sábado, 4 de diciembre de 2010
entrevista a un infante
EL NACIONAL - Sábado 04 de Diciembre de 2010 Papel Literario/3
"Narrar es una compulsión que no tiene explicación"
Los relatos que integran Margarita Infanta, el nuevo libro de Francisco Suniaga, fueron escritos antes que sus célebres novelas La otra isla (2005) y El pasajero de Truman (2008). De hecho, en su mayoría fueron terminados entre finales de los setenta y mediados de los ochenta
ENTREVISTA
MILAGROS SOCORRO
En la presentación de Margarita Infanta, usted dice que escribió estos relatos para conservar los últimos vestigios de un mundo en disolución: "la modernidad poco a poco comenzaba a demoler el mundo margariteño en el que fuimos niños y felices. Sentíamos que algo debíamos hacer para preservar parte de él...". ¿No siempre es así? ¿No están nuestros mundos siempre a punto de deshacerse en la nada? Ocurre que en el caso de Margarita, ese mundo que me tocó vivir y al que me refiero en este libro, es un mundo premoderno. Donde no había televisión.
Viajar fuera de la isla era para muy poca gente por los costos; por lo difícil del transporte, piensa que en el ferry cabían 25 o 30 carros.
Lo que hacía el resto de los venezolanos no lo hacíamos nosotros. El mar siempre comporta un riesgo.
En esa época no se viajaba por placer. Los traslados en lancha se hacían por necesidad, porque un viaje en una pequeña embarcación es peligroso y largo. Y el primer ferry llega en el año 59.
De manera que se trataba de una época premoderna que se había preservado en Margarita, producto de su aislamiento. Por si fuera poco, no se escuchaban las emisoras de radio y la televisión no llega hasta el año 66. Yo tuve la oportunidad de vivir en un mundo anterior al que me correspondía por mi edad, por la insularidad de mi pueblo.
Los patrones culturales y de consumo modernos no llegaban a la isla. Uno recibía una cultura tradicional, con visiones ancestrales de las cosas. Estamos hablando de los primeros años sesenta, cuando yo era niño.
A finales de esa década, ese mundo es asaltado masivamente por la zona franca y el puerto libre. La percepción natural que tiene el escritor de habitar un mundo en disolución para mi generación fue brutal. De allí el empeño, seguramente fallido, de preservar aquello con un librito como el mío y con los extraordinarios dibujos de Alberto Yáñez.
¿Es un libro autobiográfico? Sin duda, hay muchos elementos de mi propia vida y de mi entorno familiar, así como de mis amigos de infancia.
Claro que una vez que devienen sujetos de una narración, es inevitable que la ficción alcance a esas personas y los cobije, convertidos ya en personajes.
En el relato que habla de Cachón el fabulador, usted recoge con mucha nitidez el deseo de las audiencias de ser fascinadas. A veces, quién sabe, engatusadas. La audiencia del narrador o del cineasta va en busca de la seducción que produce una historia. La verdad, en esos casos, tiene otra condición: pasar a ser la consistencia del relato. Y la gente sale contenta por la coherencia de la trama, aún si se trata de una gran mentira. Nosotros sabíamos que Cachón mentía, pero no podíamos dejar de valorar la gran lógica de sus fabulaciones, que nos permitían soñar. Los embustes de Cachón se correspondían con nuestra necesidad de mitos porque, sobre todo, apelaban a nuestra inmensa inocencia de niños. Mi cuento termina cuando Cachón cuenta, ante una hipnotizada audiencia infantil: "Yo fui testigo presencial de ese momento imperecedero y culminante la historia venezolana en el que mi general Simón Bolívar y el almirante Cristóbal Colón se dieron un abrazo en el muelle de Juangriego". Pero en la realidad, la cosa continuó. Uno de mis amigos llegó a su casa y le contó a su madre la prodigiosa condición de testigo de Cachón. Y entonces su madre, que era maestra, le pregunto al niño: "¿En qué año llegó Colón a lo que hoy es América? En 1492, ¿verdad? ¿Y en qué año nació Simón Bolívar? En 1783, ¿no es cierto? Bueno, saca la cuenta.
En el contexto político, también se puede dar el engaño, sólo que en ese ámbito hay, o debe haber, competencia, debate: como hay otros relatos políticos que coliden con el tuyo, se produce la divergencia. Y, no menos importante, hay un grupo que debe asumir el rol de la maestra, la que hizo reflexionar al niño mostrándoles hechos y haciendo que viera por sí mismo el engaño. Ese grupo, en lo político, son los intelectuales.
