miércoles, 19 de diciembre de 2012

SECADURA DE TINTA

EL UNIVERSAL, Caracas, 16 de Noviembre de 2012
El libro venezolano, o los trabajos de Sísifo
MARIANO NAVA CONTRERAS 

En una reciente entrevista al director de la editorial Monte Ávila, el escritor Carlos Noguera, se expresan interesantes conceptos acerca de las políticas y los criterios del gobierno venezolano con respecto de la difusión del libro y la promoción de la lectura. Para el funcionario, que dirige la más importante editorial del Estado, gran parte de los problemas del libro venezolano se resuelven con la creación de una agencia literaria -idea que además debemos al ministro Calzadilla-, pues el asunto radica fundamentalmente en fallas de distribución. Sin embargo, esta solución, aparentemente sencilla, choca con un formidable obstáculo, pues, añade el funcionario, una agencia literaria "tiene un sentido, primordialmente, mercantil", y ello, "sería un contrasentido en el sector oficial". A esto se suma el desdén de que son objeto, según Noguera, los títulos oficialistas por parte de las librerías privadas, las cuales "no aceptan los libros de Monte Ávila". Así que con la ideología hemos topado. Por lo demás, la entrevista está salpicada de términos como "todavía no hemos dado con la solución", "no lo hemos logrado", "no hemos acertado". Catorce años después.
Vamos a estar claros. Mientras que la mayoría de los países iberoamericanos han sido exitosos al promocionar su literatura en el exterior, nosotros apenas hemos sido conocidos por los que han sido los únicos productos de exportación de la cultura venezolana: la telenovela y el Miss Venezuela. Hoy, que también estos se han venido a menos, supongo que estaríamos mejor representados por las narcomisses y las narcomodelos, especie de heroínas populares que últimamente se han puesto tan de moda.
La verdad es que, en su afán estatizador, este gobierno ha repetido y  profundizado los errores cometidos por sus predecesores. No solo ha sostenido las editoriales oficiales tradicionales (cosa ya bastante inexplicable), sino que además ha creado otras, sin querer sustraerse a la tentación de ideologizar su producción. En su obsesión por controlarlo todo, ha estrangulado el funcionamiento de las editoriales y las distribuidoras privadas, ha restringido la libre importación de libros y ha impuesto una superestructura totalitaria destinada a controlar el pensamiento y la literatura. Me refiero a nuevas editoriales como El Perro y la Rana, a la red de librerías Del Sur (cuando están abiertas) y ferias del libro como Filven, destinadas casi exclusivamente a la producción y mercadeo del libro oficialista. Ahora dicen que quieren fundar una agencia literaria, de la que me permito dudar que se beneficien todos los escritores, de todas las ideologías.
En los países cultos, la literatura no es problema de un gobierno, es un asunto de Estado. Allí se entiende que las letras y el pensamiento cumplen la importantísima función de establecer el modelo de la lengua culta, canalizar y propagar las ideas, darle prestigio al país, en otras palabras, producir una cultura nacional. Tarea demasiado importante para dejarla a la improvisación de un gobierno, y que pertenece más bien a todo el país pensante. Por eso el Estado se limita a propiciar las circunstancias adecuadas para el desarrollo de la industria cultural. A garantizar un clima de libertad y tolerancia que estimule a los creadores. Allí, el Gobierno no se pone a fundar editoriales y cuanta oficina pueda llenarse de burócratas y oportunistas, a inventar "bodegas culturales" y cuanto sarao y expoventa pueda ocurrirse. La iniciativa la deja a los ciudadanos particulares, en cuyo talento y capacidades confía.
A corto plazo no soy optimista. La vigorización de la literatura y de la industria cultural en Venezuela no es un problema de falta de talentos. Todo lo contrario. Nuevas generaciones de dotadísimos escritores continuamente se incorporan al oficio, sumando su pluma a la de los veteranos maestros de siempre. Las librerías privadas siempre estarán dispuestas a vender, que es su trabajo, y no es su culpa si los viejos panfletos políticos ya no se venden. El problema de fondo está en que se entienda de una vez que la creatividad siempre ha estado reñida con los controles y la opresión, y que no hay nada que repugne más a la verdadera literatura que la mediocridad.

Ilustración: Keith Parks.

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