A la diáspora venezolana
Hermann Alvino
La diáspora venezolana ha amanecido el 15 de Abril con la misma sensación que se tiene cuando se asume la muerte de un familiar: que esa ausencia será para siempre, como lo será igualmente su ausencia del terruño, dado el resultado electoral, estrecho, que es como la fina línea que separa nuestras vidas del otro lado del barrio. Son resultados muy frágiles para Maduro, y si consideramos el descarado ventajismo del combo de gorriones que ha usurpado el poder en Venezuela, quien sabe cuantos de esos votos en realidad tenían a Capriles como destinatario, o nunca fueron emitidos realmente. Pero son resultados suficientes para mantener lejos a la diáspora.
La diáspora criolla sigue sin encontrar las razones por las que la mitad del país prefiere e impone a la otra mitad el vivir entre la basura, sorteando malandros a la entrada del barrio, pagando peajes a la policía corrupta, haciendo colas para comprar alimentos que no aparecen por ninguna parte o están podridos, y llevar el luto de un familiar muerto por atraco, todo lo cual le causa nuestra diáspora un contradictorio sentimiento de liberación -por estar fuera de ese remolino de barbarie- que prisionero a su vez de una culpabilidad diabólicamente desdoblada en la sensación -falsa sin duda- que estando allá se hubiesen podido evitar todos esos sufrimientos, y de una nostalgia de la que nunca podrá liberarse.
Obviamente el mundo sigue su curso, y cada venezolano, de un lado u otro de las líneas que demarcan las fronteras en esta tierra, pues tiene que ir a ganarse el pan. Haber ido a la votar a la sede de su respectivo consulado también le ha deslizado por ese embudo en cuyo túnel converge tanta gente conocida a quien se le ve muy de vez en cuando, para convertir a ese fugaz día de votaciones en una fiesta de reencuentro, mientras que la satisfacción del deber cumplido se une al cansancio por tener que haberse desplazado desde muy lejos. Y ello le recuerda a la diáspora que padres y abuelos, emigrantes españoles, italianos, portugueses o de cualquier país medio serio, donde el correo funciona, podían -y pueden- votar por esa vía, aparte por supuesto de optar por hacerlo en persona en la respectiva sede, y armar de paso su respectivo fiestón de reencuentro; un voto por correo que no conlleva ningún problema logístico, ni sospecha de trampas, ni costo alguno, cosa muy distinta a las arbitrariedades que muchos consulados impusieron en estas votaciones, y a los gastos a los que se enfrentaron los paisanos de Florida para ir a votar a New Orleans a causa del resentimiento de un acomplejado social, como lo fue Chávez, que le llevó a cerrar el consulado de Venezuela en Miami.
Esos costos y esfuerzos a su vez equivalen a cada Euro que se han gastado en gasolina y peajes de autopista muchos venezolanos que residen en Europa, y que posiblemente representen varios días de su paga, porque esa diáspora no es pudiente ni rica, como en cambio sí lo es la jerarquía chavista corrupta que anda exhibiéndose en los casinos y salas de baile del planeta, con sus mujeres mostrando las tetas debajo de sus franelas mojadas luego del salpicado por el chapuzón de la orca del acuario mayamero. Nuestra diáspora es humilde, trabajadora y preparada, aunque ello no le sirva de nada en esta economía global que valora más al puterío en la televisión, y el famoseo de deportistas cuya bovina ignorancia se ha convertido en referencia cultural. La diáspora sabe muy bien que ahora debe competir con los nativos de las tierras a las que han emigrado, para conseguir un empleo de lo que sea; y quienes lo tienen, ya están en su sitio de trabajo, para superar con la embrutecedora rutina la desesperanza que causa el confirmar que una vez más en esta vida, a diferencia de las películas de la infancia, muchsa veces ganan los malos.
La diáspora venezolana seguramente se prometió durante su adolescencia no parecerse jamás a sus progenitores, pero el inmisericorde envejecimiento y acumulación de vivencias le causan estupefacción al contemplar el triunfo de dicha semejanza en lo físico, con el inmediato sentido de inmortalidad al saber que lleva la vida de sus padres por dentro, y por ende al saber que la suya la llevarán sus descendientes; pero junto a esa obviedad, de repente se despertará en plena noche para rumiar un pensamiento que no se atrevía a dejarlo salir, ni mucho menos compartir con quien ocupa el otro lado de la cama, cual es el miedo a un futuro incierto y a una vejez en tierra extraña, en países donde nadie la ayudará jamás, porque allí tienen sus propios problemas como para andar preocupándose de unos criollos que en tu terruño se creían ser el centro del mundo.
Pero luego ese pensamiento pasa, se seca el sudor y se le da paso a la satisfacción por haberse podido establecer a trompicones en tierra ajena, y por haberse atrevido a montarse en ese maldito avión que se fue lejos del calorcito, del buen café, de los deliciosos y genuinos cachitos, del pescado lau-lau amacurano, de los pastelitos andinos, de los patacones y del chivo en coco, de la bola de plátano, del pernil y la yuca frita; y de los amigos de siempre, para aterrizar en el remolino de ese mundo, que siempre se vio tan lejano, para darnos otra alegría más profunda, como ha sido el camino abierto a los hijos que, nacidos allá o en esa nueva tierra, están ya muy bien adaptados, ahora con quienes serán sus amigos para toda la vida. En ese momento seguramente la diáspora venezolana no podrá seguir durmiendo, al percatarse que la vida ha dado una vuelta completa y ha empezado un nuevo ciclo, y que nada los diferenciará jamás de sus padres, porque también ellos en su momento saltaron el mar, o cruzaron un continente entero para darle a sus hijos, a ésta diáspora, un futuro mejor, como el que tu ahora deseas darle a los tuyos. Y ahora te tocará a tí descubrir que éstos tus hijos verán a tu terruño con la misma lejanía con la que tu veías a la tierra de tus progenitores, y sabrás entonces que algún día ellos también se sorprenderán por cuanto se parecerán a sus padres y a sus abuelos…
Venezuela ha perdido mucho talento con esta diáspora, como lo ganó durante dos siglos con la estampida europea a toda la América, mientras que sus países de origen perdían toda esa energía vital; también ganó muchísimo con la humanidad y ganas de trabajar de la emigración colombiana, argentina, chilena, uruguaya o caribeña de hace pocas décadas. Ahora el balance del país está en rojo, pero la vida da muchas vueltas, y cuando se vayan los bárbaros, quien sabe si los hijos o nietos de esta dolorosa ausencia volverán para devolverle a esa tierra de gracia toda esa riqueza humana perdida.
Nuestro trabajo es prepararlos para ese tiovivo de posibilidades de vida, como nos prepararon a nosotros nuestros padres. Nunca se sabe.
http://vivalapolitica.wordpress.com/2013/04/15/a-la-diaspora-venezolana/
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