sábado, 21 de mayo de 2011

VALSE


EL NACIONAL - Sábado 21 de Mayo de 2011 Opinión/9
La suite 2806
SERGIO DAHBAR

Pocas veces los malos son tan famosos. Dominique Strauss-Kahn (DKS), 62 años de edad, hijo de una familia judía francesa muy poderosa y millonaria, tenía todo lo que hacía falta para llegar a ser presidente de una nación europea moderna. Políglota, seductor, jugador de ajedrez, estudió Comercio, Ciencias Políticas y Derecho.

Era, además, director gerente del Fondo Monetario Internacional.

Profesor de Economía, fue diputado a los 37 años de edad, ministro de Industria y Comercio a los 42 años, y jefe de la cartera de Economía y Finanzas a los 48. Sus batallas se convirtieron en mitos: reducir el déficit público, privatizar Air France, lograr la entrada de Francia en la zona euro... Era un socialdemócrata declarado, pero creía en el intervencionismo económico de Keynes.

Su tercera esposa, Anne Sinclair, completaba lo que DKS podía necesitar. Hija de otra gran fortuna francesa de origen judía, nieta heredera del marchante de arte Paul Rosenberg, famosísima presentadora de televisión (TF1), su poder mediático era capaz de opacar las debilidades que mordían la fama de su irreprimible marido.

Dicen que las obsesiones de los seres humanos se agudizan con los años. Entre los rasgos conocidos de DKS, llamaba la atención una vida sentimental en constante ebullición. Era reconocido como mujeriego. Ya había sido señalado por una economista húngara que trabajaba en el FMI: aparentemente abusó de su cargo para seducirla. "No puede trabajar con mujeres a sus órdenes", declaró Piroska Nagi, quien más tarde aceptó olvidar el caso.

El biógrafo Michel Taubmann, quien escribió La verdadera novela de DKS , reconoció que "era un seductor, que le gustaban las mujeres, pero no era un violador. No es alguien que esté frustrado".

Los franceses se han alarmado por la forma en que los oficiales de la policía de Manhattan esposaron y encarcelaron a DKS, como si se tratase de un criminal que fue encontrado con las manos en la masa. Y por el linchamiento moral al que ha sido sometido por la opinión pública antes de ser juzgado. Como si no existiera el Estado de Derecho, que avala la presunción de inocencia hasta que se demuestre lo contrario.

Una explicación para semejante condena se ha explicado primero que nada en el carácter puritano de la sociedad estadounidense, que no tolera una mirada pícara de un hombre hacia una mujer cuando ya se estructura un caso de acoso sexual. También en el hecho de quien habría sido agredida por DKS: una pobre africana de 32 años de edad, con una hija, único sustento de una familia que lucha por sobrevivir en un país poco amable con los extranjeros.

Cierto dicho popular explica que quien se quema con leche le tiene miedo a la vaca. Es probable ­aunque no posible­ que si DKS se salva de esta encrucijada a la que pareciera haberlo conducido el destino y sus propias pulsiones de macho omnipotente, jamás olvide algunas lecciones que se desprenden de su propia experiencia.

Primero, que la justicia no es igual para todo el mundo, aunque los abogados y los académicos del derecho digan lo contrario. Un hombre poderoso puede ejercer presión para salvarse de un crimen, pero también puede convertirse en la perfecta víctima de quienes desean y necesitan verlo en el piso.

Segundo, que a veces hay que huir de los apetitos salvajes, porque entrañan una digestión que puede llevarse por delante todas las certezas que uno ha acumulado a lo largo de una vida.

Tercero, no se debe menospreciar el poder de los más débiles.

Se sabe que, bien utilizada, una mujer ­en una silla de ruedas­ que se enfrenta a un poderoso, puede hacer más daño en un tribunal americano que los bombardeos aliados sobre algunas ciudades alemanas en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial.

Y, finalmente, que si uno es director del FMI, organismo que le aconseja al mundo reducir el gasto público y apretarse el cinturón en tiempos de crisis, no debería gastar 3.000 dólares diarios en una suite de hotel, conducir un Porsche de 100.000 euros por París, usar trajes de marca de 30.000 euros y remodelar una cocina de 100.000 euros en un palacete del siglo XIX en Marraquech.

Esto demuestra que los excesos no son buenos consejeros para nadie, ni siquiera para políticos que han nacido en cuna de oro como Dominique Strauss-Kahn y sienten que tienen agarrado el mundo por una mano.

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