EL PAÍS, Madrid, 23 de Junio de 2012
LA CUARTA PÁGINA
La edad de las usurpaciones
En plena falsificación de identidades, tratar de desbaratar las mentiras que circulan por Internet es una batalla perdida
Jesús Ferrero
Vivimos en una época en la que se están llevando a cabo usurpaciones de los espacios sociales y las personalidades que invita a pensar.
Pondré para empezar el ejemplo de los cafés. La clase de establecimiento que aún llamamos café fue un invento de los fumadores del siglo XVIII, que se reunían en ellos para tomar café, por supuesto, pero sobre todo para fumar un buen puro o una buena pipa, lejos de las narices a las que ofendía el olor a trópico. Y así continuó siendo durante todo el siglo XIX (Baudelaire y Rimbaud sabían mucho de eso).
Pero ahora los no fumadores han conseguido arrojar a los fumadores de un espacio estrechamente vinculado al tabaquismo desde su origen, instaurando en ellos la prohibición de fumar. Como si prohibiesen bañarse en unas termas o narcotizarse en un fumadero de opio o conducir en una carretera o follar en un prostíbulo o rezar en una iglesia, desvirtuando el fundamento específico del lugar. Amén y sigo.
Las ferias de libros de nuestro tiempo también muestran otra forma de usurpación de lo más pintoresca. Si uno escucha la lista de nombres que expanden los altavoces de la Feria del Libro de Madrid, observa que casi todos son nombres de estrellas mediáticas o de otra naturaleza más o menos espuria, si bien de vez en cuando, y como por casualidad, aparece el nombre de algún escritor. De modo que podemos decir que actualmente la Feria del Libro es sobre todo la feria de los que escriben libros recurriendo a negros, que han colonizado la fiesta de la cultura como entrañables parásitos, usurpando un espacio que no les pertenecía, y en el que capean con más autoridad que Julio César en la Galias cuando dijo aquello de Vini, vidi, vinci.
Otro ejemplo de usurpación de espacio social es el que se está llevando a cabo en las mismas calles. La calle ha sido siempre en Occidente el espacio público por excelencia, y toda revolución y toda involución se han hecho fuertes o débiles sobre todo en las calles: lugares de todos y para todos por los que poder pasear, curiosear, sentarse… Sin embargo es observable como van desapareciendo los bancos de las calles y las plazas. Dicen que lo piden los comerciantes, entre otras corporaciones filantrópicas. Hay que consumir, y colocar bancos confortables en las aceras no incita al consumo. También son enemigos de esos bancos, antes tan numerosos, los dueños de establecimientos con terraza. Si quieres sentarte, paga y consume algo, que las calles ya no son lo que eran. Como detalle arcaico, en algunas calles de Madrid han colocado sillas aisladas, como patos perdidos en un inmenso garaje. Por ejemplo, en la calle Fuencarral han colocado dos o tres sillas, allí, en medio de la riada de transeúntes y la explosión de comercios. Nadie para mucho tiempo en ellas. Los que allí asientan sus posaderas se notan observados como monos de parque zoológico por los peatones que circulan en las dos direcciones y que los ahogan con sus cuerpos y sus alientos y sus pedos. También en Nueva York, en el centro de Times Square, han puesto algunas sillas. La gente aguanta en ellas como mucho cinco minutos. Te rodean por todas partes anuncios luminosos y transeúntes. Es como estar en el centro de un mandala sofocante. Ni puedes leer el periódico ni mantener con nadie una conversación razonable. Así que te largas de allí rápidamente, como quien se libra de un potro de tortura, y hasta entiendes por qué en Nueva York están prácticamente prohibidos los bancos callejeros.
García Márquez tendrá que cargar con la falsa carta que le convertía en un devoto cristiano
En líneas generales, casi todos los espacios sociales están siendo usurpados por las particularidades. Lo particular se impone a lo social ahogando toda posibilidad de reacción colectiva. Los cines eran espacios claramente sociales y asistir a ellos fue, en la edad de oro del cinematógrafo, una ceremonia social de bastante envergadura y que funcionaba como sistema de cohesión al ser generadora de muchos mitos, y los mitos sirven para cohesionar y crear tejido social, entre otras cosas. Ahora el cine se ve en casa, desde la cama o el sofá. Sigue habiendo cine, pero su antiguo espacio social se ha desvanecido. Asombrosamente, ver una película se ha convertido en un asunto individual. La cama y el sofá le han usurpado el cine su espacio social y ceremonial.
