EL NACIONAL - Lunes 25 de Junio de 2012 Escenas/2
La investigación lingüística y su soledad
PALABRAS SOBRE PALABRAS
LETRAS
FRANCISCO JAVIER PÉREZ
Un mito de la ciencia moderna ha hecho creer que la investigación (que toda investigación) es una actividad grupal y que ella responde incuestionable a una mecánica de colectiva realización. Despreciando todo producto que no haya sido avalado por una signatura plural, se da a entender que la creatividad individual ha pasado a un plano segundo. Con ello se ha dejado de lado algo que es tan crucial para la gestación del conocimiento como la posibilidad de que la investigación se confronte con las propias potencias del ejecutor y de que la creación (que lo es irremisiblemente en toda situación) crezca amparada por esa fuerza que viene aportada por el diálogo silente y solitario entre el investigador y su objeto de estudio. Si lo anterior es poderosa captación en las llamadas ciencias exactas, en las ciencias del hombre, esas que se ocupan de comprender sus tratos en sociedad y en soledad, deviene poderosa razón de gestación y crecimiento.
La situación de la investigación lingüística resulta aguda en su gestión de unos métodos y de una producción que, en los tiempos que corren, lucen descreídos de todo aquello que se muestre bajo el desamparo del trabajo en equipo y de la consigna colectiva. Verdad a medias, no hace sino servir para sostener procesos evaluativos parciales y, lo más determinante, no hace sino ocultar una de las facetas más permanentes de una disciplina que se alberga en la competencia del propio oficiante de la ciencia más humana de todas, gracias al carácter pangenérico que exhibe: natural y social, fisiológica y espiritual, aproximativa y exacta, fría y amorosa, grupal y solitaria.
Disciplina antigua donde la haya, creció durante siglos de la mente individual de sus realizadores. Fue tardíamente, a finales del siglo XIX, cuando la situación tradicional se revierte con la llegada de la dialectología que impone necesarias pesquisas de difícil cumplimiento para un investigador en singular (cosa que no estaba mal en este caso).
Se trastocaba con ello lo que había sido costumbre de amplio registro y actividad de productivo aliento.
Bajo estas formas se presentaron las más gloriosas obras cúspide sobre la lengua en todas sus posibilidades (las gramáticas de Panini, Dionisio de Tracia, Nebrija, Bopp, Diez, Rask, Schleicher y Bello; los diccionarios de Johnson, Littré, Webster, Baralt, Murray, Cuervo, Moliner; los Mitrídates de Adelung, Vater, Hervás y Boas; las teorías de Platón, el Brocense, Humboldt, Whitney, Vossler, Sapir, Bloomfield; las historias de Thomsem, Leroy, Malmberg, Robins, Mounin). Más aún, el paso al siglo XX no alteró, salvo en algunos casos, lo que había sido patrón de estudio y trabajo durante más de 2.000 años de historia. La gestión individual hizo florecer, aunque se hablara de escuelas, a Saussure, Jakobson, Hjemslev, Menéndez Pidal, Jespersen, Martinet, Chomsky, Van Dijk y a muchos más.
Oficio individual, sólo la soledad hace fructificar sus principios, confrontación permanente con la lengua y su hablante genérico, y sólo la soledad alimenta el rigor y tesón disciplinarios necesarios para que la investigación verbal cruce los senderos transitorios de la descripción para llegar a los paraísos permanentes de la creación.
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