lunes, 23 de mayo de 2011

DELITO MORAL


Impunidad político-electoral
Luis Barragán


En su último libro, el maestro Juan Carlos Rey versó sobre la estafa política que consiste en la ejecución de un programa en el poder harto diferente a lo planteado, ofrecido u ofertado en la campaña electoral (“Temas de formación Sociopolítica. El sistema de partidos venezolano, 1830-1999”, 2009). Acaso, el título más acabado, coherente y sobrio que lo ejemplifica, sea el de Mario Vargas Llosa (“El pez en el agua”, 1993), aunque – entre nosotros – Mirtha Rivero ha hecho una contribución extraordinaria con el suyo (“La rebelión de los náufragos”, 2010). Empero, no es mucho el esfuerzo que deba hacerse para radiografiar y tipificar los acontecimientos, pues, evidentemente, Hugo Chávez tuvo y expuso una visión y un propósito radicalmente distintos por 1998, a lo que después efectivamente ha hecho.

Sobresale una notable diferencia, porque de cumplirse con todo lo constitucionalmente pautado, una democracia puede castigar el engaño y, a veces, sobrevivir a sus consecuencias. Excepto que no sea íntegramente tal, pues los consecutivos plebiscitos de Hugo Chávez también demuestran la eficacia de los engaños, trampas, subterfugios, pequeñas torceduras que se hacen grandes y decisivas, como acaeció con el consabido proceso revocatorio del mandato constitucional, y sigue ocurriendo con las actuaciones arbitrarias y dilaciones nada inocentes del CNE.

La sociedad que se resiste al chavezato, parece saberlo, pero insiste en su tenaz marcha hacia la democratización. Digamos, acá la impunidad es tolerable, administrada hasta asediar cívicamente al régimen, aunque resulta intolerable cuando los propulsores de tan difícil tránsito incurren en sus pequeñas estafas, creyendo que nadie se ha dado cuenta.

Existen entidades políticas y sociales de la oposición que, reflejando con preocupante exactitud las conductas del oficialismo, no consuman los necesarios esfuerzos de reinstitucionalización – obviamente – democrática. En nombre de la dura lucha que se libra contra la dictadura del siglo XXI, partidos y gremios (hasta clubes de recreación y juntas de condominio), incurren en prácticas que desconocen la propia colegiatura en la toma de las decisiones, confiados en la prudencia de sus miembros o de los medios de opinión, incapaces de generar el escándalo y la confusión.

Cuadros de conducción que hacen lo contrario a lo que dicen y hasta defendieron para garantizarse el ascenso, abusan de la moderación necesaria frente a la sociedad que aún cree en la política absolutamente libre de todo conflicto y, por supuesto, en nombre de la unanimidad que no es habitual ni en los hogares, desconfía de los procesos o mecanismos necesarios para dirimir las naturales diferencias. Hay un irresponsable estiramiento de la cuerda, contrariando las normas estatutarias, que sigue generando las condiciones que hicieron posible al chavezato.

De modo que, al lado de la gran impunidad política de las engañosas ofertas electorales en América Latina, sin que abriguemos muchas esperanzas con Ollanta Humala, por cierto, está la que es continua de la micropolítica, de las organizaciones que día a día reclaman democracia hacia afuera, aunque no la hagan hacia adentro. Sin dudas, una tragedia en la Venezuela que aún está sumergida en la hora de todos los peligros.

Fuente: http://www.medios24.com/p33880.html

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