En el relato titulado "Tirano" usted hace una referencia fugaz a quienes les encantan los déspotas mientras los tengan bien lejos. Así lo dice: "Con esa carta, que algunos bien intencionados, que no sufrieron sus crueldades, han considerado la manifestación libertaria primigenia por la independencia de este Nuevo Mundo". ¿Cómo se explica esto? No podría explicarlo, porque yo nunca la he sentido. Puedo suponer que se trata de carencias, de tener patrones referenciales familiares, será, no sé, del entorno en el que la gente ha crecido y se ha desarrollado... Quizá por tener ese tipo de figuras, autoritarias y crueles, demasiado presentes en su vida. Los intelectuales venezolanos siempre han señalado esa tendencia de ciertos sectores a seguir "al hombre a caballo", como decía Andrés Eloy Blanco, a la figura autoritaria.
Hay también la fascinación de cierta izquierda europea y de campus universitarios norteamericanos por desalmados con aura mítica. Es una fascinación que opera a distancia, siempre y cuando no sean ellos los que tengan que sufrirlo. Creo que la gente, muy particularmente los líderes y las figuras históricas, debe evaluarse a partir de su cotidianidad de hombre común y no por un gesto aislado, por heroico que sea. Qué es más heroico, participar en un intento de golpe de Estado o llevar a tus hijos puntualmente al colegio durante diez años. Normalmente, los héroes épicos han tenido una vida familiar desastrosa, porque no construyen nada, no son capaces siquiera de convocar los esfuerzos básicos que son naturales para el hombre más simple. Quienes no padecen la crueldad de estos líderes, su capacidad de hacer daño, se pueden permitir ser tolerantes e indulgentes con ellos.
La carta de Aguirre remata con una referencia a las "gratificaciones" que deben ser tributadas a las masas. "No puedes llevar con título de Rey justo", dice el Tirano Aguirre a Felipe II, "ningún interés de estas partes, donde no aventuraste nada, sin que primero los que aquí trabajaron sean gratificados". Más adelante, usted hace un guiño al apuntar que Lope de Aguirre "dio nacimiento al populismo latinoamericano (por lo de la gratificación)". Ese es el mismo reclamo que los legionarios centuriones hacían a Roma... detrás de eso no hay sino la visión de que hay un botín que deber ser repartido y que a quienes participan en su conquista le corresponde una buena tajada.
¿De qué diría usted que se trata el cuento "Los trajes negros del profesor Subero"? Creo que de la amistad. La relación entre el sastre y sus clientes era básicamente de cómplices, de respeto mutuo, y del conocimiento del otro y de sus necesidades. El profesor Subero sabía que mi padre, el sastre, no andaba sobrante de dinero y por eso hace lo que hace en el cuento.
"Pedro Leonét contaba películas", así comienza uno de los cuentos, que trata de la necesidad de narrar. Eso arranca conmigo mismo. Yo estudié primer grado, cuando tenía 5 años, en la escuela de El Maco, cuyo nombre oficial era Caserío Bolívar.
Era, pues, no más que un caserío. El Maco eran dos hileras de casas, con calles de tierra.
Desde luego, no había cine (en La Asunción sí). Cuando yo llegaba el lunes al Maco, después de haber pasado el fin de semana en La Asunción donde vivía, les contaba a mis compañeros, con lujo de detalles, la película que había visto en el matiné del domingo. Había veces en que, por alguna circunstancia no iba al cine, y cuando llegaba a la escuela encontraba el corrillo de compañeros para que les contara su película. No me quedaba más remedio que contarles una historia de mi cosecha, una película propia, digamos. Aunque nunca alcancé en tan elevado arte la maestría de Pedro Leonét, el personaje de mi cuento. Desde entonces estoy metiendo embustes por la vida.
¿Y sí son embustes lo que nutren la narrativa de los escritores? Son mentiras... sólo en el pequeño sentido de que quizá no han ocurrido en la realidad los hechos que uno narra. Es muy posible que lo que uno cuenta como episodios propios no le han ocurrido a uno, pero muy bien podrían haberle pasado a otros, en otros lugares y en otros tiempos.
Narrar es una compulsión que no tiene explicación.
Por lo menos, yo no la tengo para la mía. Quizá se funde en la narración oral de los margariteños en la que crecí y me nutrí. Lo cierto es que hay un deseo de agradar, de entretener a quien nos escucha (a quien nos lee). Cuando escribo intento que los lectores disfruten lo que les estoy contando.
¿En qué está trabajando ahora? Estoy investigando para una novela sobre una bella mujer madura que se va a vivir a Margarita y se tropieza con una dura realidad. Espero escribirla el próximo año.
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Francisco Suniaga,
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