Sobran los comentarios sobre las
exactitudes sospechosas, perfeccionado el 17 de diciembre de 1935 – fecha oficializada
del fallecimiento de Gómez – con el 17 de diciembre de 1830.
Al historiador no le cabe otra opción que la de probar que el hijo de La
Mulera no murió efectivamente ese día de 1935, si existiere algún documento
irrefutable y confiable. Al literato, le queda especular creadoramente y, en
este sentido, “Junto al lecho del caudillo” de Domingo Alberto Rangel (1981),
es un buen ejercicio. Al politólogo, psicólogo social o antropólogo, indagar
sobre la razón y conveniencia de tamaña coincidencia. E, incluso, al
comunicador social o comunicólogo, le compete dictaminar sobre la reiterada
noticia de ambos natalicios y obituarios, ocupando la primera plana de la
prensa a la vez que son silenciados otros hechos que significaron un enorme
riesgo para aquellos que se atrevieran a su publicación.
Por una parte, huelga comentar en
torno al sobrepeso de Bolívar en nuestra historia. Empero, principiando su
obra, el antropólogo Miguel Ángel Perera hace útil la distinción del bolivarianismo de
Gómez que, junto al de Pérez Jiménez, “no era otra cosa que un acto de
veneración al Héroe y fundador de la patria, a su memoria y actos”, sin que
necesariamente abonara a una “ideología bolivariana” (“Venezuela ¿nación o
tribu? La herencia de Chávez”, UCV, Caracas, 2012: 78). Y, por otra, las fechas
mágicas de Gómez, nos remite a la utilidad de sus invocaciones. Para el
natalicio, es evidente a los fines de la legitimación del poder, algo que no
ocurrirá con la de su muerte. Pudo ocurrir, si el continuismo hubiese sido el
signo después de ocurrida gracias a la posible herencia que beneficiase a
Eustoquio Gómez o a otro al que también le corriera su sangre por las venas,
hábil y corajudo.
LB
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