servicio, orgullo, satisfacción, talento y fama.
“¡Qué bueno que eso ocurra, no se imagina cómo lo van a disfrutar!” nos contaba Gerard Angelovich, mejor sommelier del mundo en 1968 ya en su retiro cuando enseñaba las virtudes de los vinos del país vasco francés, su pueblo. “No hay mejores hoteleros que los aristócratas y la gente bien. No hay mejores cocineros de sutilezas que aquellos criados en casas donde se sabe usar finas hierbas. Ni mejores sommeliers que muchachos a los que sus papás alguna vez enseñaron lo que son grandes catedrales”. Con él y Xavier Domingo imaginamos una vez una guía de restaurantes basada en cocineros con lecturas o en patrones graduados en ingeniería social, de ésa que se aprende tras un mostrador. El proyecto duró hasta que un restaurador catalán nos enseñó hacia dónde soplaba el viento: “Tíos, ustedes no entienden cómo funciona ahora esto. Ahora, los que ponen restaurantes son los banqueros”.
Fotografía: LB, edificio Ambos Mundos (Caracas, 17/11/12).
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