NOTITARDE, Valencia, 28 de abril de 2013
"Caminando con Cristo"
El mandamiento nuevo del amor (Jn.13,31-35)
Lic. Joel de Jesús Núñez Flautes
El texto del evangelio de este domingo nos presenta a Jesús en el contexto de la Última Cena con sus apóstoles y dónde les da un mandamiento nuevo: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado… así todo el mundo conocerá que son discípulos míos”. Estas palabras, aparte de ser pronunciadas antes de su pasión y sacrificio en la cruz, forman parte de un discurso de despedida. Jesús deja a sus discípulos un testamento espiritual, un mandamiento “nuevo”, que aunque ya el precepto del amor estaba presente en la ley mosaica, en el Antiguo Testamento; Jesús lo coloca como el mandamiento fundamental, central, sintético de la vida cristiana y sobre todo es nuevo, porque lo que hará Jesús en la cruz será un sacrificio de amor y por amor a la humanidad; alcanza a todos los hombres, de todos los tiempos. Además, en su vida pública Jesús dejó de manifiesto que su amor alcanza a los pobres, los pecadores, los marginados, los que según la sociedad no cuentan. Su amor es universal, no tiene límites, por esto y por su glorificación en la cruz es nuevo. La cruz se convertirá para los apóstoles y discípulos en testigo, expresión y señal del inmenso amor de Dios por la humanidad. El amor es el nuevo mandamiento dentro de la nueva y eterna alianza de Dios con los hombres. El amor viene de Dios y siempre hace nueva todas las cosas y hace nuevo al ser humano que vive en el amor. El amor transforma, renueva, da aliento, hace respirar, da vitalidad, impulsa, da fuerza, inyecta energía, coraje, ánimo y deseos de seguir siempre adelante. El amor es y debe ser el motor de la vida de cada persona y es esto lo que Jesús está pidiendo a sus apóstoles, que vayan a lo esencial de la vida, que vivan amando, sabiendo que Dios es amor y el que ama ha nacido de Dios y se convierte en testigo de Dios en el mundo. (1Jn. 4,7-21).
Amarse los unos a los otros necesita ser y debe ser el distintivo de todos aquellos que por el bautismo se hacen discípulos de Cristo. El amor necesita y debe mediatizar nuestras relaciones interpersonales; esto implica el reconocimiento del otro como persona, el respeto, la tolerancia, el servicio, el perdón y sobre todo reconocer que en el otro también está Dios. Jesús completa diciendo que se amen unos a otros como Él nos ha amado y la prueba máxima de su amor es su entrega, su donación en la cruz para salvación y perdón de nuestros pecados. El amor, por tanto, del cristiano tiene que ser vivido al estilo de su Maestro, sin medida, implica la entrega total, la donación al otro y sabiendo que quien se dona y entrega por amor realmente es feliz y vive feliz. Y el amor va más allá de un sentimiento, implica muchas cosas, sobre todo servicio al otro, buscar la salvación y felicidad del otro y en esa misma medida, se encuentra la propia realización, la propia felicidad.
El amor es un don de Dios, es Dios mismo viviendo en nuestras vidas. Cuando Jesús entregó este mandamiento de amarse los unos a los otros, como ya dijimos, lo hizo en el contexto de la Última Cena; es decir, de la Eucaristía, de la primera misa. Fue allí y es desde allí donde se alimenta el amor. El cristiano para poder vivir y hacer vida el mandamiento nuevo y siempre nuevo del amor, necesita y tiene que vivir unido a Dios, estar en comunión con Él; aprender del amor que el Padre y Jesús se tienen y que ahora se nos invita a nosotros a vivir amando al Otro con mayúscula que es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y amando al prójimo como a nosotros mismos; para que esto sea posible necesitamos ir a la fuente misma del amor; alimentarnos del amor que está presente en la Eucaristía y así, sólo así, podremos amar no con categorías humanas, sino al estilo mismo de Dios, según lo que nos ha enseñada en Cristo.
Un verdadero cristiano se distingue por el amor sin sectarismos, sin clasificaciones, sin condiciones; como lo vivió Jesús; por eso, pidamos al Señor que infunda en nuestros corazones el don del amor; que nos enseñe y nos ayude amar como Él y que sintiéndonos amados por Él, amados por los demás, podamos también dar amor y ser felices en esta vida y eternamente felices en el cielo.
Ida y retorno
Los invito a que sigamos orando por nuestro país Venezuela. No es un secreto para nadie que vivimos momentos de tensión, intolerancia e incertidumbre en nuestro país. Ante este panorama, los que creemos en Cristo y en su promesa, sabemos y reconocemos qué debemos hacer: Confiar en Dios, aferrarnos a Él y pedirle que venga sobre Venezuela lluvias de bendiciones, de paz, justicia, progreso, libertad, reconciliación, diálogo, unidad, respeto y democracia. Que luchemos por instaurar la cultura de la vida, la civilización del amor y desterremos la cultura de la muerte y del odio que nos está aniquilando unos a otros. Esto no viene ni es de Dios. Somos un país eminentemente cristiano, tenemos tarea y necesitamos apelar a nuestra fe que genera confianza.
Ilustración: Gregorio Camacho.
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