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sábado, 11 de julio de 2020

5-J: EL HORROR

5 de Julio y Holodomor
José Alberto Olivar
 
Que la lucha por la independencia de Venezuela estuvo teñida de sangre por más de una década y la saña que la caracterizó en sus primeros años, sobre todo aquel terrible 1814, superó al resto de los procesos coetáneos en la América Hispana, hoy quizá luce fútil. Si a ello le agregamos, la vorágine federal que, a mitad del siglo XIX, apenas treinta años después de la magna gesta, casi condenó a la disolución política y social de aquel endeble país, su secuela demográfica resulta banal para los cultores de la barahúnda. 

No resulta inverosímil elucubrar que cuando transcurra el tiempo necesario, a veces más de lo esperado, y se haga referencia al sacrificio de los venezolanos en esta hora menguada, salte alguno a negar o al menos a relativizar, el genocidio programado que el régimen totalitario ha puesto en marcha en Venezuela, siguiendo a pie juntillas, apolillados métodos estalinistas.

Esta suerte de Holodomor criollo azuzado por tenebrosas mentes de naturaleza criminal, resueltos a no entregar jamás el poder político que lograron asaltar, puede que haya comenzado a ensayarse de manera focalizada hacia sectores opositores particularmente activos, muchos de los cuales, al ver recrudecer los sinsabores del panorama nacional, optaron por una emigración forzada, que permitió al chavezalato primero y luego al madurato, liquidar de un tajo su incidencia electoral.

Y ante la imposibilidad de seguir maquillando la caída de la renta internacional de petróleo, como bien lo definiera Asdrúbal Baptista, los personeros de la ignominia no dudaron en desplegar todo el horror de una política deliberada que ya no solo dirigida contra opositores sino contra su propia clientela. El déficit nutricional agravado y la insuficiencia de medicamentos pulsada con mayor dramatismo entre 2014 y 2017, causó estragos inimaginables a dos generaciones de venezolanos que mal que bien había sobrellevado su vida imbuidos por el consumismo de otrora.

De manera que rasgos cotidianos del presente como la escasez, la hiperinflación, el colapso generalizado de los servicios públicos y privados, la inseguridad jurídica, entre otras malignidades que afectan como un todo al cuerpo social del país, tienden a somatizarse individualmente, concitando víctimas mortales, la más de las veces no cuantificadas por los registros oficiales.

No se trata simplemente de reducir la calidad de vida del venezolano promedio hasta doblegarlo y colocarlo a merced del Estado totalitario, sino de dar de baja por la vía del suicido, la muerte súbita, la riña callejera, entre otros, a todo aquel sea chavista u opositor en un rango de 40 y 70 años de edad, que hoy resulta un fardo entre pesado y poco confiable a un régimen que apuesta en el mediano y largo plazo controlar las mentes de millones de niños, adolescentes  y jóvenes adultos “nacidos en revolución”, maleables y propensos a servir de cohesionada tropa, tal como lo advirtiera el relato orwelliano. 

Ese Holodomor nuestro, del que probablemente no se hallarán pruebas documentales, será negado una y mil veces por una maquinaria de propaganda mundial complaciente y oportunista, que a lo sumo comienza a rumiar que el proyecto venezolano no representa el verdadero socialismo. 

¡Que Dios nos agarre confesados!

05/07/2020:
Captura de pantalla / Protesta 2017:

