domingo, 21 de abril de 2013

EXPUESTO

EL NACIONAL - Domingo 21 de Abril de 2013     Papel Literario/1
"La cultura es continuidad"
Sobre el maestro Víctor Valera
De personalidad irreverente, Víctor Valera en varias ocasiones se describió como un ser depresivo, pero nunca temió ser fiel a sus pensamientos y, por ello, fue quizás su crítico más tenaz
GRISEL ARVELÁEZ


Francisco Calvo Serraller, en un artículo publicado en 2011 para El País , hizo una declaración contundente, un llamado de atención a la cultura española: "¿Cómo es posible ­me pregunto­, al margen del capítulo ferial [ARCO], que nuestro país [España] ignore la huella que ha dejado, a lo largo del siglo XX, el arte latinoamericano en la vanguardia española de antes y después de la Guerra Civil?". Proclamación honrosa en su interés por enaltecer nombres protagónicos de la feraz corriente geométrica, destacando personalidades venezolanas como Alejandro Otero, Carlos Cruz-Diez y Jesús Soto. En esta discusión me permito agregar al maestro Víctor Valera como artista representativo del arte óptico en Venezuela y quien, con su trayectoria, demostró algo que promulgó: concebir la cultura como continuidad.
El 5 de marzo de 2013 el mundo de la plástica venezolana perdió al gran maestro Víctor Valera y, a más de un mes de su partida, en estas líneas recordamos su vida y obra.
Nacido en Maracaibo el 18 de febrero de 1927, su tránsito por el mundo artístico venezolano fue prolífico con una obra que conquistó espacios públicos y privados, nacionales e internacionales. Exploró con amplitud distintas materialidades haciendo del hierro su material cómplice en la creación de magníficas esculturas que desafiarían las relaciones entre espacios, volúmenes y percepción visual. Su genio creador se movió entre la escultura y la pintura para interrogar las jugadas de la percepción y otorgarle lirismo a la geometrización. Los colores hablan e invitan a hacer ejercicios de contraste, mientras la sorpresa surge para apoderarse de sus composiciones bicromáticas o policromáticas. Las formas emplazan a quien las mira, bien por tratarse de líneas rectas o sinuosas o por ser figuras geométricas simples, todas determinadas por la movilización que le da la percepción, por la serialidad y por la sonoridad; un universo visual y estético que encuentra su cauce gracias a la participación activa del espectador. Lenguaje esencial del arte óptico, de allí que su lirismo nunca se agotó.
De personalidad irreverente, Víctor Valera en varias ocasiones se describió como un ser depresivo, pero nunca temió ser fiel a sus pensamientos y, por ello, fue quizás su crítico más tenaz: "El hecho de haber sido profesor de arte puro, hombre de teatro, diletante, gigante, monstruo, de nada me servía para mi creación plástica, más bien me quedaba vacío (...) ahora no enseño porque no quiero. Mi taller, mi casa, mis esculturas me ocupan todo el tiempo. Ni siquiera el amor me tienta...ya no tengo sed de él. Además soy neurótico, romántico y muy infantil, quien me va a aguantar".
