Es lo que queda del auge, pues, en todo caso los forros sirven para que no se deslice con facilidad el teléfono celular de los bolsillos o experimente el deterioro del polvo, aspirándolo anfibio, mas no para llevarlos al cinto y exhibirlos, por más modestas que sean la marca y el perol electrónico. Del auge de la forratura, por cierto, porque sigue acrecentándose la demanda por los celulares.
Al presumirlos de imitación, el vendedor de forros necesita de la movilidad necesaria para competir con las tiendas especializadas o no de la economía formal. Quizá no pase de un lustro, la invención de un artefacto de liviano metal, plegable y con ruedas, capaz de sostener muchísimas piezas, y - en una guerra de posiciones - avanzar por las calles y avenidas de la ciudad, deteniéndose en los sitios que se presume de potenciales y apurados compradores.
Esa movilidad depende de la juventud del vendedor, el caso más recurrentemente observado, pues, a mayor edad, mejor disposición para instalarse por horas en una trinchera comercial instantánea. A veces, sorprende el zigzagueo del oferente cual motorizado, dentro y fuera de las aceras, toreando a las personas y los automóviles, como si estuviese en una majestuosa faena, aunque muda de aplausos por lo que ocurre en la arena.
Sele ocurrir, hay pericia y arte por encontrar el forro adecuado o forzar el de un distinto modelo de celular, previo comentario de convencimiento. Y también riesgo de probar, enfundando el artefacto electrónico, a la vista de los transeúntes.
LB
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