viernes, 3 de junio de 2016

INÉDITO EN LA VENEZUELA CONTEMPORÁNEA


Genocidio 
Dulce María Tosta
 
Venezuela atraviesa una situación caótica. La escasez de alimentos y de  medicamentos y la abundancia de delitos nos han escamoteado el derecho a vivir y nos recuerdan -cada momento- la ineluctable proximidad de la muerte.
El tornillo del garrote vil que un régimen político perverso puso en el cuello de la República, ha sido apretado lenta pero constantemente; los demenciales métodos aplicados en otras latitudes con resultados humanos y económicos desastrosos, están siendo impuestos en la patria de Bolívar y Miranda con inaudita vesania, provocando miseria y desesperanza; pero la hora del «sálvese quien pueda» parece haber llegado, no para huir despavoridos ante el inminente hundimiento de la nave, sino para ponernos de pie, enarbolar banderas y luchar por la vida.
La situación venezolana no es inédita: Armenia (1915 – 1923), Ruanda (1994), Ucrania (1932 – 1933) y Europa (1939 – 1945) presenciaron la desaparición de millones de personas por motivos de raza, religión o política y que el jurista judío Raphael Lemkin (1900 – 1959), llamara genocidio, provocando que  en diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobara la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio,  Convención de la cual Venezuela es signataria.
Dicho instrumento comienza señalando que el delito puede cometerse tanto en tiempo de guerra como de paz; muy importante precisión, pues indica que se puede cometer por medios «pacíficos», (no militares) tales como la destrucción de medios de producción de bienes de primera necesidad, la creación de una situación de inestabilidad jurídica que inhiba la inversión o destruya la existente, la persecución de expertos necesarios para la producción de bienes y servicios; la promoción del éxodo de profesionales calificados necesarios para la satisfacción de las necesidades sociales; el rechazo de ayuda internacional requerida por enfermos graves; … y pare de contar.
En la tipificación del genocidio, se lee: «Artículo II (omissis)   c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial;». Surge de inmediato una pregunta: ¿Se pueden considerar intencionales y de resultados previsibles las acciones del Poder Ejecutivo que han causado hambruna y mortandad en los últimos años? Creemos que sí, pues no solamente  causaron hechos antijurídicos, sino que las acciones mismas fueron antijurídicas, directamente violatorias de la Constitución y la ley. Citemos, a título de ejemplo, las múltiples expropiaciones que hicieron famoso el término ¡Exprópiese! en boca de Chávez; esa orden constituye un hecho antijurídico por contrariar abiertamente el artículo 115 constitucional que reserva al poder judicial («sentencia firme») la expropiación de cualquier clase de bienes «con pago oportuno de justa indemnización».
Estas acciones confiscatorias no solamente fueron voluntarias, reiteradas y publicitadas, sino que se realizaron en franca desobediencia a la prohibición que encierra el término «Solo» del citado artículo 115; las consecuencias de tal violación eran previsibles: la estampida de capitales nacionales y foráneos por la pérdida de confianza en el sistema económico nacional. Igualmente voluntaria y de resultados previsibles fue la paralización de los planes de electrificación cuyas consecuencias fueron advertidas por expertos en la materia: producción insuficiente ante el crecimiento esperable de la demanda por razones poblacionales. Pero donde la intencionalidad mostró fulgor solar fue en el rechazo a la ayuda internacional para socorrer a los enfermos mediante la donación de medicinas, a pesar de que el Poder Ejecutivo, a través de su servicio aduanero, está habilitado para «Exonerar total o parcialmente de impuestos, y dispensar de restricciones, registros u otros requisitos, el ingreso o la salida temporal o definitiva de mercancías destinadas a socorro con ocasión de catástrofes, o cualquier otra situación de emergencia nacional, que sea declarada como tal por el Ejecutivo Nacional;» (Ley Orgánica de Aduanas, artículo 5°, numeral 12).
Como consecuencia de políticas públicas propias de orates, centenares de niños pequeños y neonatos mueren en nuestros hospitales y a muchísimos otros se le obscurece el futuro a la sombra del cretinismo por mala alimentación, ante la mirada impasible de un régimen capaz de gastar más de 25 millones de dólares en bufas maniobras militares para enfrentar enemigos ficticios, en vez de auxiliarlos y escuchar el ruego de los médicos que se ven impedidos de ejercer con éxito su profesión. Nuestros centros de salud públicos y privados, en vez de ser promesas de vida y salud, son ductos hacia la muerte, suerte de puertas infernales con horrendos letreros: «Perded toda esperanza».
En nuestro criterio, los venezolanos estamos sometidos a genocidio, ideado en el extranjero y ejecutado por fanáticos y delincuentes que se escudan tras tesis políticas rotunda y universalmente fracasadas. Toca a los juristas amantes de esta tierra preparar la denuncia correspondiente ante la Corte Penal Internacional y ante un mundo que mira con incredulidad la tragedia venezolana.
Miles de nuestros compatriotas mueren como moscas en calles y hospitales; como diría Cantinflas: Si esto no es un genocidio, se le parece.
Fuente:
Fotografía: http://internacional.elpais.com/internacional/2016/06/02/america/1464897224_380860.html: Adriana Cubillos (AP). “Un agente de policía detiene a un manifestante”. // Juan Barreto (AFP). “Las fuerzas de seguridad se deplegan para intentar contener las protestas”.

lunes, 4 de junio de 2012

¿LO PEOR DE ESTAS HORAS?

