CIUDAD CARACAS, 28 de abril de 2013
El perdón como camino a la paz
NUMA MOLINA
Comienzo por reconocer que hay diferentes modos de abordar el tema del perdón. Hay concepciones erradas que podrían llevar incluso a una bomba de tiempo entre personas o entre grupos humanos si no se sabe abordar el perdón como un proceso.
Por ejemplo, identificar el perdón con el olvido es un error porque solo se puede perdonar bien si se recuerda bien y se ventila lo acontecido. Si tenemos delante lo que pasó lo podemos integrar. Esto nos lleva a comprender con mayor claridad el por qué el perdón es un proceso. Es muy común encontrarnos con frases engañosas como “olvido y perdón”, o “borrón y cuenta nueva” en el contexto de crímenes y guerras en América Latina. Dirá Carlos Cabarrús, un jesuita guatemalteco, que estas expresiones usadas como argumento son “la mejor garantía de volver a cometer los crímenes”.
En Guatemala tenemos un ejemplo, cuando en 1988 la Conferencia Episcopal de ese país nombró a los obispos Rodolfo Quesada y Juan Gerardi para participar en la Comisión Nacional de Reconciliación después de aquella guerra fratricida que había azotado al país. El argumento de los agresores era que la Iglesia debía perdonar olvidando y el obispo Gerardi, defensor incansable de los derechos humanos de indígenas y campesinos se opuso a ese concepto y comenzó por la recuperación de la memoria histórica del pueblo. Se documentaron 54 mil violaciones de derechos humanos perpetrados por el ejército durante la dictadura militar que duró desde 1960 a 1996. Gerardi tituló aquella recopilación testimonial “Guatemala nunca más”. Coloco este ejemplo histórico para afirmar que perdonar no significa eximir al agresor de asumir las consecuencias dejadas por sus actos. En otras palabras, si no hay justicia ¿cómo puede emerger el perdón? Para eso existen las leyes civiles y penales que los ciudadanos y ciudadanas han acordado como nación.
JUSTICIA Y PUNICIÓN
Estos elementos, justicia y punición, son esenciales para que en una sociedad acontezca el perdón sanador. Primero se tiene que aplicar la justicia, que no es la justicia alternativa no establecida a la que se recurre cuando no funciona la justicia ordinaria, sino la justicia contemplada en las leyes de la República y aplicada por quienes tienen el deber de hacerlo. Cuando esta justicia no acontece porque se la cercena por diversas razones de interés particular, entonces estamos frente a lo que conocemos como impunidad. Y la impunidad no es otra cosa sino la falta de castigo, así escuetamente lo define el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Un acto de agresión que se queda impune genera temores en la ciudadanía, la persona siente una especie de orfandad legal ante la cual los poderes competentes están en la obligación de responder.
Creo que el tema de la impunidad en Venezuela es una deuda muy vieja y pendiente. Para ello necesitamos que nuestro sistema judicial pase por una reforma profunda y contundente. Ha llegado el momento de reclamar como país el respeto a la vida. Hay mucha impunidad en las calles de nuestras ciudades y a ella se suma hoy la ola de violencia irracional de la que fuimos testigos recientemente y de la que tenemos un saldo de 10 personas fallecidas y un número elevado número de centros de salud integral que fueron asediados unos, y otros destruidos. Tenemos también muchas personas humildes silenciadas y silenciosas para evitar ser agredidas por una ola de intolerancia sin razón.
El camino hacia la paz exige el reconocimiento de la falta como reconocimiento del otro de la otra sino no será posible una auténtica reconciliación. Por eso estoy en desacuerdo cuando se habla de reconciliación con una ligereza tal que se ignora la herida causada sin motivo a nuestros hermanos o hermanas.
DEL PERDÓN CON JUSTICIA AL RECONOCIMIENTO DEL OTRO
Creo que cuando caemos en estas espirales de violencia producto de la intolerancia entonces perdemos la capacidad para reconocer en nuestros semejantes las cualidades que cada una y cada uno tiene. Se desatan los demonios del fatalismo y comenzamos a ver en las personas de nuestro entorno únicamente lo negativo que tiene, sus distintos modos de pensar y no las potencialidades con las que cuenta cada ser humano y con las que en común podríamos construir espacios sabrosos de convivencia. Para ilustrar lo que quiero decirles haré uso de una sabia y sencilla metáfora que se titula asamblea en la carpintería:
Hubo en la carpintería una extraña asamblea; las herramientas se reunieron para arreglar sus diferencias. El martillo fue el primero en ejercer la presidencia, pero la asamblea le notificó que debía renunciar. ¿La causa? Hacía demasiado ruido, y se pasaba el tiempo golpeando. El martillo reconoció su culpa pero pidió que fuera expulsado el tornillo: había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo. El tornillo aceptó su retiro, pero a su vez pidió la expulsión de la lija: era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás. La lija estuvo de acuerdo, con la condición de que fuera expulsado el metro, pues se la pasaba midiendo a los demás, como si él fuera perfecto.
En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo, utilizando alternativamente el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Al final, el trozo de madera se había convertido en un lindo mueble.
Cuando la carpintería quedó sola otra vez, la asamblea reanudó la deliberación. Dijo el serrucho: “Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades”. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestras flaquezas, y concentrémonos en nuestras virtudes. “La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba solidez, la lija limaba asperezas y el metro era preciso y exacto. Se sintieron como un equipo capaz de producir hermosos muebles, y sus diferencias pasaron a segundo plano.
LA FAMILIA, ESPACIO PARA CULTIVAR VALORES
La parábola a la que me referí anteriormente es válida para cualquier grupo humano llámese familia, institución, empresa, grupo de vecinos o el país como gran comunidad. Esta vez quiero enfatizar a la familia. Allí cultivan los valores, allí los padres son maestros de vida para bien o para mal mediante su conducta. Cuando el padre o la madre tienen la capacidad de corregir a su hijo porque cometió un error en la escuela pero antes de hacerlo le recuerdan todas las cualidades que tiene, están formando ya un potencial ser humano para la vida, para la tolerancia, capaz de ser proactivo, de mirar su entorno como oportunidad y no como amenaza. Qué bueno sería que los padres y madres dedicaran en su tiempo libre con sus hijos algunos para enumerar las cualidades que tiene su hermanita o sus padres, sus amiguitos de la escuela. Es un modo práctico para educar la sensibilidad hacia lo bueno, hacia lo grande, hacia lo hermoso que cada ser humano tiene.
LA ESPECULACIÓN
Es otro tema que está a la orden del día. Un especulador es un hampón suelto que roba sutilmente en nombre de la devaluación, del dólar paralelo, de que no se consigue el producto, etc. Las mil razones para convencer a la víctima. Es ahí donde los consumidores necesitamos ser valientes, preguntar, levantar la voz para reclamar oportunamente. Si no somos capaces de reclamar nuestros propios derechos ¿seremos capaces de levantar la voz cuando se le violan los derechos a los demás, en especial a los más humildes? Hay que denunciar ante Indepabis, que colapse sus oficinas con nuestras denuncias hasta que se haga justicia. Conozco de pueblitos pequeños en el interior del país donde los campesinos están a merced del viejo barrigón del abasto de la esquina que manda más que el jefe civil y especula como le viene en gana y allí, a Indepabis nunca lo han visto o viene una vez al año, ¿qué hace el pueblo ante tanta impunidad? Porque la especulación es otro delito que en la mayoría de las veces se queda impune.
(*) El autor es periodista
Ilustración: Uncas
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