Del otro estallido de banalidad
Luis Barragán
Solía ocurrir a principios de la década, hubo canales de televisión de inmejorable éxito comercial que coincidían con la más decidida postura opositora. Y no sólo los artistas, sino sus hasta más tímidos ejecutivos, fueron reconocidos y celebrados como los naturales portadores del ideario democrático, habida cuenta – por una parte – del ya galopado desprecio a los partidos, la inigualable síntesis de todos los males del país; y – por otra - de una determinada y maleable mentalidad esotérica, cultivada con esmero en los años precedentes para apuntalar el “rating”.
La progresiva crudeza de las circunstancias políticas, fueron arrinconándolos hasta que, unos, descubrieron la dócil neutralidad y, otros, irremediablemente echaron el resto de sus ímpetus. Fuertemente competidos por los medios del Estado, tropezaron con la amarga disyuntiva de la supervivencia o el suicidio, tomada por la audiencia como resignada postergación del compromiso político, o anuncio de un radical y definitivo perfomance.
Pocos dudan de los aportes realizados por las plantas televisivas de oposición, en los momentos cruciales de la lucha emprendida, pero muchos callan en torno a la particularísima concepción que los animó respecto a la política. Por demasiado tiempo, renegando del término, fueron un partido en sí mismos, conscientes de la poderosa influencia ejercida, pues, escasos minutos de transmisión hicieron inmediatamente más que el largo, sostenido y paciente trabajo – por ejemplo – en las barriadas populares; por lo demás, ahorrándose los peligros y las incomprensiones que suscita la demagogia populista oficial, en lugares de un anterior y fácil acceso que ahora impide la delincuencia (des) organizada que, no por casualidad, los acordona.
Valga añadir que, como partido sui generis, los ejecutivos no tenían que lidiar con las vicisitudes propias y cotidianas de centenares de militantes de los más apartados rincones del país, en reclamo de orientación y participación, ni convencerlos para incursionar en las calles, por la sola y acendrada convicción ideológica, cuando las masas se replegaron bajo la creencia de que bastaba con rodear el palacio para su humillante rendición. Y, a pesar del inmenso y comprensible repliegue, facilitado por la abstención literalmente impuesta y huérfana de alternativas hacia 2005, con las excepciones de rigor, hicieron prácticamente de la política un entretenimiento, promoviendo a un grupo reducido e iluminado de individualidades, y procurando competirle al gobierno en un terreno en el que le sobran todavía los recursos.
De modo que, involuntariamente, contribuyeron a reforzar el muy ajeno propósito de una hegemonía gubernamental al compartir y desarrollar los supuestos culturales que la inspiran y, así, diferentes las concepciones ideológicas y los señalamientos de mayor calado en torno a la crisis social y económica que todavía transitamos, provenientes de los partidos y los distintos gremios profesionales, patronales y sindicales que claman por la especificidad de sus ámbitos, éstos no hallaron cupo en la caja mágica, ayudando igualmente a su descomposición. Luce necesario discutir este modesto balance, sobre todo porque una transición democrática, convincente y sostenida, fuerza a la urgente reivindicación y actualización de las instituciones, por muy postmodernos que nos digamos, en lugar del reacomodo calculado de los factores que esconden su atraso entre las bambalinas opositoras.
Las plantas supervivientes de televisión del sector privado, deben ponderar estas breves consideraciones, y, por muy disidentes que sean de las políticas oficiales, compartir los esfuerzos haciendo lo que les corresponda con absoluto respeto de una dirigencia política que ha de forjarse desde las bases sociales, acumulando una experiencia cívica común. Por ello, no deseamos que sufran un injusto cierre que amerita del coraje de todos, incluyéndolas, para evitarlo, pero intentamos comprender que una venta de las acciones mayoritarias impedirá el colapso de una empresa generadora de empleos: por consiguiente, significa la sinceración de una lógica mercantil, rigurosa e irresistible, a la que únicamente le reprochamos la ya efímera tentación de conciliarse con una lógica política, pretendiendo monopolizarla. Agreguemos que los partidos no pueden convertirse impunemente en una pieza de transacción comercial para responder a sus problemas, contentándose – a lo sumo – con diluirse.
La pérdida de las fuentes independientes de trabajo, por obra de una deliberada, lenta y cada vez más agresiva política de estatización de los medios, obviamente angustia a los profesionales que no desean irse o tardan demasiado en insertarse en los circuitos foráneos del entretenimiento. Y es lo que está en el fondo de la controversia en el gremio nacional del espectáculo, porque – conocido – unos consiguieron orbitar provechosamente el cuadriculado ámbito oficialista, mientras otros se resisten vislumbrando que, a mediano plazo, no será una sustentable experiencia personal, además de la invocación de los valores que les inspiran.
En la vecindad de la reyerta, el gran público olvida que también hay una lógica inherente al específico ámbito laboral en el que – sencillamente – unos aspiran a mejorar a contrapelo de un mercado en crisis, donde no todos caben, acaso como una apuesta temeraria. Sin embargo, en el otro estallido de la banalidad, el problema se ha planteado como la traición de unos desagradecidos que hicieron fama y fortuna gracias a las plantas televisivas de oposición que los catapultaron, más por agraciados que por talentosos, relevándolos de todo discusión sobre el presente y el futuro de la industria televisiva nacional, como del compromiso político adquirido que los obliga – por lo menos – a enterarse y a contestar.
La tan maniquea consideración del asunto, por cierto, nos advierte que algunos de los atacantes requeridos por los periodistas del medio, con una lenguaje y una perspectiva tan fin a la farándula, convierten sus flaquezas argumentales en súbita virtud, en perjuicio de otros de sus colegas, a quienes brevemente les hemos escuchado sendos alegatos, sobrios y coherentes. En todo caso, de prosperar la confrontación como parte de la campaña electoral, lamentaríamos demasiado que lo superficial sea lo profundo.
Confesamos que aspiramos inicialmente a disertar un poco sobre la primigenia y larga aparición del senador vitalicio Eleazar López Contreras en la televisión local, en marco de los difíciles comicios generales de 1963. Sin embargo, recordando el pleito de los artistas y la eventual operación de compra-venta de las acciones mayoritarias de Globovisión, inadvertidamente nos deslizamos hacia una materia de insospechados alcances, medio siglo atrás.
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/14598-del-otro-estallido-de-banalidad
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