Hula, ¡cuán indiferentes somos!
Luis Barragán


Afición que es manía, cercanos al mediodía, salimos de la oficina al Archivo Histórico de la Asamblea Nacional en el que somos siempre atendidos diligentemente por los muchachos que ahí trabajan. Revisamos con paciencia algunos discursos con motivo del 5 de Julio, pronunciados en un pasado cada vez más remoto.

El vistazo reveló de nuevo al país que fuimos y, siéndolo, dejamos de ser. Inevitable, recordamos de nuevo aquél artículo de Juan Nuño sobre los codos de la historia, pues, confiados en el seguro tránsito de un camino infalible, casi sin darnos cuenta retrocedemos: por ejemplo, ¿quién nos imaginaba en la actual situación cuando también fuimos modelo de la democracia española, además por nuestros aportes palpables?, ¿cuánta solidaridad no aportamos en la peor noche de los chilenos que los sentimos extraños a nuestro padecer?, ¿el “ta’baratismo” no hizo burla y desprecio de los colombianos mejor equipados ahora para afrontar la globalización con todo y guerra?

La involución de la cultura política venezolana o la tremenda despolitización que sufrimos, por decir lo menos, apenas aliviada por la fatigante publicidad oficial,  queda expuesta – esta vez – con el “pate’rolismo” militante ante la tragedia siria. Y no es que antes no hubiese indiferencia, pero ella frecuentemente resultaba afectada por el activismo y las reflexiones de las élites de  derecha e izquierda, aunque no buscasen el centro promisorio, por la obligada y plural competencia impuesta aún al interior de los partidos, gremios, sindicatos, etc.

Cierto, la posibilidad de una guerra mundial fue sentida como cosa ajena y distante, pero  - seguramente – el ahora conflicto entre las “dos Chinas”, de acuerdo a la celebérrima sentencia, hubiese hecho estruendo en el parlamento, los medios impresos o audiovisuales, así fuese por la burda vanidad del expositor. Los norcoreanos que alzan la mirada hacia sus misiles, prometiéndolos casi como un acto de recreación ante el pueblo hambriento, gozan de impunidad moral en este lado del mundo.

Lo acontecido en Hula, una matanza absolutamente injustificada y definitivamente absurda, goza de toda nuestra apatía criminal como nunca se hizo con Guernica, por citar un caso. ¿Qué se puede hacer?, es la respuesta más cómoda, ya que  no es factible mudar a medio país para arbitrar el conflicto y asistir a los sobrevivientes. No obstante, a quien directamente le corresponde, es al responsable de la política exterior venezolana por mandato constitucional y, sin dejar un resquicio, por el empeño monopólico de las consabidas incursiones que lo han llevado a Cannes.

Que sepamos, Chávez ni Maduro aluden al caso con la vehemencia, certeza y contundencia que esperamos, deslindándose de esa amarga experiencia dictatorial que, al parecer, cuidan, admiran y cultivan como ocurrió con Husein y Kadafi. Otras naciones, adoptan iniciativas concretas, o se pronuncian sobre tamaña gesta de la insensatez y la inhumanidad, mientras que – abovesados – pueden divertirnos las escenas de acuchillamiento que trae  la obra de Luis Alberto Lamata (2010), pues, al fin y al cabo, pasó hace más de cincuenta años como aseguraría un aventajado estudiante de bachillerato.

Lo peor es que, cansados de llover sobre mojado, es preferible callar. Empero, tanta obviedad haría inútil  cualesquiera de los recursos que interpongamos por ante el TSJ contra las decisiones del gobierno, en las más variadas materias, sabiendo el resultado: luego, por una intimidación que se convierte en necedad, nuestro silencio devendría fatal costumbre que beneficiaría  al régimen por  aquello de “aquí nadie dijo nada”.

Modestamente, sostenemos que la oposición democrática debe ventilar la materia en la Comisión de Política Exterior y, después, como instancia de apelación, en la plenaria de la Asamblea Nacional. El oficialismo debe asumir el costo político de sus posturas, sincerándolas, ante una opinión pública que ha de sacudirse y, siendo el caso, promover la remoción del embajador, del tercer secretario o del portero venezolano en Damasco, ya que – como se sabe – el servicio exterior está profesionalmente en ruinas.

Demasiadísima indiferencia de quienes vivimos fuera de Venezuela, aunque la habitemos día a día. La paz es también una meta programática y política necesaria de impulsar, promover y arraigar, pues, bien lo dijo Nuño, no sabemos y cuándo y cuándo retrocederemos, y – Dios no quiera – vivamos nuestra Hula donde nadie se subirá o bajará de la mula, clave del rentismo que nos agobia.