sábado, 4 de diciembre de 2010
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EL NACIONAL - Sábado 04 de Diciembre de 2010 Papel Literario/1
Jon Lee Anderson y el Nuevo Periodismo
Jon Lee Anderson estará en Caracas el próximo 7 de diciembre para dictar una conferencia, "Favelandia: el futuro de las ciudades latinoamericanas", en el marco de la X Conferencia de la Fundación de la Cultura Urbana. Será en la sede del IESA, a las 7 pm
ANDRÉS BOERSNER
Hasta bien entrada la década de los ochenta del siglo pasado el Nuevo Periodismo era considerado una invención anglosajona.
El término lo puso de moda Tom Wolfe, pero las referencias iban a tiempos remotos.
Por lo general la data más antigua se estacionaba en el siglo XVII con Daniel Defoe y su diario del año de la Peste.
Lo curioso es que el Nuevo Periodismo no es asociado inicialmente al periodista sino al escritor. Se barajaban siempre los nombres de Mailer, Capote, Hemingway o, más atrás, London, Ring Lardner y Mark Twain. Hemingway comenzó como periodista pero su reputación y reconocimiento fueron desde el inicio como narrador.
Esta forma de hacer periodismo se centró en dos vertientes: los hechos (Hemingway como corresponsal de guerra, Ring Lardner como cronista deportivo) y el reportaje a celebridades (como el caso de Mailer o Talese), aunque sin descartar fenómenos como el de las patotas (Hunter Thompson) o la "izquierda exquisita" (Tom Wolfe).
Es con estos últimos nombres, Talese, Thompson y Wolfe que los periodistas desplazaron a los escritores del espacio de Nuevo Periodismo. A Latinoamérica llegaron una década después, de la mano de editoriales para ese momento subterráneas como Anagrama. Y lo hacían en traducciones marcadas por el llamado "destape español", con su argot nada convencional. Pero en las aulas de Comunicación de la UCV mandaban a leer, aún en los ochenta, A sangre fría como piedra angular del Nuevo Periodismo. Veíamos con cariño, aunque a la distancia, los esfuerzos de algunos profesores que vendían la obra de Capote como el ejemplo más acabado y actual de esta tendencia. Entre tanto ya nos habíamos leído Relato de un náufrago, de García Márquez y nos turnábamos en la lectura de La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska o A ustedes les consta, de Carlos Monsiváis.
En el plano literario Ángel Rama recordaba las bondades de la crónica periodística presente en la generación modernista latinoamericana: Martí, Darío, Gutiérrez Nájera, Gómez Carrillo, Blanco-Fombona. Años después, Susana Rotker hacía un estudio completo acerca de la crónica dentro de este movimiento. El Nuevo Periodismo, después de todo, tenía larga data en nuestro continente.
El Nuevo Periodismo latinoamericano se asocia incluso al de los Cronistas de Indias, por su voluntad de narrar la historia desde adentro y con elementos narrativos que realzaban las noticias que se transmitían a las autoridades imperiales.
Cuando el Nuevo Periodismo se desarrolló en Estados Unidos existían revistas importantes que tenían décadas circulando y estaban asociadas a lo literario. Unas pocas se involucraron directamente con la nueva tendencia periodística: The New Yorker (1925) y Esquire (1933) principalmente. Esta última apostó también por nuevas formas narrativas, como el minimalismo. El conocimiento que tenemos hoy de Raymond Carver o Richard Ford tiene parte de su historia inicial en Esquire.
Poco después de que Tom Wolfe acuñara el término aparece otra revista que apuesta por el periodismo literario. Se trata de Rolling Stone (1967), de donde resalta la figura de Hunter Thompson, el más radical de los nuevos periodistas y creador del "periodismo gonzo", por lo que tiene de personal dentro de la historia.
El Nuevo Periodismo, escrito por periodistas, comienza a tener presencia sólida en nuestro continente a partir de la década de los setenta, aunque hay ejemplos importantes en la década anterior. Algunos remarcan la aparición definitiva del género con la novelareportaje Operación masacre (1957), del periodista argentino Rodolfo Walsh.
En Venezuela fue a través de El Nacional , el suplemento cultural de Últimas Noticias y El Diario de Caracas, cofundado por periodistas argentinos exiliados, donde se desarrolló un periodismo más literario.
En esto influyó también el que se desarrollaba en España, sobre todo a través de las páginas de El País y del género de la entrevista.
A fines de esa década, en Perú, comienza su carrera un joven periodista norteamericano, en los estertores del mandato de facto del general Francisco Bermúdez. Tenía poco más de 20 años pero ya conocía, por circunstancias familiares o iniciativa propia, buena parte del planeta. Había transitado por países con baja circulación turística o realidades tan diversas como Liberia, Corea del Sur e Indonesia.
Este joven, Jon Lee Anderson, nacido en 1957 en Long Beach, California, hijo de un funcionario diplomático y una escritora, se inició en The Lima Times y como corresponsal de una agencia de noticias. Desde muy temprano sintió curiosidad por zonas poco conocidas para el occidental común y que hoy siguen teniendo preferencia en su afecto: Latinoamérica y África. Su segunda lengua es el español, hablado con un acento que recuerda a Perú, Colombia, Cuba o México, países en los cuales ha residido por largas temporadas.
