martes, 9 de abril de 2013

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EL NACIONAL - Martes 09 de Abril de 2013     Opinión/9
El ajedrez imperial
EDGARDO MONDOLFI GUDAT

A estas alturas, cuando nuestra dinámica como país se ha visto tan intervenida por el tema de Cuba, no resulta extraño que el interés de los editores haya apuntado hacia la publicación de crónicas y testimonios que buscan poner de relieve la máxima prioridad que, históricamente hablando, el régimen de los Castro le ha conferido al caso venezolano dentro de su ajedrez imperial.
Para ilustrar el afán con que siempre soñaron dirigir a Venezuela a control remoto existen tres libros recientes que ofrecen una aproximación muy vívida del asunto: Viaje al corazón de Cuba de Carlos Montaner, El imperio de Fidel de Carlos Peñaloza y, sin duda, por tratarse de un protagonista de la época de la violencia guerrillera, La invasión de Cuba a Venezuela de Héctor Pérez Marcano.
En días recientes me he dedicado a releer el libro de Pérez Marcano como quien busca claves para entender mejor la forma como se ha legitimado esta intervención consentida. Si antes, en la década de los años sesenta del siglo pasado, Cuba intentó entrar por la ventana estimulando un asalto armado del poder, ahora lo ha hecho por la puerta principal, provista de patentes de otro tipo. Eso está a la vista, desde luego, y no requiere de explicaciones. Pero lo interesante del testimonio de Pérez Marcano redunda en ver que, aunque bajo signos cambiantes, la estrategia de intervención en Venezuela ha sido un plan de largo aliento, basado en una paciencia impertérrita por parte del régimen castrista. Extendiéndose desde la violencia de los sesenta hasta detener su mirada en aquellos elementos que, luego de la pacificación, persistieron en construir canales subterráneos dentro de las Fuerzas Armadas, el relato autobiográfico de Pérez Marcano suscita interés por su sinceridad refrescante, por su prosa sin eufemismos y, a fin de cuentas, por tratarse de un relato que no cede ante el chantaje.
Sin escamotear hechos ni circunstancias, el autor invita a recorrer una década de violencia de la que él mismo fue protagonista. Pero la suya viene a ser también, por una parte, la crónica de un naufragio conceptual y, por la otra, del desastre que supuso calcar el escenario de una gesta guerrillera ajena. Digamos algo sobre ambas cosas. Conmueve sin duda el entusiasmo que el autor sintió por un hecho como la Revolución Cubana sólo para venir a percatarse de que, desde La Habana, se les invitaba a asumir un voluntarismo sin destino y un pragmatismo revolucionario capaz de dejar sin aliento a los jóvenes del MIR que, como él, habían creído en la importancia del trabajo teórico y del pensamiento político. A juicio de sus mentores cubanos, allí donde no existiesen contradicciones, el foco guerrillero simplemente se encargaría de crearlas. Con tal actitud se les invitaba a entendérselas con el campesinado local. Sobre lo segundo, es decir, de ver consumido el otro gran error del drama, consultemos sus propias palabras: "Se diseñaron, en atención a las peligrosas características del medio ambiente montañoso venezolano, unas botas de cuero y una hamaca en la que te podías envolver sin correr el menor peligro. Ambos elementos eran terriblemente imprácticos, incómodos. Pero como habían sido propuestos y diseñados por Fidel, hubo que cargar con ellos. Vinieron a entorpecer inútilmente y finalmente tuvimos que prescindir de botas y chinchorros cubanos". Esta imagen de Fidel metido a diseñador dice mucho del fracaso de aquella aventura. Ahora la estrategia es otra.

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