martes, 5 de abril de 2011

DOCE AÑOS NOS MIRAN


Política exterior y nomenclatura
Luis Barragán


Frecuentemente, la política exterior venezolana fue una manifestación del consenso necesario, básico y posible. Excepcionalmente, estuvo a espaldas del país o de los liderazgos de opinión que – en todo caso – hallaban conductos institucionales para protestarla.

Una de las iniciativas más vigorosas y polémicas que antecedieron al chavezato, la encontramos en la adhesión venezolana al Pacto Andino que, no por casualidad, contrarió a los sectores agremiados en Fedecámaras, generando la campaña de rigor al iniciarse el primer calderato. Ilustrando los extremos, José Angel Oropeza Ciliberto lo diabolizaba, tratándolo como una gesta antinacionalista (Elite/Caracas, 21/10/67), y, más tarde, Manuel Caballero o Enrico Kramer lo satirizaba, por aquello de la mona norteamericana vestida de seda andina (Punto en Domingo/Caracas, 18/02/73).

Necesaria digresión, la relativa independencia de la otrora dirección del Estado, insigne captador de la renta internacional, permitía adoptar determinadas decisiones que lo confrontaban con los sectores sociales que supuestamente expresaba. Dato importante para el analista que varias veces abusa del marxismo, sin reparar tampoco – valga el ejemplo – en la política de no más concesiones petroleras que inauguró la década de los sesenta, abierta entre quienes la deseaban ilimitadamente y los que demandaban una inmediata nacionalización (por cierto, hubo opiniones interesantes y contrastantes como la de Arturo Uslar Pietri, desde El Nacional, y Juan Nuño, desde Crítica Contemporánea).

Próximo a vencerse el plazo de cinco años para la rectificación o ratificación, hoy, la decisión de sacarnos de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), para condenarnos al limbo de un MERCOSUR que tarda demasiado en aceptarnos, constituye otro de los exabruptos del presidente Chávez. Y, aunque lo deseable es que – al menos – pidiera una prórroga del referido plazo, lo cierto es que a la deliberada destrucción del aparato productivo interno ahora se suma la asombrosa renuncia a los mercados naturales y de innegable importancia geopolítica, precipitándonos hacia una nueva dependencia que muy bien pueden actualizar los tardíos seguidores de Faletto, Dos Santos o Gunder Frank.

La política internacional venezolana, materia que no adquiere la debida relevancia en los estudios de opinión, a pesar de las funestas consecuencias que comporta, es fruto de la exclusiva voluntad presidencial que, para más señas, cree ilegítima toda discusión y cuestionamiento. Impedida la misma comisión permanente de Política Exterior de la Asamblea Nacional para abordarla más allá de los trámites burocráticos, los más consumados intérpretes del oficialismo, con su marxismo prêt-à-porter a cuestas, no se dan por notificados de los intereses que realiza la nomenclatura, presumida reemplazante de la burguesía apátrida, que necesita urgentemente de sociólogos responsables y serios que la desnuden, partiendo de los registros y notarias donde dice ocultar sus huellas: derivada de la alianza cívico-militar, el poder petrolero se pretende una clase “en sí” y “para sí”, con su propia diplomacia, intereses y objetivos.

Nomenclatura banalizadora de materias y situaciones dramáticas, como la “auto-expulsión” de la CAN o la defensa obstinada de Kadafi. Sin embargo, ese poder petrolero es de alcances limitados, pues el escenario internacional exige mayor musculatura, por lo que – puede concluirse – está subordinada a intereses foráneos y, ¿por qué no señalarlo?, apátridas.

Fuente:
http://www.medios24.com/politica-exterior-y-nomenclatura-por-luis-barragan.html

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