“¡Hasta el viento y las aguas le
obedecen! ” (Mc 4, 35-41)
(Diálogo sobre el Evangelio de
hoy: Tormenta )
José Martínez de Toda, S.J.
¿Por qué había tormentas tan
grandes en el Lago de Tiberíades?
Precisamente ese lago se llamaba también “Mar
de Galilea” por sus fuertes tormentas. El
lago está a 213 metros bajo el nivel del mar – rodeado de barrancos y montañas
empinadas excepto en el Sur. (El monte Hermón,en elGolán tiene 2.236 metros; el
monte Merón en Alta Galilea tiene 1.208 metros). “Como resultado de esta
formación, a menudo soplan vientos fríos por sus cuestas e, inesperadamente, se
levantan tormentas violentas sobre la cálida superficie del lago” (Lockyer,
402). Las olas pueden llegar a
sobrepasar más de nueve metros de altura. Pero además la mentalidad israelita
veía en el mar el lugar donde estaban escondidos los espíritus malignos, los
demonios, las fuerzas ocultas que persiguen a los seres humanos.
¿Cómo eran los barcos de ese
mar?
En 1986 el casco de un barco
pesquero fue 1excavado de la orilla del Mar de Galilea. Al ser fechado por carbón demuestra ser de la
época de Jesús. El barco medía 8 metros
de largo, 2.30 metros de ancho, y 1.35 metros de alto – tenía cubierta de proa
y de popa – y podría llevar aproximadamente 15 personas – cuatro de ellas
remando. Seguramente, sería un barco
como éste en el que Jesús y los discípulos cruzaron el Mar de Galilea.
¿A quién se le ocurrió meterse
en el mar: a Jesús o a sus discípulos?
Fue idea de Jesús. Él decide ir a
la orilla oriental del lago, que no era de los judíos, sino de los paganos.
Quería llevarles también a ellos la Buena Noticia. Allí curó después a un endemoniado
(de Gerasa), quien quedó allá proclamando a Jesús como Salvador.
¿Y qué hacía Jesús durante
aquella tormenta?
Dormir despreocupadamente. Pero
sus discípulos le despiertan, y le dicen:
- ¿Maestro, no te importa que
perezcamos? Mira la tormenta que tenemos.
Y levantándose, increpó al
viento, y dijo al mar:
- “ Calla, enmudece ”. Y cesó el
viento, y fue hecha gran bonanza. Y Él les dijo:
– "¿Por qué son tan
cobardes? ¿Aún no tienen fe?".
El hecho de que Jesús calmara las
olas era un signo del poder que Dios le había dado
contra los malos espíritus que
levantaron la tempestad. Era una forma de proclamar que era el
Mesías. Pero la lección más
importante de hoy es tener fe. El miedo surge cuando no hay fe.
¿Y qué es tener fe?
Fiarse de Jesús. El niño que tropieza y cae, ¿a
quién acude? A sus papás: se fía de ellos, que le solucionarán todos los
problemas. La fe se basa en el amor y produce milagros. Cuántas veces Jesús
dijo a enfermos curados: “ Tu fe te ha salvado ”. Los discípulos aprendieron la
lección y le pedían: “ Auméntanos la fe ”. “Nada te turbe. Nada te espante. Dios
no se muda… Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta ” (Sta.
Teresa).
¿Tenemos también nosotros
tormentas?
De sobra. Las tenemos dentro de
nosotros mismos, por el egoísmo, el deseo de dinero, de riqueza, de honores,
por la soberbia, por la corrupción. Es el camino del mal espíritu. Tenemos que comenzar venciéndonos a nosotros
mismos, para que el egoísmo no nos domine. Es lo que nos cuenta una leyenda
árabe, titulada “El diamante”.
En la noche uno contó que había matado a un
famoso ladrón. El otro había vencido a diez hombres muy armados. El más pequeño
contó:
-
Salí esta mañana y encontré a mi mayor enemigo dormido al borde de un acantilado.
Lo hubiera podido echar hacia abajo. Pero lo desperté y le perdoné.
El rey se levantó de su trono,
abrazó a su hijo menor y le entregó el diamante> (En
Gómez Serrano, Pedro José (2008)
“Pecado”, en Sal Terrae , Abril 2008, pp. 325-338).> La mayor victoria que
podemos tener es dominar nuestro egoísmo, nuestra sed de venganza, nuestra
soberbia, que nos puede llevar a los mayores crímenes de explotación de los
demás, de olvidarnos de los derechos y necesidades de los demás y de
convertirnos en esclavos de nuestros peores instintos. Dominamos la tormenta,
cuando sabemos perdonar, sonreír y dar vida a los demás, como hizo Jesús en
todo su recorrido por la tierra.
¿Entonces, nuestro enemigo lo
tenemos fuera o dentro de nosotros?
Está dentro y fuera. Las
tormentas de fuera también son muy abundantes.
Tenemos tormentas dentro de la
familia, entre hermanos, entre padres e hijos, dentro del matrimonio. Hay
tormentas en el país por diferencias políticas.
Hay tormentas en el mundo con
guerras, muertes y con crisis financieras.
Hay tormentas fuera y dentro de
la Iglesia (es decir, dentro de la comunidad eclesial).
Los cristianos predicamos contra
el aborto, la eutanasia, etc. para defender la vida del débil no
nacido y del desahuciado. Y se
levantan polvaredas de quienes se llaman cristianos, pero
valoran más su libertad egoísta
que la vida de los demás.
La Iglesia ha sufrido y sufre
muchas persecuciones por defender los derechos de los pueblos a la libertad, al
respeto, a la vida. Éste es un evangelio para momentos difíciles.
¿Qué es mejor para la Iglesia:
vivir amenazada o vivir adulada?
No se trata de ser masoquistas.
Pero la Iglesia primitiva (es decir, los cristianos de los tres primeros
siglos) crecieron a pesar de las persecuciones: “La sangre de los mártires es semilla
de cristianos”. Puede ser que el mayor peligro de la Iglesia sea cuando todo le
sale bien. La cruz lleva a la luz ( Per crucem ad lucem ). Aquí el enemigo es
el comodismo, el callarse ante la injusticia, el bajar la cabeza para así
recibir limosnas del poder. Pero hoy día también hemos tenido mártires: Mons.
Romero, los seis jesuitas de El Salvador,
Luis Espinal, jesuita asesinado en Bolivia por denunciar las injusticias de un régimen totalitario, Mons. Isaías Duarte Cancino en Colombia,
luchador contra congresistas narcos.
Siempre le toca a la Iglesia (es
decir, a los cristianos) el luchar contra la corriente, porque ‘camarón que se
duerme, se lo lleva la corriente’.
Les invitamos a la Misa, a la
Eucaristía, sacramento del amor. Allí
recibiremos fuerza para resistir las tormentas dentro de nosotros mismos a
nuestro alrededor y contra la Iglesia. “Las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella.”
http://homiletica.org/PDF17/aahomiletica037772.html
Ilustración: Tigran Ghulyan.
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