miércoles, 25 de mayo de 2011

MANN


EL NACIONAL - Lunes 09 de Mayo de 2011 Escenas/2
Thomas Mann o el arte vence a la política (I)
PALABRAS SOBRE PALABRAS
LETRAS
FRANCISCO JAVIER PÉREZ

Las manipulaciones de la política son siempre, del tipo que sean, abominables. Alterar, pervertir, trastocar o invertir el libre curso de la vida de los hombres resulta, lo menos, repugnante. Cuando se trata de hacer lo mismo con las manifestaciones más sublimes del espíritu, esas que nos vienen de lo más auténtico del ser y esas que nos definen en nuestra condición de seres espirituales, la manipulación política resulta despreciable en grado sumo.

Estas y otras señales del horror contra la belleza fueron agrupadas por Thomas Mann en su ensayo "Richard Wagner y El anillo del nibelungo", que hoy podemos leer en español en una compilación de sus escritos estéticos de título: Ensayos sobre música, teatro y literatura (Alba Editorial, 2002), a cargo de Genoveva Dietrich.

La reflexión encuentra un origen en el uso perverso de la figura del genio en los tiempos del Nacional Socialismo. El escritor comprometido por la causa del arte, que es como decir de la libertad y del bien, traza en su refugio helvético una frontera desde donde denunciar el atropello y cava una trinchera desde donde combatir el abuso. Lo hará celebrando a la admiración como fuente del amor; el más noble sentimiento despertado frente al poema musical, profético y aterrador: "La admiración es la fuente del amor, ya el amor mismo. Donde falta, donde se extingue, ya no brota nada, allí reina el empobrecimiento y el desierto".

El transcurso recorre la fisiología del Anillo, como si quisiera alejarse de esa degradación que hace del arte asunto de vileza humana y de la degeneración (término oficial que se usó en ese tiempo para repudiar todo arte no inclinado ante la bestia gubernativa) que lo tuerce como dominio servil de la cosa social.

El ensayo alcanza cotas muy altas. Devana la estructura, descubre su espiritualidad, comprende el tormento.

Formula la inclinación "superior, paternal e irónica del dios hacia su destructor" (Wotan hacia Sigfrido), la poeticidad del músico y la musicidad del poeta ("su relación con la música no era puramente musical, sino literaria", "cuántas veces parece comprenderse a sí mismo sólo cuando llama en su ayuda a su segundo lenguaje interpretativo y completador, que en él es realmente el reino del saber soterrado, desconocido arriba, en el reino de la palabra"), la simbología del terror, el acercamiento a lo demoníaco humano y la simbiosis entre el amor y el miedo: "Ambos son aquí lo mismo, psicológica y musicalmente". En suma, el fuego: "Símbolo de todo lo que provoca el terror, lo horrible y disuasorio por excelencia, lo que protege la roca". El fuego como insinuación de lo que le enseñará el miedo al héroe, al hombre, al amante: "El recuerdo de la mujer dormida, de la que no sabe nada, pero cuyo salvador está destinado a ser". ¡Oh, Brunilda!, la reina dormida encerrada en su sueño de fuego.

Hagen asecha. Será la creación suprema de la maldad, incomparable en toda la literatura alemana.

Iago germánico, el crimen purifica su sangre envenenada e innoble.

La música más triste lo anuncia y lo culmina.

EL NACIONAL - Lunes 16 de Mayo de 2011 Escenas/2
Thomas Mann o el arte vence a la política (2)
PALABRAS SOBRE PALABRAS
LETRAS
FRANCISCO JAVIER PÉREZ

Mientras enternece su amistad con Hesse, el ensayista promueve una vindicación wagneriana: "Richard Wagner y El anillo del Ni- belungo", que hoy leemos en español en la compilación Ensayos sobre músi- ca, teatro y literatura (Alba Editorial, 2002). Defiende al genio de la causa antisemita y de la consecuencia nazi. Desea para él sólo el triunfo del arte, pues lo quiere así el propio maestro cantor: "Si se disolviera en niebla el Sacro Imperio Romano, siempre nos quedaría el sagrado arte alemán".

Mann evalúa el estado de la creación social y extrañado por la invisible entidad del rasgo en la literatura alemana, en pugna con el arte francés, inglés o ruso del tiempo de ideologías sociales en que sobrevive, lo presentará como la respuesta espiritual germánica: "Su obra es la contribución alemana al arte monumental del siglo XIX que en otros países se presenta principalmente en la forma de la gran novela social". Sin un Dickens, un Thackeray, un Tolstói, un Dostoievski, un Balzac o un Zola que lo represente, el arte alemán hará de Wagner su vocero espiritual y del drama musical la equivalencia de la novela social, que le es tan desconocida: "La contribución alemana, la manifestación alemana de esta grandeza, no sabe nada del elemento social y tampoco quiere saberlo". Contrario a la teoría del reflejo, ajeno a Plejanov (el promotor del arte como retrato de la vida social) y a Lenin (el manipulador articulista tolstoiano), agrede a los que quieren verlo como vate anticipado de algo que no quiso y que nunca hubiera respaldado; esa forzada reescritura de un inexistente "profeta artístico de un presente político que pretende espejearse en él".

Tanto aquí, como en el "Fragmento sobre Zola", traza un paralelo entre el Anillo y los Rougon- Macquart del francés para verlos alcanzar lo simbólico y ligarse a lo mítico (nunca Zola tuvo una lectura tan generosa). Lo destaca como maestro del leitmotiv. Disecciona la cruda diferencia: el espíritu social frente al espíritu mítico y poético primitivo. Con ello a la vista, eleva a Wagner a la esfera celeste del gran arte. Es el triunfo de lo "no social".

No olvida que escribe para denunciar el abuso contemporáneo hacia el artista sublime. La perversión de la verdad resulta el mecanismo perfecto: "Pueblo y espada y mito y heroísmo nórdico son en determinada boca sólo una vil usurpación del vocabulario del idioma artístico de Wagner".

El arte vence a la política muy a riesgo de ser deglutido en las arenas movedizas de la cosa social. La vence por transitar los jardines de la verdad, la espiritualidad, la imagen, el signo y el lenguaje, guerreros a los que ni la vileza falsaria de la política puede derrotar.

Mann potencia este principio como fuente nutricia del arte alemán que Wagner encarna como el mejor de sus hijos. Finalmente, se llega a entender que el espíritu alemán no es sino repulsa a los toscos volúmenes sociales y rechazo a la pobre pobreza de la lucha subsistencial.

Cuestiona que se piense que Wagner fustigó la cultura burguesa para avalar ­¡qué aberración!­ el totalitarismo de Estado. Triunfa el arte sobre la política en la escisión entre espíritu y Estado: "El espíritu alemán era para él todo, el Estado alemán nada".

Da muerte a Sigfrido y el libreto agoniza paralizado en un único reclamo: "¿Hagen, qué has hecho?".

Es la única pregunta posible para la bestia que cumple su revancha de sangre.

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