Su biografía inicial se inscribe en el mundo militar. Aunque desde niño solía pintar y dibujar constantemente, a los 15 años y, tras vivir en condiciones de extrema pobreza, decidió alistarse en la Infantería de Marina. Simplemente vio el camión de la recluta y se subió. A pesar de que registró varios ascensos y distinciones, le tomó la palabra a Wolfgang Larrazábal cuando este le aconsejó que ampliara su formación en Artes Plásticas. Así fue como, a partir de 1950, dedicó varios años a la Marina y, simultáneamente, a su formación artística en las Escuelas de Artes Plásticas, en Caracas, y luego en la de Maracaibo. En esta ciudad contó con la formación académica y laboral de Jesús Soto, quien fungía como director de la Escuela de Artes Julio Árraga. Soto además fue pieza fundamental en la historia subsiguiente de Valera: lo apoyó con un préstamo para pagar el pasaje de ida a estudiar en París, y así cubrir los gastos que la beca otorgada no costeaba. En Francia, Víctor Valera no contó con una vida holgada pues debió trabajar de todo lo posible y así conseguir dinero para apenas vivir; sin embargo, siempre recordó a París como una experiencia que enriqueció y definió su propuesta plástica. Es sabida su activa presencia en los talleres de arte Jean Dewasne y Víctor Vasarely así como en el de Fernand Léger.
Su vuelta a Venezuela la sella con declaraciones como esta: "regresé a un país desolado, sin proposiciones, enrumbado en la dictadura. Vi lo que había en escultura, me pareció desolador. Estaba desolado y todo me reforzaba ese sentimiento. Me dispuse a trabajar dentro del arte moderno. Y escogí el hierro". Sin duda, también significó el inicio de una época crucial y de despegue para la obra de Valera. De 1955 data la participación que tuvo en el Proyecto de Integración de las Artes del arquitecto Carlos Raúl Villanueva de la Ciudad Universitaria, una de las huellas más prominentes, valiosas y patrimoniales del paso artístico que tuvo Valera por Caracas.
Consecuentemente se escriben cinco décadas de participación activa en exposiciones de arte nacionales e internacionales, individuales y colectivas, así como innumerables premios y distinciones: sus obras participan en el I Salón de Arte Abstracto en Caracas, Salón Nacional de Escultura efectuado en el Museo de Bellas Artes de Caracas, Salón D´Empaire en Maracaibo, entre otros, y recibe varias distinciones: Premio Nacional de Escultura; Primer Premio de Escultura Salón D´Empaire; Primer Premio de Escultura; Primer Premio, I Salón de Arte Abstracto.
De 1961 y 1962 data su primera exposición individual Pintura y Escultura en el Colegio de Ingenieros, participa en el I y II Salón Arturo Michelena de Valencia. Seis años después viaja a Estados Unidos invitado por ese gobierno para recorrer numerosos museos y talleres.
En 1982 es presentada la obra Desplazamiento Perforado, que integraría el espacio exterior de la estación Parque del Este (hoy Miranda) del Metro de Caracas.
Se trata de tres círculos instalados en monolitos de concreto que dialogan con el paisaje caraqueño. En los años más recientes su obra ha sido expuesta en varias ocasiones: Recorrido inverso al instinto (2005), Módulos y cuadrantes (2006), Entre líneas, módulos y cuadrados (2007-2008) y Punto y línea (2011). Entre 2002 y 2009 se le otorgó el título Doctor Honoris Causa por la Universidad Católica Cecilio Acosta, Maracaibo, y el mismo título por la Universidad Central de Venezuela.
Más de seis décadas de actividad plástica por supuesto transcienden los linderos de la cultura plástica venezolana. Una obra que se renueva y se aviva a través de las dinámicas existentes entre el color, la línea, la forma y los materiales. Víctor Valera, sin duda, es un personaje especial entre aquellos que han llevado en alto el nombre de Venezuela, en su caso dentro de las posibilidades creativas que le dio la abstracción geométrica.

