sábado, 9 de junio de 2012

PARALELO 42

EL NACIONAL - Sábado 09 de Junio de 2012     Opinión/8
El sobrino de la tía Neva
SERGIO DAHBAR

No hay como una tía creativa para que el país de la infancia sea otra cosa. Eso lo sabía Ray Bradbury, uno de los escritores de literatura fantástica más influyentes del planeta, quien escribió infinidad de textos para saldar una vieja deuda con esa dama tan peculiar de su niñez. El miércoles pasado partió definitivamente a los 91 años de edad. Es probable que ya se encuentre donde siempre quiso estar.

La tía Neva era diez años mayor que él y en el pueblo de Waukegan, Illinois, de donde provenía la estirpe, era conocida como "la loca de las calabazas". Cada 31 de octubre, cuando llegaba la última hora de la tarde, salía del brazo de su sobrino Ray a recoger calabazas y espigas de maíz para celebrar ritos mágicos e invocaciones a criaturas de otros mundos.

Ray Bradbury contaba con su consentimiento para aterrorizar a las visitas. "Todos los mundos del arte y de la imaginación fluyeron en mí a través de ella ­confesaría más tarde el escritor­, pero especialmente me puso en contacto con el País de Octubre, un año empaquetado en un solo mes, un clima sobrenatural por el que todavía suelo caminar".

Quien repasa la obra de Bradbury descubre el dulce olor del más allá que debieron tener las faldas de la tía Neva. La clase de horror que ha comunicado a sus personajes, a la trama de sus historias, a su escritura perfecta, proviene sin ambages de ese territorio impreciso entre el Bien y el Mal que aprendió a reconocer cuando era niño. También pesaron las primeras lecturas, esas que marcaron su carácter como si hubiera estado expuesto a un contaminante mineral extraterrestre.

Cuando Ray Bradbury tenía 7 u 8 años de edad comenzó a leer revistas de ciencia ficción que olvidaban los huéspedes en la pensión de sus abuelos en Waukegan, Illinois. En esos años inolvidables descubrió a Hugo Gernsback y sus Amazing Stories, que comenzaron a desvelarlo con portadas como llamaradas.

Poco después accedería a Buck Rogers, hacia 1928. Sus padres creían que se había vuelto loco.

Devoraba aquellas historias con una intensidad enfermiza. "Difícilmente uno se encuentra con una fiebre así otra vez en la vida, de esas que te llenan el día completo de emoción", recordaría más tarde.

Se convirtió en una pesadilla para sus amigos y parientes. Su cuerpo era puro frenesí, histeria, entusiasmo y euforia: de un estadio al otro, sin parar. Temía que la vida se fuera a acabar en cualquier momento.

"Mi siguiente ataque de locura ocurrió en 1931, cuando aparecieron las primeras series a color del Tarzán de Edgar Rice Burroughs, hechas por Harold Foster. Y simultáneamente descubrí, en la casa de mi tío Bion, los libros de John Carter of Mars. Crónicas marcianas nunca hubiera sido posible sin Burroughs".

En unas noches de verano que ninguno de los presentes olvidaría, Ray Bradbury salía al patio de la casa de sus abuelos e intentaba alcanzar la luz de Marte con sus manos. "¡Llévame a casa!", repetía. Estaba desesperado por volar, ascender y aterrizar con su nave en las profundidades de aquel mar muerto.

Después de estos años, la imaginación nunca se apartó de su camino. Así descubrió cómo se animan los tatuajes de un hombre ilustrado, cómo dos criaturas buscan hielo para conservar a una sirena con vida, cómo asistir al nacimiento de un niño con forma de pirámide azul, cómo un paseante de una playa de Biarritz se tropieza con Picasso que dibuja en la arena una obra maestra que la marea destruirá, cómo se siente un hombre sin esqueleto, cómo nadar en canales marcianos rebosantes de vino perfumado y cómo temerle a un bombero que viene a quemar la biblioteca.

Ya en su vejez, siempre en la misma casa de Los Ángeles de toda la vida, mientras le dictaba sus textos recientes a una hija en Pheonix, ella los transcribía y los enviaba por fax para que él los corrigiera finalmente, cada vez con menos vista y audición, no cesó en defender el papel ante el aburrido mundo digital que él muchos años atrás había avizorado en una de sus ficciones.

En esa curiosa paradoja de su ocaso lo encontró la muerte. Intuyo que debe haberla mirado a los ojos con una dulzura particular. Para decirle: "OK, llévame a casa. Llévame a Marte. Ya estoy preparado".


No hay comentarios:

Publicar un comentario