lunes, 15 de abril de 2013

FRAUDES (2)

El Nacional - Viernes 18 de Junio de 2004     A/10
Fraudes electorales
Jesús Sanoja Hernández

Venezuela —no el oficialismo, no la oposición— tiene la oportunidad histórica de votar por su futuro. Frente a consignas ridículas y puramente ocasionales como aquella de “Carlos Melo somos todos”, lo urgente es demostrar que “Venezuela somos todos”. Mientras ésta no sea ley moral y cédula de identidad irrenunciable, estaremos propiciando una guerra incivil en la que el fraude electoral podría ser el detonante.
Un fraude electoral, venga de donde viniere, tendría consecuencias catastróficas. En la Venezuela que emergió en 1936, comienzo de nuestro siglo XX según Picón Salas, las elecciones fueron vistas como rescate de la voluntad popular, lo que no resultaría verdad sino hasta 1946 con el proceso constituyente y 1947 con el triunfo de Rómulo Gallegos.
Durante Eleazar López Conteras, con la Cívicas Bolivarianas y la elección presidencial de tercer grado que perduraría hasta la llamada Revolución de Octubre, Venezuela, electoralmente hablando, no era ni podía ser de todos. El lopecismo, blindado en las Cívicas Bolivarianas y gracias a los manejos turbios del colombiano Franco Quijano, cometió fraude por dos vías, la de hecho en las urnas y la constitucional con su sistema neogomecista.
Y hasta en el incompleto período de Isaías Medina Angarita, siguiendo las huellas del francoquijanismo, apareció el intento de un fraude (pre) electoral.
Poco antes, en 1943, en mitin en el Nuevo Circo, Andrés Eloy Blanco lanzó la tesis de que “el voto es el pueblo” y reclamó abierto y democrático ejercicio del derecho al sufragio. Y advirtió: “Pero no basta, señores, adquirir un buen sistema electoral. Es necesario practicarlo con pureza”, para luego citar al ilustre argentino que había dicho que el fraude electoral constituía “un delito más grave que los delitos contra las personas, que el robo y el homicidio, porque en el homicidio se hiere principalmente la vida de un ser, y en el fraude electoral se está hiriendo la vida de la misma soberanía nacional”.
El 15 de marzo de 1946 entró en vigencia el “estatuto electoral más democrático de América”, que rigió para las sucesivas elecciones de Asamblea Constituyente, Gallegos, Congreso y concejos municipales.
Fueron procesos pulcros, aunque no duraderos, pues el 24 de noviembre de 1948 los militares —o parte de ellos— que habían llevado a Acción Democrática al poder consumaron un golpe de Estado bajo el pretexto de que AD había anarquizado el país.
Tras mucho esperar —un cuatrienio, justamente— la Junta de Gobierno, bajo control castrense, convocó a elecciones para Constituyente en las que arrasaron URD y la unidad popular, pese al ambiente de represión y las limitaciones de las garantías ciudadanas. En menos de lo que canta un gallo, Marcos Pérez Jiménez y los suyos desconocieron los resultados. Pérez Jiménez fue llevado a la presidencia provisional, luego convertida en constitucional.
Varios dirigentes de URD, entre ellos Jóvito Villalba, terminaron en el destierro. Fraude como ese no se ha visto desde 1936 ni se vería desde 1952 hasta hoy, salvo el que Pérez Jiménez, por segunda vez, cometió al atribuirse triunfo en el anticonstitucional plebiscito del 15 de diciembre de 1957. Acerca de este otro fraude escribí años más tarde, al borde de la imprevisible jornada electoral de 1998, y al final reveladora del ascenso del Polo Patriótico y del fenómeno Chávez. Preguntaba yo:
“¿Y cuál fue la segunda prueba?” Y respondía: “La del 15 de diciembre de 1957. No estaba la élite perezjimenista dispuesta a repetir la experiencia del 30 de noviembre. Desde abril de 1957 se empezó a cocinar en la cúpula perezjimenista, con asesores tan taimados como Vallenilla Lanz, la fórmula del plebiscito, que violaba francamente el artículo 104 de la Constitución (sufragio directo, secreto y universal) para la elección presidencial”. Mala jugada le resultó a Pérez Jiménez aquella su trampa con el sí o el no, con el rojo continuista o el azul disidente. Quince días y horas después se producirían rebeliones militares en Maracay y Caracas y ya el 23 de enero de 1958 habría de huir en La Vaca Sagrada, aeronave que lo despedía del derrumbe.
Chávez se jacta de haber vencido en siete elecciones y, si fuese fiel con las victorias, debería estar preparado para serlo con la derrota, si ella sobreviniese. Cuando el ministro de Defensa de la Junta Revolucionaria (Carlos Delgado Chalbaud, 1947) aseguró que la FAN no tenían como misión la de las contiendas políticas, advirtió, por otro lado, que “si al Ejército se le pedía que interviniera en política, el Ejército no tenía otra manera de hablar sino por la boca de los fusiles”. Y al final, por desgracia, intervino, con él a la cabeza.
La alternativa de Venezuela, a escasos meses de un polémico revocatorio, debe ser la de los fusiles del voto, esas armas que le dan vida y no muerte a la democracia, sea representativa, sea participativa. Y si los militares en estos tiempos de agitación también pueden votar gracias a la amplitud de la Constitución de 1999, entonces, ahora menos que nunca deberían hablar por la boca de los fusiles. No olvidar, pues: Venezuela somos todos. Y todos tenemos derechos a revocar o ratificar.

Fotografía: El Nacional, Caracas, 11/1952.

No hay comentarios:

Publicar un comentario