A la usurpación de espacios sociales se ha añadido, en los últimos tiempos, la usurpación de personalidades y la falsificación de identidades al por mayor. Una caso muy ilustrativo fue el de de la carta que García Márquez le dirigía a Dios cuando ya veía cercana su hora, y que circuló por Internet como Pedro por su casa. El texto es de una cursilería prácticamente infinita, y en ella vemos a Márquez convertido en un devoto cristiano que le habla con íntima pastosidad a Dios. Era como usurparle a Márquez su personalidad atea y laica. Algunos amigos del colegio que me han salido al encuentro de Facebook han alabado largamente esa carta tan emotiva y entrañable, tan llena de humildad cristiana. Hace tiempo hice algún esfuerzo por desbaratar, al menos ante ellos, esa mentira, pero ya vi que era una batalla perdida. Lo siento por García Márquez, que va a tener que cargar con una cruz que nadie se merece.
Otro buen ejemplo a ese respeto es el de la falsificación de la figura de Roberto Bolaño. En la historia de Bolaño que circula por ahí como un mithos, Bolaño figura como un alcohólico en México y como un heroinómano en Blanes. Fui amigo de Bolaño y puedo asegurar que ni probaba el alcohol ni ninguna otra droga blanda o dura, y los que lo conocieron en México aseguran que apenas si tomaba una cerveza de vez en cuando. Esa es la verdad, por más que se disgusten los amantes de las vidas malditas y peregrinas. Y diré algo más, a pesar de la enfermedad hepática que le seguía los pasos como cien espadas de Damocles con patas, era un hombre tremendamente feliz a ratos y no solo a ratos. En blogs dedicados a su figura, glosan su vida y su obra, y algunos acaban diciendo que, de todas formas, no envidian la vida de Bolaño, tan alcohólico, tan yonqui y tan tirado.
También con Bolaño me planteé desbaratar tantas mentiras, pero en mi última estancia en Nueva York me di cuenta de que se trataba una vez más de una batalla perdida. Allí el mito de Bolaño maltratado por las drogas es más duro que el granito, y está perfectamente asentado. Ya no creo que haya forma de matarlo, porque se puede matar a una persona pero no se puede matar un mito. Y la fábula de Bolaño que más triunfa es la de monje drogadicto y perdido en una oscura calle de Blanes a la que nunca llegaba la luz, como aquella de la canción de Lone Star de mi adolescencia.
El mito de un Roberto Bolaño maltratado por las drogas está más asentado que el granito
Para completar la función, otro espacio que está siendo usurpado, y que atañe paradójicamente a la personalidad y la individualidad, es el de la soledad en sí, donde la individualidad se hace fuerte y la imaginación se torna más musculosa, en parte porque la gente se ha acostumbrado a estar siempre conectada: necesita estarlo. De modo que te encuentras en una cita galante, hablando con un posible candidato a tu cama en un bar, y de pronto empieza a sonar el móvil: intromisión del otro, o de los otros en general, en un espacio antes más cerrado que una campana de cristal: el espacio de la seducción. También puede sonar el móvil en medio de un coito. Probablemente no contestes, pero eso no ha impedido que el otro o los otros interrumpan una ceremonia vinculada a la intimidad más soberana y animal, y más relacionada con los espacios cerrados y las sombras.
Es imposible escribir la historia del presente, si lo hiciéramos, empezaríamos a dudar de nuestra misma existencia. ¿No seremos como fantasmas luchando por distinguirse en medio de una maraña cada vez más densa de espacios usurpados y personalidades modificadas por la ley de la ficción fácil y truculenta? Yo juraría que sí y que ya todos danzamos alegremente en este carnaval que dura todo el año y que es algo así como la imagen de una nueva eternidad: la eternidad de los simulacros.
(*) Jesús Ferrero es escritor.
Ilustración: Eva Vázquez
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