El Nacional - Viernes 22 de Agosto de 2003 A/6
Elecciones a saltos y asaltadas
Jesús Sanoja Hernández
El 14 de diciembre de 1947 se realizaron las primeras elecciones presidenciales y legislativas de carácter directo, universal y secreto. Rómulo Gallegos llegó así a Miraflores, respaldado por un Congreso donde AD era fuerza arrolladora. Tomó posesión el 15 de febrero de 1948, pero el 24 de noviembre de ese mismo año fue derrocado por los mismos militares que se habían aliado a AD para derrocar a Medina Angarita el 18 de octubre de 1945, “día de la gloriosa revolución”.
Gallegos había permanecido en el poder sólo nueve meses y nueve días. Aquel partido que se ufanaba de arrastrar masas como ninguno antes en nuestra historia, se vino abajo como castillo de naipes, y no se conoció manifestación callejera alguna que saliera a defenderlo, como tampoco a Gallegos y al Congreso, iconos, se diría hoy, de la democracia inaugurada por la Constitución “más avanzada de América Latina”.
Tardaron los golpistas cuatro años y sus días para convocar nuevas elecciones, esta vez con el fin de escoger a los miembros de la Constituyente. El 2 de diciembre de 1952 fue la fecha fijada. La Junta de Gobierno, presidida por un civil, títere de los militares, había organizado un partido de ocasión (FEI: Frente Electoral Independiente) que en cada estado actuaba a través de gobernadores nombrados a dedo y perrunamente obedientes a las órdenes del dúo militarista integrado por Pérez Jiménez y Llovera Páez. La unidad popular forjada alrededor de URD barrió, sin embargo, con el FEI y sus aliados.
Días después Jóvito Villaba y otros líderes urredistas fueron lanzados al destierro, en tanto que en 1953, la Constituyente espuria (sin URD ni Copei) nombraba presidente a Pérez Jiménez.
Cinco años más tarde el dictador, aconsejado por su ministro del Interior Vallenilla Lanz, convocó un plebiscito, contrariando lo previsto en su propia Constitución, la de 1953, sin imaginar que la reacción popular, encabezada por la Junta Patriótica que fundaron los partidos clandestinos, y la de muchísimos militares disidentes, lo sacarían del poder 49 días más tarde. Se había llegado al 23 de enero de 1958, símbolo de la unidad cívico-militar que se desintegraría a lo largo del gobierno de Betancourt.
El proceso de diciembre del 63 encontró inhabilitados al PCV y el MIR, cuyos militantes habían sido protagonistas de primera fila en el desplome de la tiranía. Y por lo mismo, aunque con delirios de una segunda Cuba, esas organizaciones, que ya habían entrado al callejón sin salida de la insurrección, cometieron un segundo error al aprobar la “abstención militante”.
Tales decisiones abrieron el camino al bipartidismo, cuyo desplome tendría que esperar treinta años.
Sólo fue posible, y hasta nuevo aviso, en el período 1993-1998, con efectos devastadores durante los gobiernos de Chávez, el legítimo y el relegitimado.
Cuando se escriba a dos manos, la del observador objetivo y la del militante sectario, la historia de los cuatro años y medio del “chavismo” en el poder, las páginas mostrarán curiosas y peligrosísimas contradicciones. Cada página par estará marcada por el análisis valorativo y racional, mientras cada página impar por la versión pasional y banderiza, pero en uno y otro caso constarán verdades irrefutables: período altamente crítico y a la vez carente de espíritu autocrítico; etapa de contradicciones entre democracia participativa y conducción autoritaria; crisis de partidos y emergencia activa de la sociedad civil; encendido debate interno y alertante monitoreo externo; intensa actividad civilista y tensa actuación militarista; incesantes citas eleccionarias e insólito muro revocatorio.
Ningún otro mandato presidencial había atravesado por tantas contingencias, cambios, desafíos y enfrentamientos como el de Chávez, que empezó con sólida alianza, el Polo Patriótico, y ha quedado reducido al MVR radical y a aliados minúsculos donde el PPT aparece como gigante, no siéndolo. Ningún otro gobierno había sacado a la calle la enclaustrada política de Miraflores, ofreciéndole margen a la creciente oposición para manifestaciones gigantescas, paros cívicos de corta y larga duración y, por reflejo, audiencia en los medios internacionales, especialmente en Estados Unidos y la OEA.
A saltos ha vivido la política venezolana desde que AD y la Unión Patriótica Militar derrocaron a Medina Angarita, cuyo presunto sucesor, Ángel Biaggini, había prometido en su discurso de proclamación como candidato que en su gobierno se aprobaría el voto universal, directo y secreto, principal pretexto de AD para sumarse al golpe de estado que por mucho tiempo vendió como “gloriosa revolución”. Saltos mortales fueron los de 1948, 1952 y 1958, y salto mortal fue el que intentaron el 4-F los del MBR-200.
Las excepciones no pasan de dos:
los 40 años transcurridos entre 1958 y 1998, y los del proceso iniciado por Chávez, si es que el revocatorio no se convierte en trampolín para otra aventura.
Nota LB: Fue siempre grata la costumbre de leer a Sanoja Hernández o, la misma persona, a Pablo Azuaje o Manuel Rojas Poleo. Otros fueron también sus nombres, según informa Rafael Ramón Castellanos en su "Historia del seudónimo en Venezuela" (Ediciones Centauro, Caracas, vol. I: 362): Álvaro Ruíz, Beltazar Padrón, Eduardo Montes, Edgar Hamilton, JEZ, J.E.Z., Juan E. Zaraza, Martín, Garbán, Ricardo Benavides Olaizola, Saher, Sarmiento López y Ulises. Probablemente por él, aprendimos qué era un pseudónimo y nos animó a tres o cinco que, incluso, utilizamos para El Globo, Economía Hoy y El Nacional.
Extrañando ahora sus crónicas que tan injustamente llegó a calificar de menores, como injustos han sido los ataques recibidos por Aporrea, por ejemplo, es necesario reconocer un esfuerzo de equilibrio para quien militó en el PCV, y su impecable manejo del lenguaje. Por supuesto, hay una versión sanojista de la historia contemporánea, pero la hay donde otros - sencillamente - brillan por su ausencia o no encuentran medios para una atractiva exposición que vaya más allá del "tal día como hoy". Con el tiempo, aprendimos a coincidir y a discrepar de esa versión, nunca demeritándolo. Por ejemplo, acá ofrece una más benigna de la violencia y, cuando hemos acudido a diario de insospechado betancurismo, como Clarín y El Nacional, constatamos gravedades como las ocurridas en los comicios de 1963.
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