Víctor Valera: siempre será para siempre
VÍCTOR GUÉDEZ

Entre la vida de Víctor Valera y su obra hubo una asombrosa relación isomórfica.
Él fue, a la vez, un hombre transparente y directo, irónico y generoso, recio y sutil, vertical y delicado, contundente y caballeroso, reflexivo y emocional. En fin, lo apolíneo y lo dionisíaco se conjugaban en la esencia misma de su conducta y de su creación. Lo admirable es que esas características, de manera constante, fueron transferidas a sus esculturas y pinturas. Por eso ellas convertirán sus estatutos abstractos en una extraña palpitación orgánica que recordaban que su autor era insobornable y que, por lo tanto, ellas no podían dejar de ser insoslayables.
Esa consustanciación con el trabajo creativo lo prolongó hasta el final de su vida misma.
Tanto así que prefiguró el legado de su última muestra en sus detalles más exhaustivos. Casi sesenta obras reposan hoy en su taller con el destino de compartir con sus admiradores el resultado de su búsqueda más postrera. Lo que quizás no advirtió fue que, en lugar de ser la última ­como lo habíamos anotado­, esta exhibición será la primera de muchas otras que se prolongarán mucho más allá de su presencia física.
Pero también hay otro rasgo que hace singular al conjunto de piezas que deja. Nos referimos a que estos cuadros se condensan, con ascendente logro, en la escala de su reafirmación como creador y de su madurez como artista. Si algo se advierte es el atrevimiento de quien dominó un lenguaje constructivo y de quien, además, se atrevió a combinar códigos armónicos que trascienden la previa existencia del alfabeto geométrico, así como la frialdad del abstraccionismo octogonal. No se inhibió en el más mínimo grado para liberar la impronta de fantasías cromáticas que alcanzan un superlativo grado de autosuficiencia y unas lúdicas composiciones que revelan el espíritu rejuvenecido hasta donde más no se podía. Es posible que se adviertan muchas derivaciones de sus registros pretéritos, también es posible que se identifiquen relecturas de antecedentes remotos, así como reafirmaciones de hallazgos más asociados con sus obras recientes. Pero más allá de cualquier interpretación ortodoxa, sesgada o rebuscada, se imponen las presencias de unas pinturas que agigantan la claridad luminosa del trópico, que reactivan la fortaleza de un impacto persuasivo, y que, sobre todo, promueven la expansión de ondas afectivas que se apoderan de los contextos de cada realización.
El sol de su Maracaibo, así como la sensibilidad prístina de una emoción alegre y el dominio de unos recursos tan sedimentados como pletóricos, se dejan ver con los ojos de una resonante vivencia estética.
El testimonio materializado en estas últimas pinturas, demuestra que Víctor Valera se despidió con el mismo compromiso con el que vivió: hasta en el momento que no admitía más allá, nuestro artista reafirmó que siempre se resistió a dejar de ser un joven creador.
Vivió con el espíritu innovador de un niño y prolongó esa decisión hasta su despedida definitiva. Nunca dejó de ser un indagador rebelde. Fue trabajador, perseverante, sincero, valiente y fértil. Parafraseando al poeta Cadenas, podríamos afirmar que, si en vida Víctor Valera hacía más vivo el vivir, ahora su muerte hará que la relación con su obra sea más entrañable y conmovedora.
En este punto de nuestra evocación, no resistimos la tentación de compartir un testimonio: siempre hemos creído que una de las formas supremas de satisfacción personal procede de escuchar decir al otro que lo hemos hecho feliz. Y eso fue lo que experimentamos cuando hace algunos años le trajimos de Argentina una reedición del libro Voces de su poeta preferido, Antonio Porchía. En esa ocasión nos abrazó expresando que se sentía el hombre más feliz sobre la tierra. Ahora, en esta ocasión, resulta oportuno recordar que uno de los aforismos contenidos en ese libro, expresa: "Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo". Pensamos, en efecto, que Víctor Valera se convertirá en un recuerdo. En un recuerdo que, seguramente, estará registrado en la memoria cerebral, al igual que estará en la memoria perceptiva y en la memoria de la ocasional intuición. Pero también, él y su obra, permanecerán fraguadas en la memoria del corazón, es decir, en ese lugar donde el tiempo y el espacio relativizan cualquier interpretación y se sobreponen a cualquier convencionalidad.
Por todas esas razones, Víctor Valera, siempre será para siempre, ya que será imposible no tenerlo presente cuando veamos cualquier obra de cualquier exposición. Víctor Valera, siempre será para siempre, porque no podrá estar ausente en cualquier historia que se reseñe sobre la plástica venezolana del siglo XX. Víctor Valera, siempre será para siempre, porque deja una herencia imborrable. Víctor Valera, siempre será para siempre, porque sus amigos aceptaremos que él estará siempre presente, aunque de otra manera.
Fotografías: Manuel Sardá.

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