Jon se sintió fascinado por el panorama que presentaba América Latina en ese momento: en el Cono Sur sólo había dictaduras militares; en la parte media predominaban gobiernos en transición (como en el Perú mismo o en Ecuador); en la parte norte habían democracias tradicionales y en Centro América sucedían cambios alentadores, como la Revolución Sandinista y efervescencias como la de San Salvador. Cuando pudo cubrir parte del conflicto centroamericano ya el grueso de los acontecimientos había ocurrido. Sentía que, al igual que con la guerra de Vietnam, llegaba tarde al escenario y con fuentes de segunda mano. A partir de allí se prometió ejercer un periodismo de primera instancia, lo más lejano posible a la sala de redacción y los intereses particulares de un medio. Desde entonces ha sido corresponsal político y de guerra de muchas publicaciones, haciendo especial énfasis en el estudio sistemático de procesos (como la política exterior norteamericana y su interferencia directa, militar, en Irak o Afganistán o el fenómeno de las guerrillas, especialmente en Centro América) y en un elemento más común dentro del Nuevo Periodismo norteamericano: el retrato de celebridades políticas. En su caso se trata sobre todo de un estudio acerca del fenómeno del poder.
Entre estas dos instancias, el análisis político y biográfico, se ha desarrollado principalmente la carrera de Lee Anderson.
Tal vez por eso y por su voluntad didáctica se le conozca como "el sucesor de Kapuscinski".
Sin entrar en detalles sobre esta comparación podemos agregar que Anderson no ha parado de viajar y meterse en la boca del lobo en estos últimos años. Su crónica es detallista y por eso mismo suele consumir varios viajes y semanas antes de cristalizar. Mientras la mayoría de los corresponsales hacen uso de rutas relativamente seguras, como las de convoys militares o partes claramente interesadas en el conflicto iraquí o de Afganistán, el autor de La caída de Bagdad y El dictador, los demonios y otras crónicas apela a trayectos más independientes para acceder a la fuente. Para él buscar un equilibro de la realidad entraña un choque directo, constante, insistente, en el desarrollo de la historia. Hay dos explicaciones para ello, que él mismo ha referido: la noción de aventura que siempre lo acompañó y el planteamiento ético, moral, que tiene como principio de vida.
Un buen periodista sabe cuál es su lector. En el caso de este tipo de crónicas y reportajes se trata de una capa culta, media, interesada por la historia y por un periodismo de fondo que vaya más allá de los noticieros y comentarios previsibles. El lector de Anderson entiende que va a recibir malas noticias y que este periodista, metido en la historia, no lo va a dejar tranquilo en su poltrona favorita. Es una regla sencilla que enseñan en las buenas escuelas de Comunicación Social: el periodista es un agitador, un concientizador. No se trata de un propagandista político, sino de alguien que da una idea del conjunto y la pone en perspectiva.
Todos los periodistas influyentes que aplican estos principios en su escritura han tenido problemas. Kapuscinski los tuvo y no cesaron con su muerte. En el conjunto de crónicas sobre Hispanoamérica El dictador, los demonios y otras crónicas aparecen retratos de personalidades que despertaron agrios comentarios. Se dijo, por ejemplo, que la figura de Pinochet aparece suavizada, que la de Noriega es feroz o que la de Chávez resulta demasiado favorable.
Pero también se ha dicho lo contrario. Lo que tal vez más molesta al periodista es contender con esa visión miope, intolerante, maniquea, de algunos lectores para los cuales sólo existe el blanco y el negro. La tumba de Lorca es la excusa perfecta para mostrar como las heridas de guerra siguen a carne viva en España. La entrega del Canal de Panamá por parte de Estados Unidos deviene en un retrato crudo de la sociedad panameña y de los intereses nada transparentes que se mueven detrás de su floreciente economía. Su visión de García Márquez es, sobre todo, un estudio eficaz de la situación política colombiana. Y el retrato de dictadores que tuvieron todo el poder y terminan agradecidos por el trato que le dieron en una tienda por departamentos no puede ser más patético e ilustrativo de lo demoledora que es la vida cuando se acaban los 15 años de gloria.
Algunos de los contenidos que se desprenden de los reportajes de Jon Lee Anderson nos pueden hacer pensar en un manual de auto-ayuda o en un propagador de principios éticos.
--Asume tus decisiones hasta las últimas consecuencias.
--No asumas una realidad por sentada sin antes comprobarla. La historia está en el lugar de los hechos, no en las salas de redacción.
--Mantén una posición abierta frente a la fuente, no hostil o donde se noten a las claras tus inclinaciones.
--Concéntrate en los detalles para que tengas una idea del conjunto.
--Mira lo que se mueve alrededor.
--No señales la cantidad de fuentes o dificultades sorteadas para conseguir tus informaciones, a no ser que quieras escribir un relato de aventuras en vez de un reportaje.
--El deber del cronista es incomodar al lector pero dejando abiertas las vías que le permitan una conclusión particular. Eso se logra con una información amplia y lo más heterogénea posible.
--El periodista debe estar presente como observador directo de los hechos, pero no en un rol de protagonismo.
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