EL NACIONAL - Jueves 21 de Junio de 2012 Opinión/9
Corrupción: de eso no se habla
COLETTE CAPRILES
Es como si de pronto desapareciera alguno de los elementos de la tabla periódica. No uno de esos llamados "gases raros" que evocan nombres de protagonistas de cuento soviético de ciencia ficción, sino algún material de esos de todos los días: cobre o magnesio o hierro. Resulta que el tema primordial de aquella campaña de 1998, la "vía real" hacia la presidencia, la gran metonimia de la "honda crisis" que nos aquejaba, desapareció de la conciencia nacional. Algo, en efecto, cambió.
Y no fueron las prácticas porque nadie se atreve a negar que los últimos casi catorce años han sido los de la apoteosis de eso mismo cuya denuncia, en su momento, sirvió para apacentar a las masas y convocar los decisivos apoyos de las élites que se tradujeron en la victoria electoral. Las fortunas acumuladas en estos años sin otra explicación que la fidelidad son elocuentes. Más que elocuentes: son objeto de exhibición, como trofeo legítimo del cazador que no se contenta con matar sino que inmortaliza su habilidad en la mirada artificial del animal taxidermizado.
Mi pregunta es cómo pudo operarse una transvaloración tan brutal. De la percepción de que los males del país se resumían en la sola palabra corrupción, a tolerarla o celebrarla como forma legítima de ascenso social y justa compensación por el desvelo revolucionario.
El precio justo, en efecto, que ha de pagarse por recibir la "gotica de petróleo" y las promesas magníficas. La corrupción no sería entonces una enfermedad política, un vicio deleznable, sino un asunto que se percibe contra el fondo de la escasez y que se desdramatiza en tiempos de vacas gordas, cuando todos nos volvemos ladrones y pícaros.
Y confieso que lo que evocó todo esto es la lectura del libro de Leslie C. Gates, que podría traducirse como Eligiendo a Chávez: los negocios de la política antineoliberal en Venezuela, que examina de cerca cómo la poderosa ola semántica de la "corrupción" condicionó la preferencia popular hacia el candidato que, en última instancia gozaría de un apoyo clave, decisivo, de ciertos grupos y factores del sector privado, en parte porque algunos de estos grupos, beneficiarios tradicionales del proteccionismo, resultaron agraviados por la apertura de la economía desde 1989, pero, básicamente, porque temían perder el acceso preferencial a las entrañas del aparato del Estado que ha sido una práctica común en la manera de hacer negocios en Venezuela. Pero lo enigmático de todo esto es que la percepción de la corrupción incluía precisamente una valoración negativa de la actividad de la empresa privada por su asociación con los políticos, de modo que la retórica del candidato contra el sector privado resultaba bienvenida, no por su contenido ideológico o izquierdizante, no por ofrecer una opción política, sino por la vinculación percibida con la corrupción generalizada.
Aquellos que apostaron por el Chávez de liquiliqui verdoso fueron barridos por una mafia empresarial diseñada a la medida del autócrata precisamente con la aplicación de la extensa experiencia cubana en materia de corruptelas, como se sabe. En todo caso, la pregunta se hace más perentoria.
Mi hipótesis es que lo que ha cambiado son las condiciones de posibilidad del discurso público, si se puede decir así: aquellos eran tiempos de relativa transparencia democrática, o mejor dicho, de sus grandes síntomas que son la estridencia y el escándalo; estos, en cambio, son los tiempos del silencio, del secreto, del miedo, o peor aún, de la inercia.
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