lunes, 2 de mayo de 2011
SEMIÓTICAMENTE, LA ACADEMIA
El Nacional - Sábado 23 de Abril de 2005 C/6 Papel Literario
Un triángulo semiótico que se abre y se cierra“La Academia es una Fedra apetecible, tiene un hijo alfabético: el Diccionario.
Y éste tiene una novia díscola: la Literatura”.
Que, a veces, es clásica o romántica, aristotélica o platónica, europea o americana
Manuel Bermúdez
I La Academia es una Fedra apetecible, tiene un hijo alfabético: el Diccionario. Y éste tiene una novia díscola: la Literatura.
Que, a veces, es clásica o romántica, aristotélica o platónica, europea o americana.
Y en los tiempos que corren: cristiana, judía, budista o musulmana. La Academia busca la unidad: la Literatura, la pluralidad; y el Diccionario une las palabras más diversas. La Academia más antigua fue la Torre de Babel. Allí metieron hablantes de diferentes lenguas. Y no lograron entenderse. Tal vez la Torre era como la ONU o como la OEA.
El Rey Felipe V, que debe haber sido un hombre de buena prosodia, sintaxis y ortografía, por Real Cédula fundó la Real Academia Española en 1714. Y esta dio a luz un Diccionario de autoridades, que, no obstante los años, es como el viento:
todavía sopla semánticamente. Y puede complacer las exigencias de cualquier literatura díscola, porque guarda en sus alforjas palabras que son joyas literarias de los grandes orfebres de la lengua española; y voces de germanía sacadas del Vocabulario de Juan Hidalgo. Por eso la divisa de la Real Academia Española se parece a un crisol de Tiffany, porque “fija, limpia y da esplendor”.
II El diccionario VOX, coordinado y dirigido por Samuel Gilli y Gaya, trae como Prólogo un ensayo de don Ramón Menéndez Pidal, arqueólogo y arquitecto de la primera joya de la Literatura española: el Poema del Cid. Ruy Díaz de Vivar, el Cid, fue desterrado de Castilla por el rey Alfonso VI. Y con 12 de los suyos fue negociando con judíos, derrotando moros y ganando territorios para la fe cristiana, a salto de tigre, como lo hizo el Papa Juan Pablo II. Y en su epopeya, con “polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga”. Antes de que Menéndez Pidal levantara esa catedral épica de la lengua castellana, el venezolano Andrés Bello empezó a estudiar el Poema, cuando vivía pobre y casi desterrado en Londres. Bello fue nuestro primer académico, nuestro primer diccionario gramatical y primer gran poeta de la Literatura hispanoamericana.
III La Academia Venezolana de la Lengua fue creada por el general Antonio Guzmán Blanco, el Ilustre Americano, el año 1883. Y por supuesto, Guzmán Blanco fue su primer director. Porque él era hombre de pluma y espada, como casi todos los militares de la época, que eran doctores de la universidad y generales en el campo de batalla.
Después de la Academia Venezolana de la Lengua, el presidente Juan Pablo Rojas Paúl funda la Academia de la Historia, que no se le queda atrás en rango y sabiduría.
Lo mismo se puede decir de las Academias restantes: de Medicina, de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, de Ciencias Políticas y Sociales y de Ciencias Económicas, que funcionan en el Palacio de las Academias.
Todas son cerebro y médula espinal de Venezuela. El Palacio de las Academias limita por el norte con el Palacio Legislativo, sede de la Asamblea Nacional; por el sur con el Consejo Nacional Electoral; por el este con la Iglesia de San Francisco y por el oeste con el edificio que fue sede de la Corte Suprema de Justicia. Pero rodeado como está de tantos entes de poder y fe, las Academias no se ven. La Academia, metafóricamente, es como la semilla de la nuez, como el agua de coco.
IV El antropólogo social Marc Augè llama “no lugares” a los sitios donde se encuentran y reúnen miles de personas con los mismos intereses; pero no llegan a conocerse ni comunicarse. Los aeropuertos, balnearios, estaciones de tren, estadios deportivos y otros afines son “no lugares”. Sin intención irónica o humorística, la guía telefónica es un no lugar. En cambio, el Diccionario, las Academias y las obras literarias no lo son.
En el Diccionario vive alfabéticamente una gran familia de palabras. Ernest Robert Curtius, en su obra monumental, Literatura europea y Edad Media latina, demuestra que los topos son lugares literarios, donde se encuentran personajes del mismo campo metafórico o metonímico, tal como en su sabia teoría lo demuestra también Roman Jakobson. Y en esa misma sintaxis de ideas, coinciden el francés Gerard Genette con el argentino Jorge Luis Borges, cuando hablan de “campo literario”.
V Pero a los poetas no les gusta la Academia, como a Valery no le gustaba la novela.
Desde que el poeta Rubén Darío dijo:
“¡De las Academias, líbranos, Señor!”, son muchos los aedas que se ofenden cuando les ofrecen un sillón académico. Y no sólo los poetas, los novelistas también. Fue muy comentado lo que le ocurrió a Ernesto Sábato, cuando estaba conversando con Jorge Luis Borges y le entregaron una tarjeta de invitación para que asistiera a un acto de la Academia Argentina.
“¿Por qué me invitan?, si ellos saben que yo no los quiero”, protestó el autor de Sobre héroes y tumbas. Y Borges, con la inocencia del ciego que se las sabe todas, le dijo: “¡El culpable soy yo, Ernesto, porque quería conversar contigo!”. “¿Y por qué en la Academia?”, preguntó Sábato.
“Bueno, porque allá elaboran un cafecito que hace más grata la conversación”.
El café tiene una tradición secular uniendo poetas, escritores y artistas. En la génesis de la Academia de Música de Venezuela, según la crónica de Arístides Rojas, aparece una taza de café. Con el café, el vino, el opio, el ajenjo y otras drogas, muchos literatos y artistas han hecho obras maestras. Como la Academia es abstemia, parece que esta rima ripiosa no les gusta a ciertos poetas y literaturosos—lámparas votivas. Pero si la Fedra apetecible, como la Margarita Gautier, de otro poema de Rubén Darío, “sorbiera el champán de fino bacarat”, o un “vaso de bon vino” como Gonzalo de Berceo, o un scocht de etiqueta, como los de Miguel Otero Silva, con toda seguridad que los poetisos y literaturosos saldrían eufóricos brindando, con hexámetros dactílicos: “Inclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, Salve!”.
VI ¡Nadie sabe cuándo el paje bebe agua! Pero bebe. Ni tampoco se sabe cuándo la Academia tiene profundidad y altura, en lo que piensan y escriben sus miembros. Sin embargo, lo hacen con pulcritud, con gracia y con arte. Por ejemplo, el poeta Juan Liscano, que también fue miembro de la Academia Venezolana de la Lengua, escribió una vez “En alta mar, la mar alza su vuelo, pez emplumado, pájaro de escamas”.
Bellas metáforas, ¿verdad? Por el contrario, hace dos años en el pequeño oasis de la Academia Venezolana de la Lengua, unos furtivos individuos, pescadores, quisieron anzolar pez y pájaro, a la vez, con trampa—rábula jurídica. Pero ¡pelaron gajo!
Por eso nos parece que la divisa triangular de la Academia sigue teniendo vigencia.
Fija lo que es justo. Limpia lo que está sucio.
Y Da esplendor a la verdad. ¡A las Academias no las abandones, Señor!
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