Hula, ¡cuán indiferentes somos!
Luis Barragán
Afición que es manía, cercanos al mediodía, salimos de la oficina al Archivo Histórico de la Asamblea Nacional en el que somos siempre atendidos diligentemente por los muchachos que ahí trabajan. Revisamos con paciencia algunos discursos con motivo del 5 de Julio, pronunciados en un pasado cada vez más remoto.
El vistazo reveló de nuevo al país que fuimos y, siéndolo, dejamos de ser. Inevitable, recordamos de nuevo aquél artículo de Juan Nuño sobre los codos de la historia, pues, confiados en el seguro tránsito de un camino infalible, casi sin darnos cuenta retrocedemos: por ejemplo, ¿quién nos imaginaba en la actual situación cuando también fuimos modelo de la democracia española, además por nuestros aportes palpables?, ¿cuánta solidaridad no aportamos en la peor noche de los chilenos que los sentimos extraños a nuestro padecer?, ¿el “ta’baratismo” no hizo burla y desprecio de los colombianos mejor equipados ahora para afrontar la globalización con todo y guerra?
La involución de la cultura política venezolana o la tremenda despolitización que sufrimos, por decir lo menos, apenas aliviada por la fatigante publicidad oficial, queda expuesta – esta vez – con el “pate’rolismo” militante ante la tragedia siria. Y no es que antes no hubiese indiferencia, pero ella frecuentemente resultaba afectada por el activismo y las reflexiones de las élites de derecha e izquierda, aunque no buscasen el centro promisorio, por la obligada y plural competencia impuesta aún al interior de los partidos, gremios, sindicatos, etc.
Cierto, la posibilidad de una guerra mundial fue sentida como cosa ajena y distante, pero - seguramente – el ahora conflicto entre las “dos Chinas”, de acuerdo a la celebérrima sentencia, hubiese hecho estruendo en el parlamento, los medios impresos o audiovisuales, así fuese por la burda vanidad del expositor. Los norcoreanos que alzan la mirada hacia sus misiles, prometiéndolos casi como un acto de recreación ante el pueblo hambriento, gozan de impunidad moral en este lado del mundo.
Lo acontecido en Hula, una matanza absolutamente injustificada y definitivamente absurda, goza de toda nuestra apatía criminal como nunca se hizo con Guernica, por citar un caso. ¿Qué se puede hacer?, es la respuesta más cómoda, ya que no es factible mudar a medio país para arbitrar el conflicto y asistir a los sobrevivientes. No obstante, a quien directamente le corresponde, es al responsable de la política exterior venezolana por mandato constitucional y, sin dejar un resquicio, por el empeño monopólico de las consabidas incursiones que lo han llevado a Cannes.
Que sepamos, Chávez ni Maduro aluden al caso con la vehemencia, certeza y contundencia que esperamos, deslindándose de esa amarga experiencia dictatorial que, al parecer, cuidan, admiran y cultivan como ocurrió con Husein y Kadafi. Otras naciones, adoptan iniciativas concretas, o se pronuncian sobre tamaña gesta de la insensatez y la inhumanidad, mientras que – abovesados – pueden divertirnos las escenas de acuchillamiento que trae la obra de Luis Alberto Lamata (2010), pues, al fin y al cabo, pasó hace más de cincuenta años como aseguraría un aventajado estudiante de bachillerato.
Lo peor es que, cansados de llover sobre mojado, es preferible callar. Empero, tanta obviedad haría inútil cualesquiera de los recursos que interpongamos por ante el TSJ contra las decisiones del gobierno, en las más variadas materias, sabiendo el resultado: luego, por una intimidación que se convierte en necedad, nuestro silencio devendría fatal costumbre que beneficiaría al régimen por aquello de “aquí nadie dijo nada”.
Modestamente, sostenemos que la oposición democrática debe ventilar la materia en la Comisión de Política Exterior y, después, como instancia de apelación, en la plenaria de la Asamblea Nacional. El oficialismo debe asumir el costo político de sus posturas, sincerándolas, ante una opinión pública que ha de sacudirse y, siendo el caso, promover la remoción del embajador, del tercer secretario o del portero venezolano en Damasco, ya que – como se sabe – el servicio exterior está profesionalmente en ruinas.
Demasiadísima indiferencia de quienes vivimos fuera de Venezuela, aunque la habitemos día a día. La paz es también una meta programática y política necesaria de impulsar, promover y arraigar, pues, bien lo dijo Nuño, no sabemos y cuándo y cuándo retrocederemos, y – Dios no quiera – vivamos nuestra Hula donde nadie se subirá o bajará de la mula, clave del rentismo que nos agobia.
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