EL NACIONAL, Caracas, 10 de Junio de 1997
EL SONIDO Y LA TRIBU
¿Cuál salsa ?
EDMUNDO BRACHO
Si se le pregunta a Tito Puente qué es la salsa, dirá que es lo que le unta a las habichuelas o a la pasta. Es más, dirá que su salsa favorita es la Goya, marca que monopoliza los anaqueles de toda pulpería boricua. Puente -aunque bastante bien sabe a lo que se alude en términos musicales cuando se habla de ``salsa''- prefiere, como tantos otros peritos de cadencias caribeñas, remitirse a un purismo nominal, a la sentencia de rubros específicos que revelan puntualmente la materia rítmica u orquestal: mambo, son montuno, guajira, plena, guaracha, guaguancó, boogaloo... Cuando toda esa genealogía de nómina musical estaba por convertirse en ciencia, cedió a la permutación del entonces nuevo cuño de ``salsa''. Ya un son guajiro de la Cuba rural era reinterpretado en el Madison Square Gardens sin que fuera un son guajiro. Para el público hispano -encabezado por el nuyorican- se trataba de salsa.
Hoy, con más de dos décadas recorridas, la salsa suele apreciarse en clave binaria: aquella que subsiste arraigada a un molde primario, a la que llaman a secas ``brava''; y la de más reciente confección, encubaba en el currucucú romanticón y en la simplificación del tejido sonoro, que se tilda de ``salsa erótica'', ``tecno salsa'' y un corto etcétera. Es la más nueva modalidad la que goza de mayor difusión y papelillo. Es también la que sufre de la desaparobación militante de los secuaces del subgénero ``bravo'', quienes dicen descubrir en aquella una magra consistencia musical, que exhibe las costuras propias de una maquinaria definida en el empaquetado de mercantilismo acomodaticio.
Lo cierto es que a la salsa ``brava'', como todo musical caribeño desarrollado desde la urbe, puede fijársele su génesis, su auge y, sí, su caída. Lo mismo se dice, con todo el énfasis historicista, del danzón, del mambo, del mozambique, del cha cha chá... se bailaron y ya no más -si acaso aún lo hace en una proporción insignificativa-. Desde luego que hay artistas consagrados, pero a éstas si bien cabe adjetivarlas de ``vigentes'', no así de ``actuales''. Ya han caído de la cresta de la ola, tal como le ha acontecido a la fusión promovida por la emblemática Fania All Stars, por el gran Combo, por Ismael Rivera, por Eddie Palmieri y un sinfín de vocalistas e instrumentalistas responsables de ofrecer, a lo largo de toda la década de los 70, esa prodigiosa artillería rítmica ya irrepetible. No se repite como actualidad justamente porque tratan de repetirla, en calidad revisionista o más bien, reversionista. Así, cuando entran en trance orquestal, los ``bravos'' ejecutores nos remiten a un referente de momento pasado. Más que intentar ``perpetuarlos'', deberían trabajar sobre esos rasgos musicales y discursivos tan distintivos, de forma evolutiva, para hablarnos del presente. Puede decirse que la ``salsa erótica'' (Eddie Santiago, Jerry Rivera, Tony Vega et al) nos revela un presente, blandengue y pusilámine. Para empezar, este estilo ha desnaturalizado uno de las experiencias estéticas más singulares de la cultura musical afrohispanocaribeña: la improvisación, la ``descarga'', esa fuerza de liberación creativa que nos caracteriza en la polirritmia, en la asimetría refractaria. Para terminar, se ha encaminado con creces el formulismo del ``hit'' comercial con letras sensibleras incapaces de explicarnos nuestra cotidianidad. Lo dicho, le cantan a un presente anémico.
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