Alirio
En Carora tuve el privilegio de visitar en su casa al maestro Alirio Díaz. Otro caroreño, el escritor Juan Páez Ávila, me pidió para su revista digital un texto breve sobre el guitarrista y aquella visita. Lo pongo hoy como homenaje a esa ciudad y sus artistas.
José Pulido
Las aceras son altas y estrechas. Una lagartija pequeña sube la blanca pared como un rayo al revés y durante una fracción de segundo podría haber revelado un ala de mosca agonizante en sus fauces diminutas de dragón.
Surgen como un espejismo de geometría las casas coloniales, el casco histórico, los gruesos muros y sus techos de tejas, adornados con plantas parásitas que se asoman desde aleros y grietas. A veces en las ventanas que parecen cerradas a perpetuidad, se abre un postigo y muestra el celaje de la belleza.
El sol inicia su escalada y con su ardor creciente repasa con lentitud de horno aquellas paredes, sin poder doblegar la frescura interior de las casas porque aún hay granados, trinitarias, frescores de patio mozárabe.
Es la Carora antigua, a unos pocos minutos de que los relojes den las once de la mañana. Y hemos llegado hasta el amplio portón de una casa cuyo zaguán emana un aroma mentolado de jardines regados hace poco. El “pasen adelante” invita a entrar y conocer aquella casa cuyo contenido justifica la ilusión de tener el pasado y el presente en un solo espacio: allí vive Alirio Díaz.
El maestro permanece sentado en el corredor y hace una seña para que nos acerquemos. Está leyendo algo. Lo deja de lado en una mesita cercana y comienza una conversación sin igual, porque escucharlo hablar también es un privilegio. De guayabera blanca y rostro sincero, con una cierta dulzura que parece indígena, el maestro Alirio habla de Italia, de algunos recuerdos, tal como estando en Italia habrá comentado detalles de Carora o de los cardonales de La Candelaria. Es historia viva, es uno de los más extraordinarios guitarristas que ha tenido la humanidad.
Ahora, cuando abundan genios de ese instrumento, podría dudarse un poco de la inigualable ejecución de los grandes guitarristas del siglo veinte. Pero Alirio, ya con su cuerpo agotado de tanto vivir y crear musicalidad, toma la guitarra en un gesto tan natural como quien saluda desde un barco. Y sus manos viejas y hermosas se mueven con la velocidad graciosa de una lagartija que recorre la blanca pared. Quizá era más bien una mata de orquídeas con sus flores cegadoras de pureza femenina. El asunto es que ahí fue cuando brotó el vals llamado Natalia. De Antonio Lauro. La hija de Antonio Lauro convertida en una música que aligera las paredes, los techos, los pensamientos y el aire. Una obra de arte perfecta. Natalia en Alirio y Alirio reinventando el universo con las mismas seis cuerdas que todos los demás han usado.
Fuente: https://www.facebook.com/jose.pulido.777?fref=nf
Reproducción: Scotto. Élite, Caracas, nr. 1945 del 05/01/1963.
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