EL NACIONAL, Caracas, 29 de junio de 2015
El 6-D en el calendario revolucionario
Sócrates Ramírez
Me complace la fijación de la fecha electoral. Se trata de un punto más o menos claro en el horizonte, una dirección, un rumbo. Eso es indiscutible. Pero así como fue destacado por la ágil reminiscencia de muchos apenas se anunció la cita, la selección del 6 de diciembre no es una casualidad. Una vez que ocurren, las revoluciones no dejan espacio para casualidades o inocencias; para permanecer necesitan mitigar cualquier manifestación de espontaneidad. Lo que no se puede controlar no existe. De manera que la fecha en cuestión es «técnica» porque es simbólica.
El 6 de diciembre de 1998 Chávez ganó las últimas elecciones celebradas en la república civil. Por eso hoy en medio de una atmósfera oficial enrarecida, aquel día, que paradójicamente ha pasado tan inadvertido en el calendario chavista si se le compara con la magnitud atribuida a otros fastos (27-F, 4-F, 27-N, 13-A), es un símbolo, un ícono de la urgencia. El 6-D pese a entrañar un origen, dentro del imaginario machista-militarista de los bolivarianos siempre fue una fecha muy femenina, pues conmemora la celebración de unas elecciones y no la violencia épica que tanto rédito le ha dado, de la que siempre están prestos a hacer apología. Ahora el 6-D es de lo poco que tienen a mano para apurar la empatía.
Las revoluciones e incluso aquellas falsedades políticas que secuestran su narrativa para parecérseles, siempre desean la vuelta a un origen; buscan regresar a un punto en el pasado histórico o mítico de la sociedad donde señalan toda fuente de virtud y nobleza, y de cuyo camino el pueblo habría sido desviado por la mezquindad de los otros. En la retórica revolucionaria venezolana ese origen histórico y mítico es la Independencia. Sin embargo, para las revoluciones no todo reside en la tradición, recurrir a ella es apenas una parte de su fuente legitimadora. Tal como Arendt establece, las revoluciones tienen lugar cuando aquellos hombres afanados en restituir un pasado terminan construyendo una experiencia completamente diferente, siendo superados por la novedad que entraña la fundación de la libertad.
La recurrencia gramática del chavismo siempre ha sido el pasado. Cuando la necesidad les ha obligado mirar al porvenir, la promesa es caminar hacia su propia visión raizal y agreste de lo pretérito, muy al modo del fascismo, pero mezclada con la imprecisión de un futuro gelatinoso, confuso, adornado de consignas y movimiento, muy cercano a la usanza nazi.
Frente a sí, el reto más claro que hoy tiene la «revolución bolivariana» es sobrevivir, y toda lucha por la supervivencia es miserable: está determinada por la necesidad y el peligro. Esa es su realidad inconfesable. Por ello aparece el símbolo urgente del 6-D, como un emblema que los devuelve al ayer. Desde hace rato el origen al que quieren retroceder no es al mito de la Independencia sino al mito de Chávez. Están sometidos a un hado: repetir lo que hizo Chávez, pero sin Chávez y sin condiciones, porque continuar el legado es la destrucción y lo saben. Entonces, sin despegarse de la idea del movimiento perpetuo, la propaganda servirá para hacerle creer a los suyos que se devuelven a los primeros días telúricos del Comandante, y así empezar nuevamente el camino bajo su guía eterna.
Ahí radica el simbolismo de la nueva fecha comicial, que al mismo tiempo revela la impotencia del régimen de hacer política parado en la realidad y mirando al futuro. Su única oferta electoral es el uso torcido del recuerdo.
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