Guido Sosola
Parece que fue ayer, porque – hasta no hace mucho – el mes era definitivamente de Carlos Gardel, apartando la celebración oficial – y el correspondiente asueto – por la Batalla de Carabobo. Ochenta años atrás, el zorzal perdía la vida en Medellín, provocando una enorme e inimaginable consternación entre los venezolanos.
Poco o nadie sospechó que el tango, un género más en la revista que trajo a Caracas el señor Gattini hacia 1913, calaría tan hondo. Un espectáculo de variedades que incluyó un par de piezas del género, pareció suficiente para una identificación con el ritmo y la letra de la cual dejaron constancia los cronistas por aquellos tiempos.
Gardel ya era popular antes del accidente aéreo y tuvo ocasión de compartir con sus admiradores, cantándole al propio Juan Vicente Gómez, en La Guaira, Maracay, Valencia, Maracaibo y Cabimas. Ganaba sus reales con el sudor de la frente, pues no sólo remontaba los cielos en unos aparatos de hélices que, lo suponemos, acobijaban toda la incomodidad y el susto de los pasajeros (y tripulantes), sino que surcaba las estrechas y endiabladas carreteras para cumplir sus compromisos.
Afán de voluntad, cantaba y actuaba el argentino (uruguayo y, al final, francés) siendo - a lo mejor - el inicial aporte de este lado del mundo a la universalidad del espectáculo. En una Caracas de aproximadamente 200-250 mil habitantes, los testimonios gráficos de su visita al país, entre el 28/04 y 23/05 de1935, quedó registrado el descomunal impacto que anegó de admiradores la estación de Caño Amarillo y todo el periplo que, a menos de veinte kilómetros por hora, en automóvil, lo llevó al hotel “Majestic”.
La devoción gardeleana (se escribe horrible “gardeliana”), he acá el fenómeno, duró entre nosotros por décadas, con una intensidad a la que únicamente se acercaría Buenos Aires y sus alrededores. A los cantantes que lo imitaban o – también – procuraban superarlo, se sumaba la emulación de su gestos, acento, atuendo y el propio engominado de la cabellera, prensada como si incubara la mejor inspiración; valga acotar, para quienes nunca lo creyeron muerto en Colombia, especulaban de su existencia anónima en nuestro país, ajado de quemaduras, e – igualmente – existen o parecen existir varios indicios de la contribución económica que hizo a la lucha contra la dictadura del brujo de La Mulera.
Distintas generaciones cultivaron su recuerdo entre nosotros y, a mediados de la década de los ochenta, lo celebraron en la plaza de Caño Amarillo y de la cual ya no queda – hoy - ni el perro de la estatua que le levantaron con su guitarrista. Empero, sobreviviente a todas las modas, al empuje del cha-cha-chá, del jazz o del rock, se diluyó en menos de los últimos diez años, diluyéndose en propiedad – aunque luzca como una exageración – un dato de nuestra identidad urbana, acosados por la música efímera – que no es tal – en esa suerte de basurero sónico en el que estamos sumergidos, sin abolengo histórico ni otro que puedan merecer – digamos – sus compositores de laboratorio.
El último gran homenaje de reafirmación de esa identidad, entendemos, lo hizo José Ignacio Cabrujas con “El día que me quieras”, a finales de los setenta. Lo supo interpretar espléndidamente en el contexto de la Caracas que lo recibió, concediéndole un acento sociológico y político que nunca hubiese adivinado Gattini.
Érase otro país, el de un superior afán de voluntad, más comprometido y emotivo que las bonanzas petroleras no logró socavar como ahora ocurre, cuando la renta no alcanza para nada. Es – ahora - un país que no hubiese podido recibir a Gardel, serle consecuente, y menos aplaudir una obra de teatro, porque el más ilustre huésped será siempre Raúl Castro, todos deben militar en el PSUV y nada mejor que una cadena nacional de radio y televisión.
guidososola@yandex.com
Reproducciones: Traspapelada la data, probablemente publicadas por la revista "Billiken" o "Élite", las imágenes hablan visita de Gardel a Caracas en 1935, incluyendo un vistazo a la estación de Caño Amarillo (Caracas), agolpada de personas; y el detalle de una imagen del zorzal, 1936. La del hotel "Majestic", fue tomada de la revista "El Farol" (Caracas, nr. 150 de 02/1954).
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/22917-erase-un-pais-gardeleano
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