martes, 26 de junio de 2012

AMÉRICA LATINA, ¿UNA AGENCIA DE FESTEJOS?

EL NACIONAL - SÁBADO 5 DE AGOSTO DE 2000 / PAPEL LITERARIO
RECIPE PARA GOLOSOS
El poder sin gloria
Miguel Angel Flores

Si alguien preguntara por el tema más emblemático de la novela latinoamericana no sería difícil responder: el de la dictadura, o mejor dicho, la novela sobre los dictadores.
El conjunto de novelas que cubre la mitad del siglo XX es en verdad notable, tanto por la excelencia de su factura narrativa como por el repertorio de técnicas empleadas para constituirse en espejos de esa realidad subcontinental que ha marcado nuestra historia. Todas ellas: El señor Presidente (Miguel Angel Asturias), El recurso del método (Alejo Carpentier), Yo, el Supremo (Augusto Roa Bastos), El otoño del patriarca (Gabriel García Márquez) forman la novela de Latinoamérica cuya existencia en su momento exigió el crítico peruano Luis Alberto Sánchez como condición sine qua non de nuestra afirmación cultural. Sánchez hablaba desde el pesimismo, en una época en la que en el horizonte de la novela no se veía despuntar ninguna obra que superara al ilustre antecedente que fue, que es, Tirano Banderas (Valle Inclán). A la estirpe de esta novela se suma ahora, quizá primus inter pares, el libro más reciente de Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo, (Alfaguara, 2000) quien ha elegido un país tropical como escenario de la trama, La República Dominicana, donde tuvo lugar un capítulo destacado de esa novela del esperpento que es la vida y milagros de una dictadura, en este caso la de Rafael Leonidas Trujillo.
Hay lectores, sobre todo los lectores profesionales, que reprochan a Vargas Llosa el conservadurismo en su concepción de novela, el poco riesgo innovador que se permite en la escritura de su prosa. Extraño reproche si consideramos el fracaso de los experimentos de vanguardia en la novela. La publicación de la novela que ahora nos ocupa coincide con el último año del siglo XX, y parece señalarnos la vigencia de una forma de narrar que alcanzó su clímax en el siglo anterior. El narrador para Vargas Llosa es un pequeño dios que ordena el caos de la existencia de unos personajes que a lo largo de las páginas tejerá una trama de hechos que parece tan real como nuestras vidas. Y al elegir el tema de la dictadura de Trujillo, el juego de espejos con la realidad se potencia. Vargas Llosa entiende que Trujillo al alcanzar el poder se dispuso a actuar como un pequeño dios que también quiere ordenar un caos, e impone un orden. El, Trujillo, decidirá el destino de sus criaturas, les provocará sufrimiento y humillaciones, los hará receptores de su generosidad y víctimas de sus diabólicos juegos. Quien transgreda el orden impuesto sabrá que no hay vida ni tranquilidad fuera del universo que el dictador ha edificado con cruel minuciosidad en su isla, la isla de su utopía donde el pueblo le rinde pleitesía y llorará su muerte, y en el colmo del absurdo rendirá honor al general que gobierna la vida pública y privada de todos, pero más la de sus colaboradores cercanos, la de quienes le ayudaron a sostener su satrapía, y que reciben como pago a su lealtad y al mundo de privilegios que los rodea, el ser testigos de las aventuras galantes de Trujillo, sólo que las compañeras de cama de éste son las esposas de los funcionarios de alto nivel, los que le ayudan a someter al pueblo a sus caprichos.
A grandes rasgos todos sabemos cómo fue ese mundo del esperpento del que Trujillo fue amo y señor. La historia está bastante documentada. Vargas Llosa no quiso con La fiesta del chivo hacer eso que llaman una novela histórica. Reproducir en forma novelada puntualmente los datos de una historia de dominio público. Sabemos de ante mano cómo murió Trujillo y el destino de sus ejecutores. Estamos familiarizados con el horror de la dictadura en su manifestación colectiva. Lo que a Vargas Llosa le interesó fue crear un personaje y hacernos vivir su memoria de una biografía particular, imaginar cómo afectó la dictadura de Trujillo a una joven, que bien pudo haber sido todas las jóvenes; se trata de dar vida a un personaje llamado Urania, una invención del novelista, que contiene toda la verdad en su mentira como personaje de ficción: en todos los pasos de la vida de Urania se condensa el infierno que vivieron los dominicanos cuando Trujillo era presidente y Dios omnipotente, según su doctrina.
Dos núcleos articulan la novela: el relato que Urania hace de su vida, primero ante su padre inválido, un antiguo funcionario trujillista caído en desgracia y que nunca comprendió el ciego destino de desgracia que le reservó Trujillo a pesar de su extrema y abyecta lealtad, luego frente a su tía, la hermana de su padre, su prima y sobrina, quienes no dan crédito a sus revelaciones; el otro núcleo lo constituye la larga espera de quienes han decidido ejecutar a Trujillo: aguardan el paso del automóvil que parece evadirlos. La impaciencia crispa los nervios. El novelista nos cuenta sobre los motivos que tuvo cada uno de ellos en su decisión de acabar con la vida del dictador, sabremos por qué pasan de la admiración al deseo de venganza. Con mano maestra Vargas Llosa imagina sus infiernos personales, a todos los dota de una densidad psicológica como sólo él sabe hacerlo. Los cambios de puntos de vista en la narración, las diferentes perspectivas desde la que son observados los hechos, la simultaneidad de tiempos y espacios, y el sembrar de enigmas la trama que al paso de las páginas serán despejados, sostienen nuestro interés hasta el punto final de la novela.
La decadencia física de Trujillo, el hombre que parecía no sudar bajo el sol tropical, se correspondía con la decadencia de su régimen dictatorial. El fracaso de la seducción ante la adolescente, como lo imagina Vargas Llosa, tiene su exacto reflejo en la imposibilidad de seguir seduciendo a muchos de sus admiradores y colaboradores. Y en esa vorágine de hechos sangrientos y absurdos, primero como figura de telón de fondo y luego como protagonista de primer orden, está Joaquín Balaguer, quien es la negación de Trujillo en hábitos, cultura y forma de vida. Pero los hermana la obsesión del poder, y a Balaguer no parece importarle manchar de sangre su plumaje: la regla es sobrevivir, evitar correr la suerte del padre de Urania.
La fiesta del chivo es ya un clásico de nuestra narrativa latinoamericana.


Cfr. http://www.letralia.com/94/ar01-094.htm; http://www.ucm.es/info/especulo/numero21/corrupti.html; y, ahora, lo descubro http://es.scribd.com/doc/73872190/Bibliografia-sobre-La-fiesta-del-chivo

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