EL NACIONAL - VIERNES 19 DE MARZO DE 1999 / OPINION
Su majestad el petróleo
Jesús Sanoja Hernández
Después de 85 años del Zumaque I, que la Caribbean perforó para poner en marcha el desarrollo del gigantesco campo Mene Grande, la discusión acerca de si el petróleo es "el excremento del diablo", o la donación de Dios, si un mal irreparable o un bien eterno, no tiene sentido. Para Venezuela el petróleo es -y ha sido- el impulsor de los cambios económicos y sociales y en buena parte de los políticos e ideológicos.
Como casi todo en las líneas de evolución, la economía petrolera reconoce ciclos, atravesando períodos de auge, estabilización y declinación. Por allá en los días de la nacionalización petrolera, un analista norteamericano señaló tres etapas de auge petrolero en nuestro país: El de 1922-26, cuando se pasó del reventón de Los Barrosos a la modificación sustancial de nuestras exportaciones, con el "mene" en primer lugar; el de 1943-48, con la Ley de Hidrocarburos y el 50-50, factores decisivos para que la dictadura militar gozase de ingresos muy altos para la época; el de las nuevas concesiones (fuera de la ley, o "írritas", como las llamó Pérez Alfonzo), lo que le produjo entradas adicionales al gobierno de Pérez Jiménez, entre 1956 y 1957, que sin embargo, no lograron contener la crisis; y el que aquel columnista contemplaba desde su atalaya newyorkina, contaminada por la crisis energética de un país importador, que para Venezuela, como para los países árabes, era lo contrario: boom petrolero.
Crítico tan frontal del uso que nuestros gobiernos le han dado a los recursos financieros generados por el "oro negro", como Uslar Pietri, no ha dejado de reconocer que los grandes cambios no habrían sido posibles sin su explotación intensiva después de la I Guerra Mundial. En el discurso que Caldera pronunció en el Senado con motivo del proyecto de ley de nacionalización, recordó el juicio que Uslar había emitido en 1955 al incorporarse a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales: "Durante estos treinta años Venezuela ha experimentado los cambios de mayor monta que haya conocido en su historia".
López Contreras, luego de comparar los ingresos de que dispusieron los gobiernos del siglo XX, desde Castro hasta Pérez Jiménez, advertía lo que le pasaba a los administradores de "excesos de riqueza": "Generalmente -apuntaba- son mejores administradores los pueblos pobres que los ricos, ya que el exceso de riqueza se presta más fácilmente para gastar y malgastar los fondos públicos". Según el hombre de Queniquea, Gómez administró anualmente, como promedio, 150 millones de bolívares, Medina 360 millones; Gallegos 1.000 millones y Pérez Jiménez 2.400 millones; mientras que él mismo se había defendido con 300 millones. La conclusión está a la vista: Los mayores ingresos generan, casi automáticamente, menor control del gasto público. Y casi matemáticamente, mayor dispendio, indefectiblemente vinculado a la corrupción.
Vistos esos gastos, directamente dependientes de los incrementos en los ingresos petroleros, no es de extrañar que al estallar el boom energético en los países exportadores, no por el aumento de la producción sino por el aumento de los precios, los gobiernos de turno cayeran en la tentación del despilfarro y la corrupción. Cuando terminó el período de Leoni, Venezuela producía nada menos que 3.605.000 barriles diarios, pero el precio del barril era apenas de 1,86 dólares. Durante el primer año del otro Caldera, la producción era de 3.594.000 millones y el precio estaba por debajo del año 68: 1,81 dólares. Pero en 1974, cuando tomó posesión Pérez, el barril se cotizó a 10,53 dólares habiendo bajado la producción a 2.976.000 barriles diarios.
¿Cómo afectaron estas cifras de producción y precio a los ingresos? De modo extraordinario, como nunca antes se había visto y como posiblemente no se verá en la primera década del siglo XXI. Los gastos del gobierno central de 1968 habían sido de 9.104 millones de bolívares y en 1969 de 9.826, para subir en 1974 a 40.059 millones, más de cuatro veces respecto al último año de Leoni o al primero de Caldera.
Y faltaba más. Los años 1980-1981, Luis Herrera en Miraflores, fueron los de más altos precios y mayores ingresos petroleros de nuestra historia y, por paradoja, junto con los del quinquenio de Pérez, los de mayor hipoteca (o endeudamiento) del país repleto de dinero. En 1981 el barril llegó al tope de promedio anual (29,71 dólares) en tanto los gastos del gobierno central ascendieron a 92.182 millones de bolívares de los de a 4,30 por dólar.
De allí en adelante vendrían las caídas (1982-83, 1986, 1997-99), o el respiro a costa de las guerras y conflictos en Medio Oriente, concretamente la del Golfo Pérsico, como antes, 1973 y 1979-80 había sucedido con Yom Kippur y con la revolución iraní y el enfrentamiento Irak-Irán. De las caídas, derrumbes o catástrofes escribiré en próximo turno. Imagínense: el barril a menos de 10 dólares y, por momentos, con la amenaza de bajar a 5 si no se aplican más recortes. O estamos hundiéndonos en el excremento del diablo, o por momentos, Dios se olvidó de nosotros, dirán los maniqueos.
Fotografía: El Farol, Caracas, 09 / 1946.
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